Delhi (Final parte 1 de la India)
En la madrugada viajo al Norte (Punjab) a reencontrarme con la casa en donde pasé la infancia ... no habrá Internet por unos días.
Chandni Chowk (El mono)
Khari Baoli (Mayor mercado de especias de la tierra)
Khari Baoli
Lava ollas en Chadni Chowk
Chadni Chowk (El gran Bazar de Delhi)
J.P Singh, Chef del Bukhara
Chichi, Titi y Martín
Es un lugar común, escrito y oído hasta el cansancio, pero es la verdad: nada ni nadie puede prepararnos para Delhi. Este es el país de lo números absolutos, hablar de porcentaje pierde sentido. Decir que una minoría en este país constituye apenas el 2 % de su población, es hablar de un número de personas igual a toda la población de Venezuela. 25 millones de genios en computación, 25 millones de poetas, 25 millones de locos o timadores (seguramente, en porcentaje, menos de los que tenemos nosotros). Con números así, lo sublime y el horror nos abraza por millones; manteniéndonos en un permanente carrusel de emociones en el que sólo queda dejarse llevar. En el mundo de los absolutos, la desinformación es pecado: a Delhi no se debe llegar sin estudiar. Aun así, las guías tal vez preparan para el ruido, la salud, los códigos de educación, la historia que arropa o las rutas a seguir; pero hay cosas que no pueden trasmitir. En Delhi, despojados, volvemos a la introspección primigenia y la soledad es bulliciosa. Somos desheredados de la cotidianidad de nuestros cercanos, descubrimos que nuestros códigos de apego al dinero -una vez cambiados- nos vuelven inseguros. Nada huele igual. El hombre es un animal que quiere compañía, seguridad y ser capaz de reconocer instintivamente el entorno; es bueno un paseo a las antípodas para recordarlo. Es bueno saber que seguimos siendo mamíferos. En occidente nos hemos empeñado en esconder bajo un manto de hipocresía nuestra natural necesidad de seguridad económica. Acá es diferente, sin rodeos ni medias tintas. En una boda, los novios se pasan de mano en mano un billete en un acto con simbología clara. Cuando entrevistamos al dueño de un restaurante no oímos únicamente la gracias, también nos dice espero que tu programa me traiga más gente. Sin rodeos, sin medias tintas, sin exhibir la vergüenza que sentimos en occidente. Una vez que esto se entiende, surge el placer del regateo y el apego deja de ser banal. Todos, en esta tierra, necesitamos lo mismo. Todos queremos llevarle comida a nuestros hijos.
La somnolencia no alejada de un despertar en Delhi, trae los recuerdos de aquellos que quedaron en casa y el diálogo interno induce a decir Buenos días amor. Minutos después, calculamos que ese amor está saliendo de la oficina y que sus buenos días no se sincronizaron con los tuyos. No estuviste allí cuando despertaron. Te sientes sólo. Quieres reconocer e inspiras, pero nada, absolutamente nada, en la India posee un olor reconocible, evocador. Las manos de la gente, el olor de la ropa, los autos, las paredes, las sábanas, el control del televisor, el periódico, la cuchara de acero. Todo, todo huele diferente. Cuando regrese, prometo oler a Caracas. Acá he descubierto que no se cual es su olor. No lo recuerdo.
Es un país seguro, atestado, en donde caminar está permitido. Todos caminamos nerviosos y confundimos nuestras propias inseguridades con la inexistente inseguridad de la calle. Luego de un par de días notas que aun tienes una cámara guindada al cuello. Nadie te la ha arrancado el evidente bolsito atestado de las posesiones preciadas que te empeñas en esconder debajo de la camisa. La angustia de la transparencia es peor que cualquier otra e instintivamente quieres que te noten, quieres pertenecer. Es una estupidez pretender que una vida, unos minutos, pueden adosarte varios miles de años de códigos. No eres igual ni lo serás jamás. Una vez que logramos entender esto, llega el momento de relajarse y entregarse. Entregarse a la comida. Nuevamente mamífero: en la sensación de hambre te reconoces y con ella te integras.
En el avión de Air India por primera vez comí comida casera mal hecha y no comida para astronautas. Buen comienzo. Delhi es un gran bazar de comida, dudo que exista otro lugar en la tierra con más restaurantes. Al principio uno tiende a desconfiar porque nuestros códigos arquitectónicos occidentales hacen que confundamos los restaurantes por comida de la calle. Aquí realmente no hay existe la comida callejera (salvo maníes y algunos dulces), podría más bien decirse que Delhi es un gran restaurante con la calle como sala. La bastedad de la cultura gastronómica de este país es tan descomunal que salvo que estemos acompañados por un Indio, es prácticamente imposible decidir conscientemente que comer. La relación de los niños con la comida es envidiable pocas veces he visto algo así: están en todos los restaurantes y en todos se les ve al lado de sus padres comer con la avidez golosa de los gastrónomos; leen los menús como los grandes. Por ser este el mundo del pollo, el cordero y los vegetales; no hay sorpresas extrañas que puedan atentar con nuestros pruritos culturales, así que el azar es una buena solución. Se puede comer completo desde 1 $ hasta 50 $ por persona … la experiencia del dólar es muy superior.
Finalmente tres recomendaciones para iniciados: Si va a comer comida vegetariana del sur pida un Thali, es el equivalente a nuestro menú de degustación y el restaurante Sagar es una gran opción. Si lo que desea es comer comida musulmana, por unanimidad el restaurante es Karim al lado de la mezquita Jama Masjid. Finalmente en el Delhi Stall hay una feria con restaurantes de cada estado de la India.
