LA BALADA DE KEMO Y ENEKO

Por las calles de una minúscula aldea de Guinea-Bissau, en la frontera con Senegal, caminaba a los 14 años Kemo, cuando enfermó del corazón. Mala hora, mala edad y, sobre todo, mal lugar para hacerlo, en un país un poco más pequeño que nuestro estado Anzoátegui, devastado por una guerra civil y prácticamente sin instituciones en pie. Quiso el destino que una ONG española decidiera tomar su caso y Kemo terminó viviendo el año pasado en Madrid. Quiso el destino también que en esa ciudad Eneko decidiera darle cobijo por 8 meses al niño, mientras engordaba, se operaba y pasaba el tiempo de recuperación. Terminado el tiempo de los lazos iniciales de afecto, del aprendizaje, Kemo volvió a Bissau y Eneko a su vida. Kemo regreso más gordo bajo el calor desconocido de jamones y pimientos que Eneko le hizo en noches de recuperación y de lenguajes desconocidos. Eneko quedó, quizás, con un huequito en algún lado.

Eneko llamaba con frecuencia al hospital de la capital de la ex colonia portuguesa quedando con la intranquilidad de saber que sólo una vez al mes Kemo era visitado por su padre ¿Qué estaría comiendo Kemo?. Un día de Diciembre Eneko supo que no había padre. Supo que Kemo hacía rato estaba bien de salud. Supo que no tenía casa. Supo que ese hospital había pasado a ser hogar. Ese diciembre, Eneko volaba por primera vez en su vida a África y luego de un reencuentro signado por la timidez del lenguaje no compartido y del brillo de los ojos que no olvidan, se lanzó a la búsqueda de la aldea de Kemo, de su madre, de su mundo. La aldea no era hogar, ni llama, ni pasado, mucho menos bienvenida. No lo puede ser para un niño de mal agüero en el cuerno de África. Y Eneko agarró de la mano a su muchacho para recorrer de nuevo las calles de Madrid, ésta vez en febrero, luego de firmar una caución ante el estado español en donde se comprometía a no adoptarlo… ¡Triste formar de entender que luego del saqueo de las minas, los hombres sobran!

Kemo habla fula y Eneko vasco y español. Kemo tiene 15 y el hijo de Eneko unos 9 que no son suficientes para el fardo de celos estrenados. Son hogar, pero Eneko no sabe bien como hacerle hogar a un adolescente que camina entre calles extrañas. Adoptar es un acto que sólo es posible para almas muy particulares. Bajo el contexto de esta historia, que ya es balada, un acto con tal nivel de arrojo y de amor da para considerar llenas las cuotas solidarias, pero Eneko sabe que hogar, calor, amor, seguridad, futuro, no son suficientes para hacer feliz a un niño. Eneko camina y lo sabe. Eneko le sirve un potaje a Kemo y lo sabe. Eneko cocina con un amor inmenso lo que de chico le hacía su madre… y lo sabe. Sabe que no es suficiente. Sabe que el hogar está en otra parte. Menos tangible, más doméstica.

II

Camina Eneko un sábado entre calles bulliciosas de Madrid, llenas de gente negra, aromas extraños, ingredientes exóticos y acento. Ha hecho la tarea, ha leído, estudiado, imaginado aromas y sabores. Un tubérculo palpado, una pregunta al vuelo pidiendo consejo y entrenamiento, le disparan sonrisas premonitorias de alegrías por venir.

Cocina Eneko en Madrid. Cocina africano. En la cama, por primera vez Kemo comienza a canturrear en Fula a medida que el aroma de la pimienta de Guinea lo va arropando. Se acerca Kemo y ve a Eneko guisando pollo con mostaza, cebolla, limón y pescado salado. El aroma penetrante del Yassa lo lleva de nuevo a algún 12 de septiembre en el que todavía celebraban el día de su patria. Por primera vez en esa casa hay arroz blanco y coco. Canta en Fula Kemo.

III

Es sábado y los madrileños ya se han acostumbrado a ver al barbudo español transitar los recovecos del mercado africano. Un adolescente le va explicando como es que las puestas de sol de África se tiñen de merey. Se aman. Sobre todo porque ambos poseen certezas: el niño, la del amor inmenso que le profesa Eneko. El hombre, la certeza de haber entendido que el hogar se lleva en la memoria gustativa. Que aunque el chico aprenda a tomar cerveza será el vino de merey el que lo vuelva adulto. La certeza de que hogar, a partir de ahora, es el aroma en las mañanas del café mezclado con el de una humeante olla de warga (té verde dulce) y que la llegada a la mesa de unos pimientos piquillos rellenos de pescado africano desalado, es sólo cuestión de tiempo.

A lo lejos un hombre y un niño llevan una enorme torta de casabe bajo el brazo. Pelean… él insiste que el Barsa es mejor que el Madrid. El otro ríe. Entran a una tasca y él le dice: “Hoy tomaremos juntos nuestra primera caña con tortilla de bacalao, querido Kemo.”

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