CCD: UNA EPIDEMIA

Cuando empezaron a enfermar y morir, nadie lo notó. Inicialmente, porque el número de muertes no era lo suficientemente alto como para hacer sonar alarmas, y luego, cuando ya era evidente que algo maligno pasaba, se explicaron las muertes como una fluctuación histórica con antecedentes en otras épocas. Pero la epidemia continuó su paseo implacable y para el año 2007 las consecuencias eran imposibles de esconder: Un tercio de todas las colonias de habitantes habían muerto sin dejar rastro. El mundo se acercaba a la pesadilla de moradas fantasmas por doquier y a la desaparición de cultivos. Comenzó así una carrera frenética de investigación para lograr detectar el origen y la cura de la gran epidemia del siglo XXI, bautizada como Desorden de Colapso de Colonias o CCD por sus siglas en idioma inglés.

La tarea para los equipos científicos resultó ser un reto como pocos habían visto. La propagación de las muertes era veloz y no existía un patrón claro. Algunas estaban infectadas por el virus de la parálisis israelí, otras por parásitos que les producían disentería, otras mostraban signos de intoxicación por pesticidas y muchas habían sido atacadas por ácaros. Al final la conclusión resultó muy preocupante: Las colonias estaban siendo aquejadas por un síndrome de inmunodeficiencia y por lo tanto su muerte era resultado de cualquier elemento patógeno oportunista que aprovechara esta susceptibilidad.

Aunque usted no lo crea, nos referimos a la muerte de abejas. Ahora que lo sabe, seguramente se preguntará: ¿Porqué el mundo está gastando una cantidad realmente colosal de dinero y tiempo para lograr recuperar la población de colonias de abejas en el mundo?... La respuesta es aun más dramática.

II

Existen por lo menos 100 tipos de cultivos en el mundo que para reproducirse dependen exclusivamente de la polinización lograda por las abejas en su pasear incansable. Por ejemplo si usted en su patio siembra un árbol de aguacate y espera paciente hasta verlo crecer y llenarse de flores, créame, que a falta de abejas, con impotencia será testigo de un suelo forrado de flores estériles. Igual será para un árbol de manzana, uno de almendras o un sembradío de brócoli. El trabajo silencioso, paciente y sobre todo gratis, de las abejas es calculado hoy en día a nivel mundial en la exorbitante cifra de 215 mil millones de dólares… es decir, casi un año de ingresos de nuestro país si sumamos todos los rubros de producción. Las perspectivas de un mundo sin abejas son tan graves que ya existen sembradíos en China que dependen exclusivamente de la impagable polinización manual (¡Imagínese un ejército de torpes hombres haciendo el trabajo de abejas!) e inclusive se estima que la crisis pueda afectar a la industria de las carnes, dado que muchos de los alimentos de animales (la alfalfa, por ejemplo) dependen igualmente de la laboriosidad de las abejas para reproducirse. A la luz de estos números resulta entonces evidente que cualquier gasto en investigación para salvarlas, resulta poco.

Varias veces en ésta columna hemos analizado las consecuencias catastróficas del manejo moderno en nuestra relación con el medio ambiente, así que quizás usted ya para este momento lo intuya: las estamos matando nosotros. Aparentemente la fórmula que usamos para lograrlo es una combinación de uso masivo de pesticidas y el manejo de conceptos de monocultivo. En el primer caso es el uso de neonicotinoides (pesticidas que imitan a la nicotina del tabaco) el gran culpable, ya que entran en el polen y menguan notablemente la habilidad de las abejas para recordar el camino de vuelta a sus panales. El segundo caso es mucho más complejo ya que nuestra pasión por campos bonitos sin hierbas, y nuestro empeño por sembrar un único tipo de cultivo en grandes extensiones, está trayendo como consecuencia que las colonias de abejas se desnutran al perder sustentos fundamentales por falta de diversidad.

La humanidad más temprano que tarde tendrá que entender, que si no restablecemos nuestro antiguo pacto con la naturaleza hasta retomar equilibrios que construimos por milenios… vendrá el hambre.

Nota: Los datos citados fueron obtenidos del artículo “Salvando a las abejas”, escrito por Diana Cox y Dennis vanEngelsdorp para el número de Abril 2009 de la revista Scientific American.

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