Chandni Chowk (El mono)
Khari Baoli (Mayor mercado de especias de la tierra)
Khari Baoli
Lava ollas en Chadni Chowk
Chadni Chowk (El gran Bazar de Delhi)
J.P Singh, Chef del Bukhara
Chichi, Titi y Martín
Es un lugar común, escrito y oído hasta el cansancio, pero es la verdad: nada ni nadie puede prepararnos para Delhi. Este es el país de lo números absolutos, hablar de porcentaje pierde sentido. Decir que una minoría en este país constituye apenas el 2 % de su población, es hablar de un número de personas igual a toda la población de Venezuela. 25 millones de genios en computación, 25 millones de poetas, 25 millones de locos o timadores (seguramente, en porcentaje, menos de los que tenemos nosotros). Con números así, lo sublime y el horror nos abraza por millones; manteniéndonos en un permanente carrusel de emociones en el que sólo queda dejarse llevar. En el mundo de los absolutos, la desinformación es pecado: a Delhi no se debe llegar sin estudiar. Aun así, las guías tal vez preparan para el ruido, la salud, los códigos de educación, la historia que arropa o las rutas a seguir; pero hay cosas que no pueden trasmitir. En Delhi, despojados, volvemos a la introspección primigenia y la soledad es bulliciosa. Somos desheredados de la cotidianidad de nuestros cercanos, descubrimos que nuestros códigos de apego al dinero -una vez cambiados- nos vuelven inseguros. Nada huele igual. El hombre es un animal que quiere compañía, seguridad y ser capaz de reconocer instintivamente el entorno; es bueno un paseo a las antípodas para recordarlo. Es bueno saber que seguimos siendo mamíferos. En occidente nos hemos empeñado en esconder bajo un manto de hipocresía nuestra natural necesidad de seguridad económica. Acá es diferente, sin rodeos ni medias tintas. En una boda, los novios se pasan de mano en mano un billete en un acto con simbología clara. Cuando entrevistamos al dueño de un restaurante no oímos únicamente la gracias, también nos dice espero que tu programa me traiga más gente. Sin rodeos, sin medias tintas, sin exhibir la vergüenza que sentimos en occidente. Una vez que esto se entiende, surge el placer del regateo y el apego deja de ser banal. Todos, en esta tierra, necesitamos lo mismo. Todos queremos llevarle comida a nuestros hijos.
La somnolencia no alejada de un despertar en Delhi, trae los recuerdos de aquellos que quedaron en casa y el diálogo interno induce a decir Buenos días amor. Minutos después, calculamos que ese amor está saliendo de la oficina y que sus buenos días no se sincronizaron con los tuyos. No estuviste allí cuando despertaron. Te sientes sólo. Quieres reconocer e inspiras, pero nada, absolutamente nada, en la India posee un olor reconocible, evocador. Las manos de la gente, el olor de la ropa, los autos, las paredes, las sábanas, el control del televisor, el periódico, la cuchara de acero. Todo, todo huele diferente. Cuando regrese, prometo oler a Caracas. Acá he descubierto que no se cual es su olor. No lo recuerdo.
Es un país seguro, atestado, en donde caminar está permitido. Todos caminamos nerviosos y confundimos nuestras propias inseguridades con la inexistente inseguridad de la calle. Luego de un par de días notas que aun tienes una cámara guindada al cuello. Nadie te la ha arrancado el evidente bolsito atestado de las posesiones preciadas que te empeñas en esconder debajo de la camisa. La angustia de la transparencia es peor que cualquier otra e instintivamente quieres que te noten, quieres pertenecer. Es una estupidez pretender que una vida, unos minutos, pueden adosarte varios miles de años de códigos. No eres igual ni lo serás jamás. Una vez que logramos entender esto, llega el momento de relajarse y entregarse. Entregarse a la comida. Nuevamente mamífero: en la sensación de hambre te reconoces y con ella te integras.
II
En el avión de Air India por primera vez comí comida casera mal hecha y no comida para astronautas. Buen comienzo. Delhi es un gran bazar de comida, dudo que exista otro lugar en la tierra con más restaurantes. Al principio uno tiende a desconfiar porque nuestros códigos arquitectónicos occidentales hacen que confundamos los restaurantes por comida de la calle. Aquí realmente no hay existe la comida callejera (salvo maníes y algunos dulces), podría más bien decirse que Delhi es un gran restaurante con la calle como sala. La bastedad de la cultura gastronómica de este país es tan descomunal que salvo que estemos acompañados por un Indio, es prácticamente imposible decidir conscientemente que comer. La relación de los niños con la comida es envidiable pocas veces he visto algo así: están en todos los restaurantes y en todos se les ve al lado de sus padres comer con la avidez golosa de los gastrónomos; leen los menús como los grandes. Por ser este el mundo del pollo, el cordero y los vegetales; no hay sorpresas extrañas que puedan atentar con nuestros pruritos culturales, así que el azar es una buena solución. Se puede comer completo desde 1 $ hasta 50 $ por persona … la experiencia del dólar es muy superior.
Finalmente tres recomendaciones para iniciados: Si va a comer comida vegetariana del sur pida un Thali, es el equivalente a nuestro menú de degustación y el restaurante Sagar es una gran opción. Si lo que desea es comer comida musulmana, por unanimidad el restaurante es Karim al lado de la mezquita Jama Masjid. Finalmente en el Delhi Stall hay una feria con restaurantes de cada estado de la India.
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