Texto de Alberto Soria para "Platos por la Vida"
Platos por la vida
La vida necesita esperanzas. Y la esperanza, platos. Los artistas detrás de los fogones en un país célebre por la variedad y cantidad de su oferta plástica no son pocos. Aquí están, en el arca de la Fundación Amigos de los Niños con Cáncer, quienes cuando la marea sube y la marea baja, han logrado mantener a flote su estilo, su presencia, su huella, sin apagar el horno de la esperanza, ni renunciar a aquello que la sociedad ilustrada convierte en elemental: El arte, sin los otros, se queda sin memoria.
I
En la escuela se nos enseña que, en sociedad, todos somos iguales e importantes. Después, más tarde o más temprano, con suerte y guía se tropieza con tipos como Orwell, o con Leonardo. Se entera uno así que si bien todos iguales, siempre habrá unos más iguales que los otros. Con las iniciativas sociales, las fundaciones y la caridad pasa eso. Si bien todas parecidas o iguales, para los ciudadanos unas son más iguales que las otras. Por lo que hacen, por los auditorios que convocan, por lo que permiten o posibilitan. Al enfrentarse al trabajo que este catálogo expone, no puede uno dejar de pensar que este país sin sus artistas plásticos, es decir sin constructores de ilusiones y esperanza, es otro. Aquí, eso es lo que cada quien solidariamente demuestra.
II
No hay ciudadano sin platos. Los afortunados tienen los suyos de diario, los de lujo y los de la abuela. Algunos de esos platos han surcado mares, otros, más largos recorridos. Unos han sobrevivido a guerras, y otros a la moda. La más reciente ha resultado la más peligrosa para la vida y valor social de los platos. La cocina nueva ola ha decretado la inutilidad de la vajilla de toda la vida, que si algo había demostrado, era su idoneidad por siglos de servicios ininterrumpidos a la cocina, al hambre, al antojo, a la seducción y el homenaje. Es decir a la gente. Hoy, nuevos cocineros desechan esos platos para sustituirlos por cucharas raras, que cuando sopas contienen mucho, y cuando bocados poco. La forma cilíndrica ha sido suplantada por canoas. O por esferas enormes, para los que se necesitan un cocinero y un ayudante. El cocinero prepara algo minúsculo, adecuado a la corriente de lo poco. El ayudante, chocolate para pintar, pinceladas de aceite, soplos de aceto balsámico de Módena, o perejil para lanzarlo desde el aire como si papel picado fuera. El cuenco ha regresado como descubrimiento espacial, para el que los cubiertos tradicionales no sirven. El plato hondo hoy, lo es tanto, que ingeniería exige para que en su centro, algo flote, emerja (en pirámide), o aporte vistosidad cromática.
A la mayoría de los platos les aguardan dos destinos. Un gozoso, y otro que salvo los muy feos, detestan: Que los guarden; que no lo usen nunca. Que no los saquen a tomar aire, ni los inviten a la mesa. Hay millones de platos en el mundo esperando desconsolados en su anonimato, que alguien los rescate. Otros tantos - se teme - destinados desde ya a servir como testigos de una época, de receptáculo exagerado a raciones de lechuguita y kiwi.
Por eso - supone uno - a los artistas les gustó la idea de los platos. Después de que pasaran por sus manos, otro sería su valor y otro su destino.
Platos-platos, hay demasiados en una sociedad que cuando tiene hambre piensa en la figura. Platos para colgar en una pared, para decorar un espacio, hay menos. Pero platos como estos, como los que aquí se reseñan con su autor, pocos. Son piezas únicas que conceptualmente, funcionan al revés de como siempre hemos imaginado un plato. No son receptáculo, sino fuente. No reciben, dan. Por eso cuando los observo y los agarro - como seguramente usted también querrá hacerlo – los siento, y me emociono. Siento después de verlos todos, que el día que estos artistas no quieran trabajar, vivir aquí será muy aburrido. Y me emociona pensar que niños que nunca hemos visto pero cuyas sonrisas todos deseamos, perciban que gracias a estos ... artistas, y a los ciudadanos que en la subasta digan ése es mío, un plato elemental se haya convertido en vida y esperanza.
