ELEGÍA AL VALOR DEL TRABAJO
PARTE 1
(LA IDEOLOGÍA DE GÉNERO)
No quedé Papá, me acaban de avisar.
Yo había esperado un par de días para preguntarle a Jazmín, pero suponía que el silencio en el chat familiar no era un buen augurio porque todos sabíamos la fecha límite para que le respondieran.
Que a uno no lo acepten en un trabajo es siempre frustrante y es una posibilidad para la que hay que estar preparados. La diferencia es que este “no quedé” era uno más de una cadena que llevaba más de un año.
Un año descubriendo ofertas, armando curriculum, mandando correos, participando en entrevistas online al mismo tiempo que otros candidatos, ilusionándose con los llamados a una segunda entrevista.
Mi hija está absolutamente calificada para el trabajo que busca (incluyendo dominio perfecto del inglés) y tiene experiencia, así que no era descabellado que más de una vez pensara que el puesto era para ella, pero tiene un gran problema: es trans.
Yo me había ido distanciando de Jazmín. No por algo en particular. Simplemente cada vez había menos comunicación entre un padre que vive en Italia y una hija en Buenos Aires, después de un par de años difíciles emocionalmente que seguramente hacían que ambos buscáramos un espacio y un silencio. Así que cada vez que le decían que no, intercambiábamos algunos mensajes en donde me mostraba solidario, y empático le regalaba seguramente un par de frases con lugares comunes sobre la paciencia.
Esa vez, la de ese último rechazo, fue distinta. Creo que la había sentido tan ilusionada y con tanta certeza de que le había ido muy bien en las dos entrevistas previas (la de la agencia de empleos y la primera con el empleador), que me había hecho inconscientemente la idea de que la pesadilla estaba por terminar. Cuando me dijo que no había quedado sentí un dolor que me paralizó.
Leí su mensaje estando en mi cuarto en medio de una reunión con amigos en casa, es decir en teoría en el peor momento (luego veremos que era el momento justo) y me costó integrarme de nuevo.
No era nada nuevo que le dijeran que no, así que no existe un hecho objetivo para mi tristeza. Era como que si toda la tristeza y frustraciones acumuladas por Jazmín me hubiesen caído juntas. En apenas un instante los 29 años de amor por ella se sumaron y llegaron en oleada inesperada.
Me provoco a gritar. Hacerlo fuerte. Decir una grosería que se escuchara lejano. Gritar ¿¡Qué hace distinto a una trans para que les de tanto miedo!? ¿¡Por qué hasta yo me lo pensaría antes de contratar a una trans para mi restaurante!?
Han pasado algunos meses desde ese día. He querido darme el tiempo de entender. He querido darme el tiempo de entenderme.
Y luego de muchos días, en que este escrito lo he hecho y deshecho en mi cabeza, regreso una y otra vez a tres conceptos: trabajo, oración e ideología de género.
La pequeña fiesta que daba en mi casa era para agradecer a amigos que me habían atendido en España y que tienen familia en el pueblo en donde vivo. Todos, ese día, éramos miembros de una fraternidad católica que se llama Comunión y Liberación.
Cuando me cayó como un rayo ese dolor por mi hija luego de leer el chat, quería hablar con alguien para desahogarme y me encontré con que por ironías de la vida todos mis interlocutores eran lo que uno podría asumir como católicos conservadores. Es decir todos, incluyéndome, miembros de una iglesia que dice que mi hija es como es por ideología. O sea, porque se dejó lavar el cerebro y un día nos dijo que siempre había sido mujer por seguir una moda.
Salí a la sala y me senté al lado de la agasajada a quien veía por segunda vez.
Y le conté todo. Es muy común eso, que uno se desahogue con alguien medio desconocido tal como hace el hombre triste en la barra del bar.
Letizia, así se llama ella, y los otros 3 que en ese momento compartíamos esa mesa, todos de Madrid, resultaron ser un equipo pragmático. Empezaron a buscar soluciones legales para que mi hija se viniera a Europa, a pensar que hacer y Letizia me dijo que le dijera a Jazmín que se viniera a su casa.
Es decir, mis amigos conservadores católicos como yo en ningún momento ofrecieron un juicio, nadie mostró cara de estar hablando de una aberración, y todos se activaron desde lo más profundo de corazones capaces de ver en cualquiera a un hijo de Dios.
Yo estaba conmovido y estupefacto. No niego que me resulta una contradicción que la misma iglesia que habla de ideología de género muestre un lado humano en ese caso. Creo que la iglesia se ha equivocado al hablar de ideología de género porque frivoliza una realidad durísima y le da argumentos a quiénes odian y hacen daño. De hecho darle una base de argumentos a quien cree que un trans debería ser asesinado es para mi de las mayores contradicciones de la iglesia católica.
