#237 MATO, LUEGO EXISTO

El mayor reto del hombre no ha sido evitar la muerte sino ordenarla. Hábiles como somos para endulzar los oídos con palabras que legitimen nuestras vergüenzas, nuestra metódica carnicería depredadora debe revestirse de una palabra fundamental: sustentabilidad. En el mundo de cazadores y cazados, no podemos hablar de guerra, sino del equilibrado ritual del que corre y el que se esconde. La vieja discusión de animales que es políticamente correcto comer y los que son una inmoralidad asar, siempre queda saldada en el mismo momento que alguien decide tener por mascota a un conejo o ponerle nombre propio a una gallina. Comemos animales y lo grave no es discutir la moralidad detrás de nuestra omnívora condición genética, sino entender que hemos logrado una finura tecnológica tal, que a la hora de perseguir, nos hizo evolucionar desde nuestra condición de depredadores y entramos al exclusivo club de exterminadores. Sabemos, sin pudor ni vergüenza, que estamos acabando con nuestra despensa proteica y a partir de ahora nuestra discusión ecológica es una de supervivencia: O nos fajamos a cuidar o desaparecemos.

Una de las aristas detrás del concepto de sustentabilidad, la de la cría, ya está bastante resuelta. En tiempos pretéritos trabajamos arduo para pacificar y domesticar aquello cuyo sabor nos atraía y, quizás, el giro irónico detrás de nuestra asombrosa capacidad para reproducir en corrales que anteceden a mataderos, es que de no existir estos hacinados dormitorios de paso ya hace rato estarían extintos sus habitantes. Tal como en su momento pasó con el cuasi desparecido bisonte o con los bonitos mamuts. El reto moderno es otro, y se nos presenta con tres aristas adicionales.

Sigamos por la arista más agresiva: "O son ellos o nosotros". Recientemente se levantaron en Venezuela las sirenas ante la llegada a nuestras costas del forastero Pez León, uno de lo depredadores marinos mas feroces que existen no solo por su voracidad, sino por carecer de enemigos. El sibaritismo del ornamental pescado lo lleva a preferir como alimento a los alevines (es decir, a los recién nacidos) de todos aquellos peces que casualmente nos gusta comer. Semejante y desleal competencia en la carrera depredador-víctima no solo es inaceptable, sino que no es enfrenta a la nada deseable posibilidad de una mar que mas que despensa, pase a ser acuario. En este caso, lograr sustentabilidad solo es posible desde la óptica del exterminio: O acabamos con todos los peces León (que por cierto son comestibles y bien sabrosos) o nos quedamos sin alimento. Extraño aliado le surgió a la fauna marina.

A la tercera arista del problema nos enfrentamos cuando hemos tocado los límites y, de no tomar cartas inmediatas en el asunto, tenemos que agregar una línea mas a la lista de especies extintas. Un caso que ejemplifica lo complejo que puede llegar a ser la veda absoluta, lo tenemos con el tiburón y su hijo predilecto el cazón. Todos los entes especializados saben que de no establecerse una veda absoluta en la pesca de tiburones para darle tiempo a su población de recuperarse, a la vuelta de la esquina nos enfrentaremos a avistamientos (la palabra-eufemismo preferida por la humanidad cuando arrasa); pero por otro lado una prohibición de este tipo puede tener consecuencias importantes tanto para la economía artesanal como para la economía de comunidades que tienen en el guiso onotado de cazón una de sus banderas de mercadeo importantes. Es triste decirlo, pero no sería la primera vez que la afición golosa a un plato ha llevado a la desaparición de una especie animal.

Finalmente, la cuarta arista del problema de la sustentabilidad proteica es aquella que tiene que ver con los productos de cacería o pesca. Es un caso bastante más fácil de manejar gracias a nuestra forma científica de encarar la muerte en masa. Basta que entendamos las condiciones de hábitat, psicología, costumbres y ciclos de reproducción de aquello que queremos matar, y rápidamente estaremos en capacidad de generar los manuales y el marco legal para hacerlo de forma correcta. Casi siempre la única pared a la que nos enfrentamos en estos casos es la erigida por nuestra propia cultura: Nos da grima matar lo que nos parece bonito (no es casual la alharaca ecologista que se arma con el consumo permitido de chigüire en nuestra semana santa), consideramos necesario hacerlo con bichos feos como el pulpo y nos es indiferente si el animal es lejano como un jabalí.

A la hora de matar, todo es cuestión de orden. No queremos que nos recuerden que somos una especie que para dominar a el fuego, tuvo que dominar primero lanza y cuchillo.

Comentarios

Alejandro Álvarez Iragorry ha dicho que…
Realmente una posición más que interesante, aún visto desde la óptica ambientalista en que me muevo. Felicitaciones de nuevo.
cerdoferoz ha dicho que…
Muy interesante y acertada perspectiva, para conservar no debemos dejar de comer sino recobrar ese delicado equilibrio entre consumir y arrasar... podrá la desmedida ambición humana controlarse?
Anónimo ha dicho que…
@MarioGDuran: justo comentaba con mi esposa que existe un reto, aun no dimensionado, el de criar las especies de peces que mas nos gustan ya que se enfrenta a la doble paradoja o comes y acabas o prohibes y acabas con tradiciones y gustos, que al final define nuestro ser (mato luego existo). Quien cría mero, pargo, lisa, sardina. Animales que existe, icluso, definen nuestro menú

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