ELLA SE LLAMA PARRA
Foto robada de Internet
Una metálica fila multicolor de carros discurre sinuosa, con paso pesado, abriéndose camino hacia el mar. El desordenado arreglo de letreros, muestra su oferta incontinente a sudorosos copilotos, que se entretienen con el irracional catálogo que compite por su atención. Entre una mujer de proporciones perfectamente moldeadas que algo anuncia y otra que mira fijamente invitándonos a algo imposible de recordar, está un solitario vivero. Testarudo recuerdo de tiempos en que vivir era casa y casa planta. Ya hace un par de minutos que el azar de lo imprevisto ha paralizado a la culebra de metal que silba con corneteo impaciente sus ganas de evaporar al tiempo. Junto a un dátil y un par de flores está ella ¿Qué hace una parra de hoja solitaria en medio de la Isla de Margarita?
Días después un hueco capitalino, de un prolijo jardín citadino, se prepara para recibir a su nueva huésped. Rápidamente la luna de miel entre ella y su mentor se relaja y las visitas para regarla se van espaciando hasta convertirse en una rutina que depende exclusivamente del ánimo que cada día tenga el cielo. Seis meses después, los habitantes de la casa observan con asombro una hoja de parra que se asoma sobre un matero que está dos metros más arriba de la base de la planta, imponiendo sus ganas de vivir. Cuando van a visitarla de nuevo, se encuentran con un robusto tronco que creció sin hojas hasta lograr asomar su frustración. Un apurado arreglo, claramente intentado por manos aficionadas, construye una improvisada pérgola y la parra, pareciendo entender, saca un resto de fuerzas para lograr coronar la cima con su remate final. Ya descansando sobre los barrotes paralelos de la cima, se acuesta y disparada por el peso genético de su evolución cargada de éxitos y fracasos, comienza a reproducirse con velocidad pasmosa hasta bañar con su sombra espesa al patio. Pasa el tiempo y llega el día esperado en que siente que es hora de ceder un primer racimo ¿Habrá una botella que encierre su alma viva inclusive décadas después de su muerte? ¿Alguien hará vino con él? ¿Pensarán en sus verdes cambiantes bañados de luz americana cuando diseñen la etiqueta? ¿En el momento de comer con ese vino, los expertos seguirán empeñados en describir a la explosión dual con la científica palabra armonía o habrán retomado la poesía de la palabra maridaje? ¿Ya nació el cocinero que use ese vino para cocinar? - cuerpo saciado, tierra de nuevo- ¿Delicias con forma de cilindro se esconderán entre sus hojas cocidas? ¿Contarán una a una, doce uvas el próximo año nuevo?... ¿Cuándo llegue el momento final, los hijos de estos recogerán su tronco y al incinerarla perfumarán una carne con el humo del sarmiento?
Sonríe consciente, sabe que en cada una de las dulces uvas se concentra el peso de la historia y posee la certeza de que es una historia escrita con risa y melancolía en donde nunca hubo cabida para el dolor. Es una parra del Nuevo Mundo, de cepa Carmenere. Ríe.
Es lógico que sea así, no sólo por las implicaciones culturales sino (palabras de Vásquez Montalbán de nuevo) “por ser una bebida que tiene varios milenios evolucionando hasta lograr un ritual relativamente reciente creado y recreado por la burguesía decimonónica “
Latinoamérica no escapa ni al chovinismo ni a los rituales. Nuestra pujante industria vitivinícola, englobada con el genérico de Nuevo Mundo, maduró en las últimas décadas con rapidez pasmosa en el plano comercial hasta convertirse en un referente obligado. De las implicaciones de esta irrupción, hablaremos el próximo domingo.
Días después un hueco capitalino, de un prolijo jardín citadino, se prepara para recibir a su nueva huésped. Rápidamente la luna de miel entre ella y su mentor se relaja y las visitas para regarla se van espaciando hasta convertirse en una rutina que depende exclusivamente del ánimo que cada día tenga el cielo. Seis meses después, los habitantes de la casa observan con asombro una hoja de parra que se asoma sobre un matero que está dos metros más arriba de la base de la planta, imponiendo sus ganas de vivir. Cuando van a visitarla de nuevo, se encuentran con un robusto tronco que creció sin hojas hasta lograr asomar su frustración. Un apurado arreglo, claramente intentado por manos aficionadas, construye una improvisada pérgola y la parra, pareciendo entender, saca un resto de fuerzas para lograr coronar la cima con su remate final. Ya descansando sobre los barrotes paralelos de la cima, se acuesta y disparada por el peso genético de su evolución cargada de éxitos y fracasos, comienza a reproducirse con velocidad pasmosa hasta bañar con su sombra espesa al patio. Pasa el tiempo y llega el día esperado en que siente que es hora de ceder un primer racimo ¿Habrá una botella que encierre su alma viva inclusive décadas después de su muerte? ¿Alguien hará vino con él? ¿Pensarán en sus verdes cambiantes bañados de luz americana cuando diseñen la etiqueta? ¿En el momento de comer con ese vino, los expertos seguirán empeñados en describir a la explosión dual con la científica palabra armonía o habrán retomado la poesía de la palabra maridaje? ¿Ya nació el cocinero que use ese vino para cocinar? - cuerpo saciado, tierra de nuevo- ¿Delicias con forma de cilindro se esconderán entre sus hojas cocidas? ¿Contarán una a una, doce uvas el próximo año nuevo?... ¿Cuándo llegue el momento final, los hijos de estos recogerán su tronco y al incinerarla perfumarán una carne con el humo del sarmiento?
Sonríe consciente, sabe que en cada una de las dulces uvas se concentra el peso de la historia y posee la certeza de que es una historia escrita con risa y melancolía en donde nunca hubo cabida para el dolor. Es una parra del Nuevo Mundo, de cepa Carmenere. Ríe.
II
“Impresiona que la humanidad haya creado un líquido, no para apagar la sed, sino para saborearlo”, es la lúdica afirmación que expone el escritor catalán Manuel Vásquez Montalbán en su libro Contra los Gourmets. La pasión que genera el vino sólo puede explicarse si se mira a través de los lentes chovinistas de cada pueblo: No hay un país productor de vino que desprecie los vinos de otro pueblo, porque ese desprecio implicaría mancillar lo que todos aceptan como sagrado, pero tampoco ha aparecido el país productor, que desee nadar el frío terreno de las objetividades, hasta aceptar que puede haber vino superior al suyo ¡Todo vino de otro es el hijo apreciado y respetado que no llegará jamás a tener la perfección del nuestro!Es lógico que sea así, no sólo por las implicaciones culturales sino (palabras de Vásquez Montalbán de nuevo) “por ser una bebida que tiene varios milenios evolucionando hasta lograr un ritual relativamente reciente creado y recreado por la burguesía decimonónica “
Latinoamérica no escapa ni al chovinismo ni a los rituales. Nuestra pujante industria vitivinícola, englobada con el genérico de Nuevo Mundo, maduró en las últimas décadas con rapidez pasmosa en el plano comercial hasta convertirse en un referente obligado. De las implicaciones de esta irrupción, hablaremos el próximo domingo.
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