OCHO REGLAS (Parte 2)

V

Él se pasea por la sección de comida para perros con mirada escrutadora y una calculadora en la mano. Luego de pasar un rato comparando precios y calidades, se decide por una bolsa algo costosa. A su tradicional cautela ahorrativa, le ha ganado la necesidad de asegurarle a Canela la comida que posea el balance veterinariamente recomendado de nutrientes para un can de su tamaño y pedigrí. Una vez que llega a casa anuncia a viva voz el hallazgo pretendiendo que Canela le entienda y completa el festín con un par de cucharadas de aceite de oliva sobre la monótona comida perruna, para asegurarle un pelo brillante. Con satisfacción observa por varios minutos como el animal aprueba goloso el cambio. Él ama a Canela. Él cuida a Canela. Una vez alimentado el perro, oye el televisor. Su hijo de doce años está viéndolo ¿hiciste la tarea mi amor? Si papi ¿Comiste? Si papi. Un beso en la frente del chico cierra la escena.

Somos la generación que cuida más lo que comen nuestros perros que lo comen nuestros hijos. Son los hijos a los que todas las mañanas les mandamos lo mismo en la lonchera. Los hijos que llegan a casa a las 3 de la tarde y ningún adulto supervisa el asalto que hacen a la alacena y a la nevera. Los hijos que comen en familia sólo una vez a la semana. Los hijos que premiamos con comida rápida para justificar nuestra falta de imaginación a la hora de idear un plan de salida con ellos. Los hijos a los que les cocinamos un menú diferente porqué son maniáticos y así por lo menos comen algo. Son los hijos del descuido.

¿No le gustan los vegetales? ¡Lícuelos y agréguelos a la carne molida! ¿Les aburre cenar con usted? ¡Juegue con ellos al terminar! … por favor, trabaje por ellos; lo merecen tanto como Canela.

VI
Ya hablamos el domingo pasado de la necesidad de romper con la monotonía gastronómica, como herramienta para garantizar el consumo semanal de todos los grupos alimenticios fundamentales para la vida. Planteamos hacerlo de manera consciente, planificando las comidas de mañana en función de las de hoy. No es la única herramienta poderosa para lograrlo: ¡recuerde la seducción!

No vuelva a comer solo. Asegúrese un ser apreciado a su lado en esos momentos ¿Come a solas su vianda en la oficina? … invite a un compañero ¿Pica la cena mientras ve televisión? … invite a su compañera a comer en la cama con usted, ¿desayuna un cachito en la panadería? … compre dos y convide a un amigo en el trabajo ¿Vive solo pero una señora le hace la comida? … coma con ella.

Un ejercicio realmente sencillo de implementar pero muy poderoso en sus consecuencias ya que lo encaminara en una ruta en donde es difícil ser monótono. De repente se encontrará compartiendo las viandas de otros, inventando algo nuevo para no repetir, comprando lo que a ella le gusta.

VII
Cuando una persona cena antipastos italianos, come una pasta napolitana, o se da un festín libanés de cremas, panes y tabule; hace una locura a los ojos de muchos: ¡Es vegetariana!
Un buen potaje de lentejas es vegetariano. Una sensual alcachofa con velas y vino, es vegetariana. Una tortilla de papas obviamente es vegetariana. Una fondue de atractivo queso derretido con los hijos, es vegetariano. Una ensalada César con crujientes de casabe empapados en queso parmesano rallado, es vegetariana. Nos han hecho creer que comer vegetariano es sinónimo de un mundo triste y desabrido representado en unos brócolis hervidos. Nos han dicho que vegetarianas son las vacas.

Ya que comemos, como he visto a lo largo de estos dos artículos, sumidos en la vorágine de los excesos de la modernidad; no nos vendría nada mal retomar la anónima máxima de comenzar el día como un rey y culminarlo cenando como un mendigo. Cenar vegetariano es fácil, atractivo y sobre todo… divertido.

VIII
Hay una cruel caricatura de Mafalda (personaje creado por Quino) en donde la mamá momentáneamente se burla de una maestra que creyó que ella iba a ser una buena pianista. Pasado un rato se da cuenta que en realidad la rutina y la vida la despojaron de su sueño de ser música, y derrotada nos mira en el último cuadro dibujado. Así somos con el deporte.
“Aquí donde me ves, hace unos años yo nadaba 20 piscinas”, “Aquí donde me ves, la gente se quedaba loca cuando me veía en la bicicleta”. Frases que no se alejan en nada a las de la mamá de la mítica sopofóbica argentina.

En un mundo urbano que se empecina en quitarnos las famosas ocho horas de ocio que nuestras maestras de primaria aseveraban como dogma de fe; quizás una caminata de una hora, una visita al gimnasio o un reencuentro con aquella vieja piscina, termine por ser un primer paso en una lucha personal por recuperar tiempos perdidos de ocio y soledad. La pertinencia de hacer algún tipo de ejercicio, en simultaneidad con hábitos alimenticios correctos, es materia que con seguridad usted y yo, querido lector, sabemos y entendemos con creces. Es cuestión de revelarse, de romper el vicioso círculo, de pensar en nosotros y no en el azar por un ratito.

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