LA UNIVERSIDAD: CANTERA DE GENTE CAPAZ
José Izquierdo miró de nuevo por la ventana y no pudo evitar erizarse al notar como la estrella amarilla, hasta hace poco apenas un punto más en el cielo, ya tenía el tamaño de un pelota de béisbol. La humanidad llegaba a su fin. Como único consuelo le quedaba pensar que no habíamos sido nosotros los causantes del estallido que lo acabaría todo. José estallaba también. De impotencia estallaba. Era hijo del último director de la agencia espacial, antes de que fuese cerrada porque resultaba demasiado costoso financiar a una ciencia inútil manejada por teóricos. ¡Quien sabe si cien años después, hubiese estado ese mismo entramado de conocimientos en capacidad de sacarnos del entuerto definitivo! – Una humanidad que se dio el lujo de juzgar a Galileo y preguntarle a Faraday -¿para qué sirve eso?- cuando presentó a la sociedad su descubrimiento para lograr corrientes eléctricas con imanes en movimiento, merece este destino – dijo José con amargura. ¿Para que sirve un recién nacido?, ironizó...