Una persona trans tiene una marca en la frente (de eso argumentaré más adelante) que le pone la sociedad con la misma crueldad como cuando se marcaba un esclavo con fuego ardiente. Una persona trans sufre mucho, así que si fuese una moda o un lavado de cerebro les aseguro que esa persona “regresaría a ser normal” para no tener que vivir tantas humillaciones. Nadie desea sufrir eternamente. Solo por este hecho me parece un error conceptual descomunal catalogar de ideología de género todo el conjunto de realidades LGTBQ.
El hecho de catalogarlo además lo convierte en una enfermedad y al enfermo hay que apoyarlo por caridad cristiana como si habláramos de un loco que no se puede bañar.
Una sociedad que está preparada para ser caritativa con una persona trans que a su vez está en la calle justamente porque esa misma sociedad no le daría trabajo y la prefiere escondida con frases del tipo “que hagan lo suyo pero que no sea público”, es una sociedad fallida.
Una sociedad que no entiende que todo humano que no le ha hecho mal a nadie tiene exactamente los mismos derechos, es una sociedad fallida. Si una persona tiene miedo de salir a la calle algo está mal. Si una persona no tiene los mismos derechos a la educación, a un crédito bancario o a un seguro médico solo por ser distinta, algo está extremadamente mal. Cualquier justificación de esa situación no es más que una contradicción.
De hecho, si vamos a las estadísticas que muestran que 0,5% de la población occidental se define transgénero, el odio y el ruido que ha provocado ese odio hacia ellas y ellos es irracional. Obviamente 0,5% de personas como usted o como o yo, es decir personas, no pueden acabar con la humanidad. Una persona transgénero no pide caridad sino que le den trabajo y que no la golpeen por el solo hecho de salir a caminar.
Un par de semanas, después del día que les comento, le escribí a mi hija un corto mensaje que transcribo textual porque sin darme cuenta fue un hermoso resumen de lo que es Comunión y Liberación y mi fe.
“Jazmín. Yo he hablado mucho de ti con amigos de mi movimiento en Madrid.
Que logres emigrar legalmente es difícil porque viviendo en Argentina con pasaporte venezolano no puedes pedir asilo, pero si puedes estar tres meses. Y allí hay mucho trabajo por hacer con comunidades muy vulnerables: menores inmigrantes no acompañados, niños en cárceles, inmigrantes, gente de calle.
Te acogerían y podrías trabajar en esas caritativas (así le decimos nosotros) y ver otras miradas y otras cosas en las que quizás encajes, pero hay mucho compromiso detrás de eso. Implica que esos tres meses trabajes y estarás dentro de un movimiento religioso porque nosotros hacemos lo que hacemos y como lo hacemos porque seguimos al pie de la letra lo que enseñó Jesús.
Es decir: para ver amigos habría un día libre, pero vendrías a Europa a actuar por otros. Es gente que no pretenderá "curarte" por ser trans, sino ejercer algo en lo que creemos mucho en el movimiento y es el derecho a la felicidad de todos.
Pero mi amor es algo que solo puedes decidir tu porque es un compromiso, pero si creo que salir de Argentina y ver otras miradas te puede hacer un bien infinito.
Medítalo y si quieres hablarlo conmigo lo hablamos. Como siempre amor mío, es tu libertad.”
Y lo transcribo porque en el movimiento me siento libre para decir estas cosas y para invitar a que se discutan.
La respuesta de mi hija es la que me llevó a pensar por semanas lo que significa el trabajo. Me contestó:
“Hola papá, perdón que haya tardado en responder.
Mira lo estuve pensando y creo que no estoy para ese plan… estoy intentado activar la búsqueda de trabajo, independizarme…¿Qué piensas de esto que te digo? Te amo, gracias por estar pendiente de mi ❤️🩹”
¡Conseguir trabajo era y es su prioridad! Pero casi nadie contrata a una persona transgénero y la prueba es que usted que me lee seguramente no recuerda la última vez que le atendió una persona transgénero en un ámbito comercial o profesional cotidiano. Los seres humanos transgénero o buscan un camino propio y solitario como emprendedores en áreas que la sociedad acepta como si se tratara de payasos que solo tienen sentido en el circo, o dependen de ayudas, o deciden hacer trabajo voluntario por las personas de la comunidad que están en situación obligada de calle (¿Qué se le puede pedir a alguien que botan de su casa y no le dan trabajo?), o trabajan en call centers porque allí los clientes no ven las caras, pero rara vez las verás dando clase, construyendo un edificio o vendiendo verduras… “que hagan sus cosas pero que no salgan a la calle”.
