De la soja al rentismo empobrecedor

Como grano, la soja se cultiva desde hace por lo menos 5000 años, y no exageramos al decir que es lo más parecido al bíblico maná por sus propiedades beneficiosas para el hombre. De hecho, siempre ha habido una relación casi teológica con el grano, una vez que los monjes budistas vegetarianos descubrieron su valor nutritivo como sustituto de la carne y extendieron su uso por Asia en un período que va del siglo I al VI de nuestra era. Por si no fuese suficiente la perspectiva de conseguir un sustituto de las proteínas animales, su siembra trae un beneficio adicional en términos ecológicos: enriquece la tierra en donde se siembra por su capacidad para fijar nitrógeno.

La paradoja comienza cuando descubrimos que el hombre no la está sembrando para alimentarse. Una vez procesada, rinde un quinto de aceite y lecitina y cuatro quintos de harina. En el caso de la lecitina, es importante entender que desde los años 20 ésta (que originalmente se obtenía de las claras de huevo), se obtiene del grano de soja y es justamente la propiedad que tiene de mantener unidos a dos enemigos clásicos como son agua y grasa, la que ha hecho que su presencia termine en nada menos que tres cuartas partes de todos los productos que usted ve en los anaqueles de los supermercados y en prácticamente todos los productos de la industria de comida rápida. De hecho, es tan omnipresente hoy en día, que inclusive está en el biodiesel y hasta en la tinta que se usó para imprimir esta hoja que tiene en sus manos. El segundo caso –el de las harinas- es peor. Nuestro sistema digestivo rechaza a la soja cruda, pero es ideal para alimentar animales. Hoy en día 80% de la producción mundial de soja se emplea exclusivamente en alimento para animales.

En pocas palabras: el hombre está usando las pocas tierras fértiles que va dejando en su afán predador, para alimentar animales y para volver perecederas las chucherías. A la larga este maná comienza a convertirse en un tirano feroz.

II


En la década de los 60, 90% de la soja mundial era producida por USA. Con el tiempo el negocio de procesamiento y comercialización quedó prácticamente en manos de 4 trasnacionales que manejan más de 95% de la comercialización mundial, en un negocio que va subiendo como la espuma a medida que la tercera parte de la población mundial (India más China) ha comenzado a volverse ferozmente carnívora. Debido a la demanda creciente, comenzaron a ser necesarias tierras en donde sustituir los cultivos tradicionales por comida para animales y materia prima para daditos de pollo. Aquí es donde entra nuestra querida Latinoamérica en la fórmula: La siembra migró a países ricos en tierra y más ricos aun en pobreza y mano de obra barata. Es así como hoy en día, Brasil produce 18% de la soja mundial y Argentina con paso frenético comienza a sustituir sus cultivos tradicionales por este monocultivo. Las consecuencias no se han hecho esperar.

Es evidente que las economías de los países productores de soja han sufrido un repunte cuántico gracias a ella. Pero esto se ha logrado gracias a una deforestación importante tras la búsqueda de tierras adicionales para sembrar soja, de situaciones de virtud esclavitud en algunos casos (La OIT considera que el número de personas que trabajan en condiciones de esclavitud en Brasil es de 50.000 personas) y de pobreza para los campesinos, ya que al sustituirse todos los cultivos históricos por este monocultivo, hoy en día alrededor de las zonas sojeras (es decir en donde están las tierras fértiles del país), es prácticamente imposible encontrar frutas y verduras, salvo que se importen.

Nuevamente, Latinoamérica cae en la trampa de ingresos enormes que se ven hermosos cuando se habla de producto Interno Bruto (PIB) y esas cosas, pero que al mismo tiempo acrecienta el abismo con los excluidos en un proceso perverso de las economías rentistas, que en lugar de generar industrias productivas que busquen la independencia económica, mantienen la estructura de un minero que extrae de la tierra materia prima para que otros la procesen.

Nota: Una parte importante de los datos aquí presentados provienen del libro Obesos y famélicos, escrito por el autor anglo-indio Raj Patel. Libro que recomiendo ampliamente.

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