275 AROMA A PUERROS ASADOS
Todo se parece a todo cuando no se conoce. Nada vuelve a ser igual cuando se entiende. Vino tinto es vino tinto, así, sin mas. Sin lágrimas que se aferren al interior de la copa. Sin memoria ni untuosidad. Arroz blanco es arroz blanco. Sin perfume a tierra que impregna las manos cuando está crudo ni sueltico que lo revele. Cerveza es amargo. Caviar es salado. Té verde es té verde. Casi una medicina que grita antioxidante y adelgazante. Maná del hombre nuevo que ha reducido la mas hermosa de las sutilezas a panacea milagrosa que conjure sus desmanes.
Pero té verde no es té verde. Té verde es poesía.
II
El hombre mira absorto la olla con agua esperando que desde el fondo comiencen a brotar las primeras burbujas ¡Plop! Salta el primer respiro sobre la superficie del agua, y apaga el fuego. Como pidiéndole perdón por abandonarla momentáneamente le hace una reverencia, y deja que sus dedos pulgar, índice y medio pellizquen el interior de la bolsa que tiene la minúsculas bolitas de gunpowder. Solo toma lo que esos tres dedos son capaces de retener y piensa. Piensa en la hoja de té arrancada que le ha avisado al resto de la mata. Piensa en las hojas alarmadas que, todavia parte de la mata madre, comienzan a cambiar de aroma por protección. Piensa en los siglos de sapiencia que han determinado los minutos exactos de marchitado para lograr el aroma perfecto. Imagina al hombre llevando su carga al tambor de cocción e intuye la leña, el fuego reparador. Casi puede ver las manos delicadas y curtidas que toman hoja por hoja, enrollándolas hasta convertirlas en minúsculas bolitas.
Deja el hombre caer las perlas de té en la taza y la llena con el agua tibia. Lo hace de a poco. Como evitando despertar al té de su letargo con violencia. Y se queda absorto el hombre viendo la taza. Parece el amanecer de un niño. Se estiran lentamente las hojas. Saludando. El agua va pasando de transparente a amarillo. De amarillo a verde. Y con el último color entregado, comienzan a caer las hojas al fondo de la taza. Avisan que ha llegado el momento del encuentro.
Abraza la taza el hombre. Palmas que se encorvan. Ocho dedos que en sus puntas apenas se rozan. Deja que el calor de la taza le arrope y cierra lo ojos. Huele. Llega el aroma a puerros asados, a ceniza. Duda el momento del sorbo. Quiere que dure por siempre. Y dura.
III
El mundo del té verde es tan complejo, si no mas, como el del vino. Se divide entre la bastísima variedad de los chinos y los tres grandes japoneses, que a falta de otro tipos de té, han convertido la dupla té verde japonés en redundante. La altura y el terroir de cosecha, la decisión de hacer crecer las matas bajo sombra o sol, tomar las primeras hojas cargadas de glucosa de la primavera o las robustas de Mayo, tiempo de marchitado a sombra o sol, la decisión de oxidar la hoja un poco (caso de los Oolong) y la cantidad de oxígeno presente en ese momento, el corte, doblado o molido (caso del Matcha japonés) de la hoja, y sobre todo el tipo de coccion para fijar la hoja, que pude ir desde calor seco, calor con leña, wok, vapor muy caliente, hasta simple deshidratación controlada; cada uno de estos factores (y lo que es mas fascinante: su combinación), logran un té con personalidad totalmente diferente que no solo hace que el disfrute sea visual (variaciones de color y "baile" de las hojas), sino con variaciones en sabor realmente dramáticas.
Es tan hermoso el mundo del té verde, que personalmente resiento el mercadeo del mismo desde el plano de sus propiedades medicinales. Al respecto cito una frase fabulosa de Michael Harney en "Guide to tea: "No hay pruebas concluyentes desde el punto de vista científico de sus beneficios, solo la certeza de que nadie ha logrado probar que sea dañino".
Venezuela no es un país tomador de té y por ello, en su gran mayoría, los que se consiguen son aquellos de calidad menor comprados a granel, mas por precio que por características. Lo que es peor, siempre son vendidos mediante genérico (Té verde y ya), sin hacerle honor a sus nombres y apellidos que tantos siglos de paciente artesanía ha costado labrar. En general, el gusto del té está siendo entrenado por los comerciantes desde el recurso fácil de combinaciones con aceites aromáticos frutales. Ello no es malo per se, e inclusive puede ser un vehículo para introducir el ritual de su consumo, lo que es un error es no aprovechar la novel ventana que se abre para apasionar a la gente hacia su conocimiento mas profundo.
Le invito. Tome té, pero sobre todo, tómese su tiempo.
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