ME GUSTAS MARGARITA

Me gusta la Isla de Margarita. Es más, me gusta mucho ésta Isla. Me parece grandioso que en éste país de costa infinita, en donde la comida marina no aparece en los primeros diez lugares de una lista de “comida típica”, los pobladores insulares mantengan un obstinado reinado de todo aquello que suene a mar. Margarita debe ser de las poquísimas islas del caribe en donde el cerdo no es rey. Me gusta ser testigo de dos realidades gastronómicas solapadas e impermeables la una a la otra, como si se tratara de un cuento de ciencia ficción que narra la historia de dimensiones simultáneas: Por un lado cientos de restaurantes hacinados en los pocos metros cuadrados de los centros comerciales, con las palabras mediterráneo, crédito de proveedores y “aceto balsámico” tatuadas con hierro candente; por el otro, una especie de restaurante infinito desparramado por las calles de la isla y de su península que entiende a los puertos de poblados, a los conucos o a los mercados de Conejero y de los Cocos como su despensa. Dos realidades que de ser descritas por un promotor boxístico sonarían a algo como: -¡Por ésta esquinaaa el salmón y el atún… Y por ésta otraaa el chucho, el mondeque, el malacho y el pez sapooooo!

Me gusta la isla porque se niega a aceptar que lo “típico” que queda a espaldas de quien se pierde en la no línea del horizonte durante el atardecer, cuando sol acaba de desaparecer, sea la justificación eufemística del abandono y la dejadez hacia los pobladores de las zonas costeras. Me gusta porque tiene ese lado de Macanao que muchos vemos con los mismos argumentos poéticos de virginidad que hoy embriagan a los chamitos enloquecidos por Australia. Me gusta porque su gente se ha negado a convertirse en masa aduladora de un turismo que a ratos exhibe la peor faceta de los colectivos: la creencia de que todo se puede y está permitido; pero lo ha logrado sin agredir.

II
Al estado Nueva Esparta se están mudando varias decenas de familias al mes. Históricamente los lugares en donde hay bonanza económica, se convierten en espirales que atraen de manera natural a las representaciones modernas de los ancestros buscadores de oro. Las posibilidades de hacer dinero en la isla no son particularmente diferentes a las del resto del país, por lo que tristemente en Margarita el oro que todo lo llama pareciera decir en sus letras promocionales “¡Venga, aquí es un poquito más seguro!”, trasmutando lo intangible del áureo brillo por cosas más tangibles como son el abrazo de alguien que regresa a casa. Semejante andanada de foráneos ha traído consigo un dicho que se esparce: “La Isla tarde o temprano patea a los navegaos”. Oída de sopetón suena la frase como un agresivo canto de guerra, pero es cuestión de ver el vaso a medio llenar. Es una frase que recoge algo tan hermoso como lo puede ser un grito seductor.

Nadie espera al navegao, nadie tiene porqué esperarlo con todos los trámites de gestoría a punto y apiladitos. Ni el hijo, con recién adquirido pasaporte ganado por linaje familiar, debe esperar que en una semana Europa lo acoja con regalos que sudaron los que habitan, ni mucho menos debe esperarlo quien acoge a la isla de Margarita como refugio. Esa frase es muy clara. Lo único que dice es: “Entiéndeme, no me violentes, quiere parecerte a mi, entiende mi comida, mis bailes, mis cantos. Si lo haces te prometo que ese día te sentiré uno más y entonces ese día dejarás de ser “navegao” para mi; si no, pues mala suerte hermano, escogiste un lugar que no se parecía a ti sino a tus sueños”.

III
Acaba de culminar el congreso de cocina Catas Gourmet en el salón de convenciones del Sambil, en Margarita. A la par de emoción que últimamente me arrebata gracias a la incontinente profusión de eventos gastronómicos surgidos desde las regiones, éste evento emocionó por su impecable organización, por el apoyo irrestricto de quienes quieren a la isla


Paul Launois en su exposición de Catas Gourmet

María Fernanda Di Giacobbe en su exposición de Catas Gourmet

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