Tolerancia cero

La campaña de tolerancia cero es impresionante y omnipresente en Brasil. Sencillamente decidieron que es imperdonable manejar con el mortal alcohol corriendo por la sangre (inclusive una copa de vino) y así se lo están haciendo saber a la población. Por todas partes se ven letreros de publicidad de las casas licoreras y del gobierno recordando lo que a todas luces es un cambio de paradigmas en una nación particularmente fiestera. Los operativos de la policía y los juicios penales le recuerdan a la población que ésta vez la cosa va en serio.

En paralelo, en USA, un barman le pregunta con seriedad a un grupo de jóvenes cuál será el conductor asignado para asegurarse de no servirle bajo ningún pretexto una bebida alcohólica a él o ella. Sabe que si, por desgracia del destino, quien tiene un accidente de tránsito venía de un local en el que se expende licor, la pena legal será compartida por quien conduce y por el local que permitió que bebiera. De ese barman depende literalmente el futuro comercial de la operación para la que ha sido empleado.

Al mismo tiempo el jolgorio de un grupo invade la madrugada de un local nocturno de Bogotá. Ninguno está en condiciones de manejar, pero se acercan al servicio de conductores asignados que una cooperativa financiada por el gobierno ha dispuesto para sus clientes. Alguno de ellos terminará por manejar el auto de quien a todas luces no está en capacidad de hacerlo y su paga incluirá el monto para tomar un taxi de regreso.

Un pequeño ejercito de policías comienza a tomar la cabecera de una autopista de Holanda, son muchos para asegurar celeridad en la pequeña batalla que están por emprender. Son las diez de la mañana de un día laboral cualquiera escogido al azar y junto a sus armas de fuego de reglamento, están otras mucho más poderosas para la ocasión: detectores de alcohol y libretas de multa. Para ningún conductor es sorpresivo el operativo. Todos colaboran. Holanda es un país en donde el conductor asignado es cosa seria. Por bromear lo llaman Bob, pero ese Bob nunca tocará el alcohol y lo más interesante es que quien sirve no tiene necesidad de preguntar quien es el conductor designado. En Holanda, convertirse en responsable de un grupo es cuestión de consciencia y negociación de grupo.

Nuevamente un grupo sale de un local nocturno. Se han dejado llevar por la emoción del reencuentro y descubren que ninguno de ellos posee los niveles mínimos de alcohol en la sangre como para manejar. Uno de ellos toma su celular y llama a un grupo de voluntarios de su ciudad. Al cabo de media hora, desde la gélida noche aparece un carro con dos personas. Uno se baja y toma el volante del grupo, el otro los sigue de cerca para poder recoger al voluntario una vez que lleguen a destino. No hay pago de por medio mas allá del que dicte la consciencia del salvado. Es Canadá, es el siglo XXI.

II

Hemos visto los diferentes estadios a lo que una sociedad puede llegar para controlar a quienes toman el volante. Pasamos desde sociedades como la brasilera que ha optado por un sistema totalmente represivo para lograr cambios de costumbres asentadas; a otras en donde la represión es compartida, como es el caso de USA, gracias el terror de perder la licencia de expendio de alcohol. Hemos visto aquellas en las que el Estado decide ser garante como la colombiana, pasando por aquellas como la holandesa en donde los individuos entienden que en sus manos está tanto la vida propia como la de otros. Hemos culminado con el increíble caso canadiense, en donde la solidaridad misma es la punta del iceberg del respeto hacia la vida de los demás.

¿En donde estamos nosotros?... pues simplemente en la barbarie misma. Uno de cada dos accidentes de tránsito en nuestro país sucede porque alguno de los conductores involucrados está en estado en ebriedad. Vivimos en un país en que (como bien señala Laureano Márquez) lo inaudito no es que los buhoneros vendan cerveza en la autopista, sino que quien lo hace también nos vende la ley de tránsito.

Honestamente no nos importa cuál es el modelo que debería tomar nuestro país o si inventaremos uno propio. Lo único que nos importa es que ante el flagelo la tolerancia sea cero y que llegue el día en que se nos acerque un fin de año como el que se avecina en cuatro días y las estadísticas por conducir en estado de ebriedad sean una anécdota. El día en que todos nos abracemos con un sonoro ¡Feliz Año!

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