Alberto Soria
La vida necesita esperanzas. Y la esperanza, platos. Los artistas detrás de los fogones en un país célebre por la variedad y cantidad de su oferta plástica no son pocos. Aquí están, en el arca de la Fundación Amigos de los Niños con Cáncer, quienes cuando la marea sube y la marea baja, han logrado mantener a flote su estilo, su presencia, su huella, sin apagar el horno de la esperanza, ni renunciar a aquello que la sociedad ilustrada convierte en elemental: El arte, sin los otros, se queda sin memoria.
I
En la escuela se nos enseña que, en sociedad, todos somos iguales e importantes. Después, más tarde o más temprano, con suerte y guía se tropieza con tipos como Orwell, o con Leonardo. Se entera uno así que si bien todos iguales, siempre habrá unos más iguales que los otros. Con las iniciativas sociales, las fundaciones y la caridad pasa eso. Si bien todas parecidas o iguales, para los ciudadanos unas son más iguales que las otras. Por lo que hacen, por los auditorios que convocan, por lo que permiten o posibilitan. Al enfrentarse al trabajo que este catálogo expone, no puede uno dejar de pensar que este país sin sus artistas plásticos, es decir sin constructores de ilusiones y esperanza, es otro. Aquí, eso es lo que cada quien solidariamente demuestra.
II
No hay ciudadano sin platos. Los afortunados tienen los suyos de diario, los de lujo y los de la abuela. Algunos de esos platos han surcado mares, otros, más largos recorridos. Unos han sobrevivido a guerras, y otros a la moda. La más reciente ha resultado la más peligrosa para la vida y valor social de los platos. La cocina nueva ola ha decretado la inutilidad de la vajilla de toda la vida, que si algo había demostrado, era su idoneidad por siglos de servicios ininterrumpidos a la cocina, al hambre, al antojo, a la seducción y el homenaje. Es decir a la gente. Hoy, nuevos cocineros desechan esos platos para sustituirlos por cucharas raras, que cuando sopas contienen mucho, y cuando bocados poco. La forma cilíndrica ha sido suplantada por canoas. O por esferas enormes, para los que se necesitan un cocinero y un ayudante. El cocinero prepara algo minúsculo, adecuado a la corriente de lo poco. El ayudante, chocolate para pintar, pinceladas de aceite, soplos de aceto balsámico de Módena, o perejil para lanzarlo desde el aire como si papel picado fuera. El cuenco ha regresado como descubrimiento espacial, para el que los cubiertos tradicionales no sirven. El plato hondo hoy, lo es tanto, que ingeniería exige para que en su centro, algo flote, emerja (en pirámide), o aporte vistosidad cromática.
A la mayoría de los platos les aguardan dos destinos. Un gozoso, y otro que salvo los muy feos, detestan: Que los guarden; que no lo usen nunca. Que no los saquen a tomar aire, ni los inviten a la mesa. Hay millones de platos en el mundo esperando desconsolados en su anonimato, que alguien los rescate. Otros tantos - se teme - destinados desde ya a servir como testigos de una época, de receptáculo exagerado a raciones de lechuguita y kiwi.
Por eso - supone uno - a los artistas les gustó la idea de los platos. Después de que pasaran por sus manos, otro sería su valor y otro su destino.
Platos-platos, hay demasiados en una sociedad que cuando tiene hambre piensa en la figura. Platos para colgar en una pared, para decorar un espacio, hay menos. Pero platos como estos, como los que aquí se reseñan con su autor, pocos. Son piezas únicas que conceptualmente, funcionan al revés de como siempre hemos imaginado un plato. No son receptáculo, sino fuente. No reciben, dan. Por eso cuando los observo y los agarro - como seguramente usted también querrá hacerlo – los siento, y me emociono. Siento después de verlos todos, que el día que estos artistas no quieran trabajar, vivir aquí será muy aburrido. Y me emociona pensar que niños que nunca hemos visto pero cuyas sonrisas todos deseamos, perciban que gracias a estos ... artistas, y a los ciudadanos que en la subasta digan ése es mío, un plato elemental se haya convertido en vida y esperanza.
Alberto Soria
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