#241 SIN ELLOS NO HABRÍA

Sobre la superficie turbia de la mar flota un amasijo de botellas de gaseosas de 2 litros, que han sido anudadas torpemente con un raído guaral de plástico que exhibe un verde decolorado por el sol. Están allí como únicos testigos del esfuerzo casi sobrehumano del hombre, que desde hace más de un minuto bajó en apnea con apenas un guante de carpintero y una mascara de visor rallado, por compañía ¡Plof! estalla el silencio cuando emerge una cabeza que comienza a ser calva, y con las manos a reventar de mejillones el hombre se aparta con el dorso de la mano mechones de cabello que tapan su visión. Apoya ambos antebrazos sobre la orilla de un peñero y acuñado por las axilas deja caer con delicadeza el tesoro. Apenas jadea. Pareciera evitar exhalar para evitar que el bufido recuerde que la jornada de falta de oxígeno apenas comienza. Uno a uno va separando los mejillones que están unidos por una maraña laberíntica de restos de hilos de red, algas y fondo marino. Luego de observarlos, los clasifica apartándolos como quien se dispone a limpiar caraotas y comienza a devolverle a la mar aquellos mejillones que no sobrepasan los seis centímetros que, mentalmente, mide con precisión de vernier. Llama la atención que no lanza displicente los mejillones, los deja caer. Casi podríamos pensar que sabe el lugar exacto en dónde desea que continúen su descanso, metros abajo.

El hombre permanece dentro del agua pero ahora en cada mano tiene un mejillón y con una combinación embriagante de precisión, usa cada mejillón para raspar la superficie del otro hasta dejarlos limpios. El trabajo no es fácil porque lo hace flotando en la mar. Medio cuerpo afuera, piernas que se mueven con rapidez para lograr flotabilidad. Careta sobre la cabeza. El trabajo se repite hasta que en el fondo del peñero únicamente quedan mejillones grandes de pulida superficie ¡Plof! vuelve a escucharse y apenas queda tiempo para ver los talones del pescador que vuelve a desaparecer en aguas que costosamente permiten visibilidad. Son las aguas, mar adentro, de la ensenada de La Guardia en la Isla de Margarita. Nuestro hombre es un mejillonero.

Podríamos pensar que descarta los mejillones pequeños porque no son comerciales. Podríamos pensar que les limpia la superficie por las mismas razones. Acerquemos la lupa a los mejillones mas grandes. Lo que hasta ahora era barro marino endurecido que afea el degradé de verdes, marrones y negros de los mejillones venezolanos, trastoca en no menos de 100 minúsculos mejillones que se aferran a la vida. Cada vez que un pescador de La Guardia devuelve a la mar esos minúsculos bivalvos, cada vez que regresa aquellos de menos de seis centímetros “que aún no han parido”, se resumen años de sueños teóricos de ecologistas –“Mi casa está hecha de mejillones señor Sumito” me dice el hombre. No es poético su comentario. Tengo la certeza de que, de depender exclusivamente de las decisiones tomadas por las manos voraces de intermediarios, restaurantes y comensales; hace rato ese hombre no tendría casa y esa mar sería erial yermo.

II

La comunidad pesquera de La Guardia exhibe un nivel de organización comunitaria realmente asombroso. Fijan cuotas de extracción, mantienen una disciplina férrea para garantizar que cada miembro devuelva a la mar los mejillones de talla inferior a seis centímetros, son pacientes a la hora de “resembrar” los minúsculos mejillones que se aferran a la superficie de los grandes, se niegan a pescar cuando los intermediarios desean quebrarles el brazo con precios leoninos, hacen guardia por turnos en la noche para que no les roben los motores de los peñeros, ¡pagan impuestos!, dejan descansar los bancos mejilloneros (minas es como las llaman) para garantizar reproducción y reinvierten parte de las ganancias en la comunidad.

Cada uno de los aspectos teóricos que exhibimos quienes pregonamos un manejo sustentable de los recursos, son llevados a la práctica por una comunidad organizada consciente de que su supervivencia económica depende de las medidas que han tomado. Todos los intelectuales tenemos claro el problema y eventualmente sus soluciones, pero estas solo tienen sentido en la medida en que les sean transferidas a las comunidades mediante entrenamiento; y en el caso particular de las comunidades de mejilloneros, guacuqueras y ostreras de Margarita, comienzo a pensar que es desde ellos que nos viene una gran lección. Una que en algún lugar de nuestros papeles esquivamos.

Sus necesidades y enseñanzas son bastante claras, y las soluciones de transferencia tecnológica, protección, marcos jurídicos y recetario para que puedan vender el producto terminado, están en nuestras manos ¡Hora de trabajar!

Comentarios

Señorita Cometa ha dicho que…
excelente artículo! me llenó de esperanza...que aún haya venezolanos "humildes" que son lo suficientemente inteligentes para cuidar su fuente de ingreso de esa manera tan organizada...Hermoso ejemplo. Mientras haya gente como ellos, habrá esperanza para el pais. Por que no se multiplicarán ellos mas rápido que los mejillones y mas rápido que los depredadores y aves de rapiña que pululan en nuestra tierra?
María Carmela Guerriero ha dicho que…
No tengo cultura de lectora, pero sí de curiosear entre publicaciones culinarias, vinícolas y chocolateras, pero al tropezarme con este maravilloso artículo, casi que un poemario, pensé en cualquier escritor de poemas, cuentos o historietas. Mi asombro fue al saber que eras tú, que pareciera que estuvieras relatando uno de tus exquisitos platos, los de tus raíces, los venezolanos. Me encanta la exaltación que le das a esa valiosa labor, de los mejilloneros de margarita. Gracias… Mª Carmela Guerriero

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