Es espantoso tener una marca en la frente que te define, en lugar de ser definido por tu corazón o tu cerebro. Yo mismo como Papá he tenido ese conflicto y me parte el alma. Sé que si contrato como camarera a una transgénero la gente ya no hablaría del restaurante La Mèrica sino “del restaurante que es atendido por una trans” y seguramente perdería clientes. Yo mismo me he encontrado pensando que ojalá a mi muchachita amada no le hubiese tocado esto tan duro como si fuera su culpa, en lugar de entender que no es su culpa (y mucho menos de “una ideología”) sino de una sociedad sin corazón.
¿Por qué una persona transgénero desea trabajar? Por las mismas razones que lo desea un hombre, una mujer, un negro, un rubio, una persona con discapacidad motora, una persona con síndrome de Down, una genio o un extranjero.
De eso trata la segunda parte de este escrito.
PARTE 2
(EL VALOR DEL TRABAJO)
Las personas necesitamos trabajar por razones que van mucho más allá de querer ganar dinero o comprar cosas.
Yo, por ejemplo, salí de mi país hace 8 años y me costó mucho sentirme en casa. Fueron varios años de nómada, me mudé muchas veces, perdí el apego a objetos ante esa sensación de que todo se puede perder en un abrir y cerrar de ojos. Hace dos años vivo en una ciudad de Italia llamada Chiavari en donde nuevamente mi esposa y yo nos sentimos en casa y mi necesidad de trabajar no tiene nada que ver con poder comprar comida, sino con poder seguir viviendo en donde me siento bien. A una edad en que deberíamos pensar en retiro decidimos montar un restaurante no para ganar dinero sino para poder ganarnos el derecho a ser aceptados y ser útiles en una comunidad a la que queremos pertenecer. En este caso el trabajo es poder pertenecer.
Muchas veces el trabajo es el que te da la certeza de que eres tan valioso como cualquiera. Hay en Italia, por ejemplo, proyectos afines al movimiento al que pertenezco que generan oportunidades de trabajo para niños con síndrome de Down en Pizzeria o albergues, para jóvenes que están casi fuera del sistema escolar tradicional o para detenidos en cárceles. Nada más contagioso que la alegría de los niños de la pizzeria cuando les informan que serán contratados con contrato legal y fijo, la dignidad de un preso que se siente útil haciendo un panettone que recibe premios, o la de un adolescente que produce una cerveza artesanal excepcional. En estos casos el trabajo no es dinero, es redención y es sentirse amado.
El trabajo es libertad. Por algo una mujer a la que no le falta nada muchas veces le ruega al marido machista que la deje trabajar. Sentirse dependiente es una sensación de minusvalía que gota a gota va horadando la vida. Aunque tu madre afirme que no importa que sigas viviendo con ella, sabes que es un fracaso no tener los medios para vivir solo. El rito de salir de la casa materna hacia tu primera casa es un rito de iniciación hacia la libertad.
Aunque nos dicen, casi siempre con razón, que vivamos el presente; el trabajo es un constructor portentoso de futuro porque su certeza es el combustible de la planificación de nuevos proyectos, de asumir créditos bancarios o de plantear crecimientos.
El trabajo es el ticket que te hace entrar al tren con otros, ser parte. A veces me pregunto si el nihilismo y la apatía de tantos jóvenes, más que un síntoma de los tiempos, no es más bien nuestra incapacidad de involucrarlos en proyectos que apunten al bien común. Me consta que cada vez que alguien se sabe parte de algo más grande siente un orgullo enorme. Es la sensación que uno tiene cuando sale en grupo para recoger alimentos para un banco de alimentos.
El trabajo es familia. De hecho el querer hacer familia y casarse es un motor muy poderoso a la hora de querer tener un trabajo.
El trabajo no es dinero. No, el dinero es una consecuencia. El trabajo es dignidad… y cada vez que le negamos a cualquier grupo de la tierra ese derecho le estamos robando todo lo que he comentado en esta parte.
NOTA: No se si por la confianza que le dio saberse tan amada y protegida o por los rezos de tantos, Jazmín consiguió hace tres semanas un trabajo en inglés en un call center de una trasnacional. Desde hace tres semanas que le dijeron que sí casi no hablamos. Y soy inmensamente feliz porque no lo hacemos porque ella no tiene tiempo en medio de los entrenamientos y el horario de trabajo. Que bendición tener una hija ocupada y feliz.
Termino con una frase de Luigi Giussani, fundador de Comunión y Liberación: “El trabajo es la expresión de la vocación del hombre; no es algo que se añade desde fuera, sino el modo concreto en que el hombre participa en la obra creadora de Dios.”
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