UNA MUJER, SU ESPOSO Y 300 CABRAS

En la vía que une a la capital del estado Nueva Esparta y a la ciudad de Juan Griego, en la Isla de Margarita, se encuentra Tacarigua. Zona fértil y montañosa poblada por orgullosos pobladores que la han trabajado con tesón. En los altos, a lo lejos, se pude divisar un mar que engulle al sol en las tardes, en una zona que a ratos parece extraída de nuestro piedemonte andino. Allí, hace cinco años se instalaron Carvis y Amilcar con diez cabritas. Allí ambos aprendieron a equilibrarse en tierra firme luego de haber pasado tres lustros viviendo en un velero. Desde allí, sin ruido, gritan una lección (o más precisamente, cuatro) que no deja de emocionarme a medida que se devela:

La primera es de vida. Cuando no es por ser empujados a abismos en tiempos de necesidad, reinventarse después de los 40, es una empresa que exige una dosis de valentía importante. Y es justamente en ese arrojo que estriba la primera lección importante de este par. En tiempos en que está de moda asistir a talleres motivacionales, creo que basta una buena visita a la finca de cualquier productor venezolano (de esos que con las uñas y viviendo por años al límite de sus economías, han tenido claro su futuro), para volar con sus éxitos y sentir países posibles. Hoy la finca tiene 300 cabras lecheras, una casa un poco más arreglada y unos caminos de tierra que lentamente comienzan a cubrirse de cemento. Oírlos contar su historia permite colocar en la perspectiva correcta algo que se nos está olvidando: detrás del éxito de muchos, se encuentra un entramado de sabores y sinsabores que unos quieren llamar curva de aprendizaje y yo, prefiero colocar en los terrenos de lo merecido. Que después de varios años sin dormir y comiendo a medias, la tierra le de a un agricultor lo suficiente como para comprarse una casa o un carro y finalmente la estabilidad para lograr ese tipo de vida, no puede considerarse ni gratis, ni delito. Ya lo dije, es sencillamente la lógica esquiva de lo merecido.

La segunda lección, se basa en la claridad del proyecto que tienen. Han buscado el asesoramiento masivo de agricultores y veterinarios de nuestras universidades, así como el apoyo gubernamental en el ámbito crediticio gracias a iniciativas del Ministerio de Ciencia y Tecnología. De hecho, a raíz de ésta experiencia, toqué las puertas de la Facultad de Veterinaria de la UCV, en Maracay, para un proyecto personal, y encontré la misma respuesta: Una academia ávida de productores que crean en lo que ellos hacen y sobre todo, quieran hacer uso del caudal infinito de investigación apilada en nuestra universidades. El resultado de ésta búsqueda de alianzas con nuestra academia ha sido brutal, si lo vemos ante la lupa de las estadísticas: 300 cabras de genética pura que producen por día 4 veces el promedio de leche nacional. Producción que al cabo de cinco años ya casi vuelve autosuficiente, en el plano económico, a la operación gracias a la producción absolutamente artesanal de queso que hacen en su casa, para luego repartir a un mercado, de restaurantes voraces, que les vacía en segundos los anaqueles.

La tercera lección es humana. Me consta que Carvis y Amilcar, tienen un sueño que los mantiene insomnes: lograr transmitir la enorme experiencia acumulada en horas de prueba y error hasta lograr, que tanto sus vecinos como quienes se acerquen a su proyecto, logren a través del uso racional de la genética y de la tecnología, que se replique la exitosa experiencia de promedios de producción de su finca. Está claro que la soberanía alimentaria de los pueblos se sustenta en una fórmula que pasa por lograr oportunidades (dadas por créditos y subsidios) de manera sustentable y con conciencia de respeto ecológico, pero está claro también que ello es imposible sin que haya un seguimiento paciente y desinteresado de transferencia de tecnologías de producción (asumiendo que es condición sine qua non)… El negocio no es tener cabras, el negocio es tenerlas productivas por muchos años respetando a quienes las vieron nacer.

Finalmente la cuarta lección, es más bien una predicción que aventuro. Si muchas personas desean seguir a Carvis y a Amilcar, en su sueño, y si todos establecen patrones legales que protejan la artesanía local de producción de queso a través de reglas inviolables, le habrán entregado al país uno de los intangibles más preciados de la modernidad: ¡Una denominación de origen!

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