#249 EN LA LONCHERA
Planificar un plato diferente para cada día. Planificarlo sabroso. Planificar que fuese correcto. En fin, planificar, era una tarea. Un trabajo. Así lo entendía y así lo asumía. Ese día licuó berenjena con ají dulce y pimentón. Con ese líquido remojo por un rato carne de soya y algo de afrecho de trigo hasta que se hidrataran, para luego mezclar el poco atractivo menjurje marrón con carne molida. Hizo albóndigas. Por experiencia había llegado al equilibrio perfecto entre vegetales licuados, carne de soya y carne verdadera, como para que sus hijos jamás descubrieran el timo.
Mientras las doraba en un poco en aceite de oliva, aprovechó para licuar tomate y zanahoria y se los agregó a la olla. Cocinó con calma, disfrutando las bocanadas aromáticas que a ratos le llegaban. Mientras se hacían las bolitas con salsa de tomate que tanto le gustaban a sus hijos, hizo un puré de papas tradicional. Había leído, se había formado, y sabía perfectamente que si sus hijos iban a comerse la masa de carbohidrato que era ese puré, necesariamente tenía que agregar fibra. Sus bolitas tramposas, esas albóndigas de mentira, no eran otra cosa sino el pasaporte para que sus hijos pudiesen comer papa sin que tuviese remordimiento.
Es cierto que el tiempo no era justamente lo que sobraba en esa casa de horarios urbanos y descabellados. Igualmente cierto que hace rato se vendía carne congelada y perfectamente moldeada, como para resolver el escollo del plato principal de la lonchera de sus hijos en minutos. Pero tenía claro que el amor trascendente, el que deja huella, el que moldea, sólo se conquista desde el espacio de la responsabilidad. Pensar, que enseñar a comer a sus hijos o dedicarle tiempo a entender su lonchera era un trabajo, le resultaba tan descabellado como pensar que ayudarlos en las tareas escapaba de sus tiempos. Así como mas de una vez se había sentado a recordar conceptos perdidos en el pasado estudiantil para ayudarlos con los trabajos escolares, así había dedicado tiempo en pensar en comida. No hacerlo, en cualquiera de los dos casos, tenía implicaciones espantosas para el futuro de ellos. La lonchera, esa lonchera, llevaba escondida una profunda carga de afecto responsable.
Luego licuó zanahoria, remolacha y jugo de naranja. Mientras hacía el tres en uno, no pudo evitar sonreír al recordar lo duro que había sido y lo agradable que era.
– Tarde o temprano un niño malcriado que deja de respirar tiene que abrir la boca, en algún momento les dará sed. No te angusties tanto – Le dijo el pediatra amigo cuando, alarmado después de ver la nevera de la casa atestada de refrescos, le recomendó que sólo dejara agua y jugos naturales en ella, si no quería que sus hijos terminarán diabéticos y obesos.
Fue durísimo. Patalearon, y lo hicieron con profesionalismo. Se negaban a los jugos y simulaban muerte por sed. Tarde o temprano los vencía el cuerpo. Al principio fue solo agua. Con los meses, tímidamente, un sorbo acá o un vaso allá de los jugos. El tiempo de las peleas no había terminado. Ahora se trataba de decidir cual de los dos niños decidía la fruta para hacer jugo.
– ¡A él le toco la semana pasada!... – ¡Si pero él siempre escoge cambur! – La lonchera, esa lonchera, llevaba escondido el profundo conocimiento que se necesita para entender la estacionalidad frutal y barroca de un país.
Finalmente acomodó un Tupper con dulce de lechosa. Ningún niño nace genéticamente entrenado para saber lo que es chuchería. Premio, postre y celebración lo definen. Por suerte, los niños de esta casa habían sido premiados desde pequeños con los postres de la abuela. Merengón de guanábana, tres leches, dulce de icacos… ¡Tanta Venezuela habían comido en cada ida al colegio! Porque esa lonchera, llevaba como impronta indeleble la memoria gustativa, que a la larga adheriría a la tierra a esos muchachos con clavos dulces de pertenencia.
II
¿Es un trabajo planificar y hacer la lonchera de nuestros hijos? ¡Claro que lo es! Y es un trabajo duro. La pregunta no es plantearse si lo es o no, la pregunta es: ¿Debemos trabajar por nuestros hijos?
Todo padre sabe perfectamente lo que debe (o no) comer su hijo, y si no lo sabe, las posibilidades de asir esa información con los recursos actuales, es casi infinita. Todo padre sabe igualmente que criar muchachos es un trabajo duro… Todo padre responsable no lo cuestiona. Es nuestro trabajo.
Comentarios
Nadie nace aprendido, y eso se reafirma cuando ves crecer un bb y en conciencia le entregas lo mejor de ti con el amor que sabe lo importante de esa siembra.
Actualmente, reeducar es la gran tarea. Ella aún no refleja resultados pues sólo este año se ha vuelto política pública.
Un gran saludo desde Argentina.