VINOS DEL NUEVO MUNDO
La existencia del vino es tan antigua, que su origen histórico lleva inevitablemente a comienzos cargados de brumas bíblicas y mitológicas. En donde no existen dudas es a la hora de colocar al Imperio romano como el gran protagonista de la expansión de su consumo; por lo tanto hablar de una historia moderna del vino igualmente nos lleva a la asombrosa cifra de dos milenios. Fueron los herederos europeos de la tradición romana (España, Portugal, Italia y Francia principalmente) quienes habrían de introducir sus tradiciones enológicas en nuestro continente, una vez detectadas tierras y climas aptos para la siembra de la vid. Es así, como desde el siglo XVI puede hablarse de producción sostenida de vinos americanos. Vinos que en estos cinco siglos han ido encontrando su camino, una vez que la infalible prueba del éxito-error ha determinado cuáles cepas y cuáles tierras son las más idóneas para su producción en nuestro continente. Ante el peso de una historia que se remonta a Noé, es natural que todo vino producido en nuestras tierras sea conocido como del Nuevo Mundo, honor compartido con California, Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica.
Los vinos de nuestro continente están naciendo en el contexto histórico, pero su irrupción viene cargada de una potencia y un desenfado adolescentes, que claramente está cambiando la industria del vino a nivel mundial. Los vinos tradicionales de Europa han construido su prestigio sobre el concepto de terroir y por lo tanto, la denominación de su origen es fundamental. Por el contrario, los vinos del Nuevo Mundo, como bien escribe el enólogo venezolano Vladimir Viloria en la Guía del Vino 2008, “centran su propuesta en la búsqueda de la mejor fruta posible”. Las consecuencias de esta afirmación han sido tremendas, al punto que hoy en día es natural nombrar a los vinos de acuerdo al tipo de uva (llamados varietales). Para que se entienda, con ello queremos decir que anteriormente lo usual era entender que la palabra Chateau, por ejemplo, implicaba automáticamente que el vino con esa etiqueta era de una zona específica de Francia llamada Burdeos y sólo se hacía con uvas establecidas por un código de clasificación inviolable (eso es terroir). Hoy por el contrario, es posible también decir que un vino de Chile o Argentina es un Carmenere o un Malbec (eso es hablar de varietal), refiriéndonos así al tipo de uva usada.
Inicialmente los vinos del Nuevo Mundo se hicieron calcando las técnicas tradicionales depuradas por milenios en Europa. La consecuencia de ello: vinos que se adjetivizaban como decentes, para no ser duros con éstos. Una vez que la industria vitivinícola del Nuevo Mundo se abocó a la búsqueda de un lenguaje propio, con enólogos que crean vinos pensados en la cultura gastronómica local, cepas únicas ideales para nuestros climas, referencias de catas basadas en nuestros recuerdos olfativos de infancia, depuración de técnicas de acuerdo a nuestras realidades particulares y un mercadeo sin vergüenzas, en donde hasta las etiquetas de la botella nos representan como cultura; las consecuencias no se hicieron esperar. Una vez que nuestros vinos dejaron de ser imitaciones de sus hermanos mayores, la crítica especializada pudo verlos desde una perspectiva objetiva sin referentes previos y comenzaron a cobrar no sólo personalidad, sino un valor propio ganado en buena lid. De acuerdo a las estadísticas de la Organización Internacional del Vino, órgano rector de su comercio internacional, en la década de los 80 los vinos del Nuevo Mundo representaban 1,7 % del mercado mundial… ¡Hoy representan 21,4 % y el crecimiento que se espera es arrollador porque han pasado a ser los preferidos del mercado asiático! El histórico mercado del vino en Europa tiembla aterrado desde hace un par de décadas y en este instante la Comunidad Europea se encuentra en frenéticas negociaciones para plantear reformas en sus políticas vitivinícolas.
En el contexto latinoamericano, Chile es el líder indiscutido con 138 viñas, una compañía que es la quinta a nivel mundial en ventas (Concha y Toro), un crecimiento sostenido anual de exportaciones de 30 % en el último quinquenio y ventas anuales, en dólares, del orden de un millardo ¡Desde el vino, nuestro continente está poniendo al mundo a hablar en latinoamericano! Una experiencia claramente indicativa de lo que podemos lograr, una vez que entendemos que la inserción en el mundo global pasa primero por entender valores propios.
Los vinos de nuestro continente están naciendo en el contexto histórico, pero su irrupción viene cargada de una potencia y un desenfado adolescentes, que claramente está cambiando la industria del vino a nivel mundial. Los vinos tradicionales de Europa han construido su prestigio sobre el concepto de terroir y por lo tanto, la denominación de su origen es fundamental. Por el contrario, los vinos del Nuevo Mundo, como bien escribe el enólogo venezolano Vladimir Viloria en la Guía del Vino 2008, “centran su propuesta en la búsqueda de la mejor fruta posible”. Las consecuencias de esta afirmación han sido tremendas, al punto que hoy en día es natural nombrar a los vinos de acuerdo al tipo de uva (llamados varietales). Para que se entienda, con ello queremos decir que anteriormente lo usual era entender que la palabra Chateau, por ejemplo, implicaba automáticamente que el vino con esa etiqueta era de una zona específica de Francia llamada Burdeos y sólo se hacía con uvas establecidas por un código de clasificación inviolable (eso es terroir). Hoy por el contrario, es posible también decir que un vino de Chile o Argentina es un Carmenere o un Malbec (eso es hablar de varietal), refiriéndonos así al tipo de uva usada.
Inicialmente los vinos del Nuevo Mundo se hicieron calcando las técnicas tradicionales depuradas por milenios en Europa. La consecuencia de ello: vinos que se adjetivizaban como decentes, para no ser duros con éstos. Una vez que la industria vitivinícola del Nuevo Mundo se abocó a la búsqueda de un lenguaje propio, con enólogos que crean vinos pensados en la cultura gastronómica local, cepas únicas ideales para nuestros climas, referencias de catas basadas en nuestros recuerdos olfativos de infancia, depuración de técnicas de acuerdo a nuestras realidades particulares y un mercadeo sin vergüenzas, en donde hasta las etiquetas de la botella nos representan como cultura; las consecuencias no se hicieron esperar. Una vez que nuestros vinos dejaron de ser imitaciones de sus hermanos mayores, la crítica especializada pudo verlos desde una perspectiva objetiva sin referentes previos y comenzaron a cobrar no sólo personalidad, sino un valor propio ganado en buena lid. De acuerdo a las estadísticas de la Organización Internacional del Vino, órgano rector de su comercio internacional, en la década de los 80 los vinos del Nuevo Mundo representaban 1,7 % del mercado mundial… ¡Hoy representan 21,4 % y el crecimiento que se espera es arrollador porque han pasado a ser los preferidos del mercado asiático! El histórico mercado del vino en Europa tiembla aterrado desde hace un par de décadas y en este instante la Comunidad Europea se encuentra en frenéticas negociaciones para plantear reformas en sus políticas vitivinícolas.
En el contexto latinoamericano, Chile es el líder indiscutido con 138 viñas, una compañía que es la quinta a nivel mundial en ventas (Concha y Toro), un crecimiento sostenido anual de exportaciones de 30 % en el último quinquenio y ventas anuales, en dólares, del orden de un millardo ¡Desde el vino, nuestro continente está poniendo al mundo a hablar en latinoamericano! Una experiencia claramente indicativa de lo que podemos lograr, una vez que entendemos que la inserción en el mundo global pasa primero por entender valores propios.
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