CURUCUTEANDO NEVERAS


Pertenecemos a la era en donde la posesión de aparatos tecnológicos, cada vez más, es la que determina la valía social de un individuo. Este hecho quedó muy bien reflejado en un comercial en donde un personaje toma una caja de la basura de un vecino y la coloca en la suya, para que el vecindario asuma que es él quien se compró un televisor de última generación. Desde la irrupción de la tecnología, el protagonista de los afectos que determinan la dupla aspiración-consumo que amenaza con engullirnos, ha variado; pasando de el teléfono a la radio o de la olla de presión a la licuadora. Dime que tipo de botón aprietas y te diré quien eres pareciera ser la parodia moderna del clásico refrán. Algunos de esos aparatos llegaron para cambiar nuestra historia y otros no pasaron de ser necesidades creadas, pero uno que no sólo partió nuestra manera de comer en dos sino que pasó a ser fundamental, es la nevera.

Aunque el origen del frío producido artificialmente habría que achacárselo (¡nuevamente!) a los chinos, quienes en el siglo 14 estudiaron los cambios de temperatura producidos por la evaporación de salmuera, la aparición de la nevera como artefacto masivo doméstico es muy nueva. Bastante atinado resultó el poeta Aquiles Nazoa cuando en un escrito humorístico titulado “Lo que abunda”, iniciaba con: «La señora Paquita de la Masa, ricacha de esta era, se compró hace algún tiempo una nevera y la instaló en la sala de su casa en donde se la ve todo el que pasa», dejando patentes la importancia y novedad que imbuían socialmente a los refrigeradores en los años cuarenta del siglo pasado.

Una vez omnipresente, la refrigeración trajo lo que posiblemente es el cambio de consumo gastronómico más dramático en la historia de la humanidad. No es temerario decir que, cincuenta años después de la irrupción cotidiana de la refrigeración, la forma en que nos alimentamos no tiene ni siquiera atisbos comunes con la manera casi intacta a como veníamos alimentándonos por varios miles de años. Un reflejo curioso, casi humorístico, de ese hecho puede palparse en la página web: www.fridgewatcher.com. Se trata de una página en la que se publican las fotos de los interiores de la neveras de voluntarios que se han prestado para este experimento fisgón. Debido a que las fotos son clasificadas por país, la página termina por ser un tremendo documento histórico que permite entender los hábitos de las diferentes sociedades. Unos pueblos son claramente comedores de frutas y vegetales, otros grandes tomadores de cerveza, otros poseen pasión por los lácteos y algunos usan a la nevera para guardar restos de comida rápida. El proyecto obviamente carece de rigurosidad y métodos científicos como para poder sacar conclusiones sociológicas apoyadas en estadísticas serias, pero permite observar otra de las grandes consecuencias que le ha traído la nevera a las sociedades: el grueso de lo que consumimos viene en un empaque, en contraposición a los tiempos en que los alimentos viajaban diariamente desde el anaquel a la bolsa de mercado y de allí a la olla o la sartén. De poderse medir cuantitativamente el impacto económico que en diseño y maquinarias trajo la nevera (nos referimos a la industria del empaque), seguramente nos encontraríamos con montos que superan al valor mismo de los alimentos que contienen. Se trata de una industria que no sólo surgió por razones estéticas o de transporte, sino llevada de la mano de uno de los cambios más notable en nuestra forma de alimentarnos: la posibilidad de conservar en el tiempo alimentos sin cambiarlos.

La supervivencia de la humanidad ha estado íntimamente ligada a su capacidad para conservar alimentos; pero toda técnica de conservación es invasiva y cambia radicalmente las características organolépticas de los alimentos: un jamón serrano no sabe igual que una pata cruda de cerdo y unos limones marroquíes en conserva no saben a limón. Justamente en este aspecto es que la nevera hizo su contribución mayor, al abrirle la oportunidad a la humanidad de conservar alimentos perecederos, manteniendo casi intactas sus características.

Quizás la única perversión que trajo el aparato en cuestión, fue que contribuyó en el aumento de adicción a la azúcar, debido a que al momento de volvernos comedores de cosas frías (leche, cereales, lácteos, salsas, etc.), y por lo tanto menos sensibles al dulce, la industria de alimentos comenzó a adicionarle azúcar a los empacados para asegurarse el gusto colectivo.

De algo no queda duda, si desea saber de forma expedita las costumbres y el nivel de bonanza económica de los moradores de una casa… ¡curucutee en su nevera!

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