ENSEÑEMOS A LOS HIJOS A COCINAR

Foto: Brooke Lark

I

Mi mamá y mi papá me legaron un passepartout (visto como llave que abre cerraduras) al enseñarme a cocinar de niño y de eso quiero escribir en este artículo: de la integración.


Mucho se ha escrito sobre la importancia de enseñarle cocina a los hijos. Un niño o una niña que aprende a cocinar vive momentos muy íntimos con los suyos y se siente persona amada, suele ser un adulto que come mejor y más sano, aprende modales de mesa, capta por intuición conceptos de economía, se integra a conversaciones de adultos, tiende a ser un adulto dispuesto a probar cosas nuevas… en fin ¡Son tantos los aprendizajes que sería tonto no enseñar a los hijos a cocinar!


Pero como anuncié al inicio, hoy la arista es una que vivo yo cotidianamente y en donde un hecho de ayer me hizo reflexionar.


Primero una breve reseña de ayer, luego un recuento de consecuencias y luego la conclusión que en realidad será la introducción.


II

Migré a Italia hace poco más de un año. Mi proceso de integración ha sido a cuentagotas porque paso la mitad del tiempo en mi ciudad y la otra trabajando en otros lugares. A veces esas ausencias son largas y eso hace más difícil construir rutinas cotidianas con otras personas, además de que insertarse como uno más en grupos de amistad que ya tienen años conformados no es fácil. Cuando estoy, una de mis rutinas es una reunión de trabajo cada miércoles en donde soy el único extranjero.


Ayer, miércoles, el grupo tuvo su penúltima reunión antes de entrar en vacaciones de verano. El próximo lunes haremos una cena de cierre de labores y seremos unas 25 personas. Justo hace un año, cuando llegué, me invitaron a esa misma cena y por timidez apenas me atreví a hablar, por no conocer a ninguno y porque apenas hablaba italiano.


Ha pasado un año y mucho ha cambiado. Para empezar, ayer dije que yo me encargaba de la cena y que luego arreglábamos los gastos. Para coordinarlo, hoy hicimos un chat los que más cocinamos. Yo propuse un menú y pregunté si les gustaba. Hubo memes de afirmación. Salí a hablar con la verdulera con la que compro para saber si el lunes tenía remolacha ya que no es la estación en que suelen venderla asada y me dijo que me la conseguía. El carnicero al que voy siempre, me dijo que el lunes se iba de vacaciones pero que su hermano en el pueblo vecino no. Intercambiamos teléfonos y al rato me llamó para confirmar que sí tenían el cerdo. Como no tengo auto, uno del chat comentó que ese carnicero es su amigo y que se encarga.


Como anécdota les comento que ayer uno del grupo me enseñó la frase “non si gettano perle ai porci” (no se les dan perlas a los cerdos) porque les pregunté que solían comer en esa cena anual y la frase, que significa que no se le da algo bueno a quien no lo aprecia, me la dijo en broma para tranquilizarme y para que no hiciera algo demasiado elaborado. Esto hizo que decidiera servir un cerdo con perlas de verdura a modo de chiste.


El lunes nos reuniremos a cocinar juntos unas horas antes y luego a cenar.

 

III

La sección anterior se resume en hechos realmente extraordinarios si se ven a la luz de que le están sucediendo a un migrante inmerso en una sociedad pequeña (mi ciudad es de 30.000 personas) y cerrada porque tiene sus propios códigos culturales.


Ese “yo cocino” generó: Intercambio de teléfonos, que se armara un grupo, que se hiciera un chat al que paso a pertenecer y en donde como todo chat se compartirán otras cosas más mundanas, que yo hablara con mi verdulera y le preguntara si me podía conseguir remolacha para el lunes y que ella me dijera que me lo conseguía, que el carnicero al que voy me dijera que no tendría para el lunes cerdo pero que su hermano de un pueblo vecino si y me pidió mi teléfono y me llamó. Que uno de los del chat dijera que es amigo del segundo carnicero (o sea hablarán de mi) y que se encarga. Que yo tenga un momento de protagonismo en medio de un círculo de amigos que se conocen desde bachillerato y que hasta me atreva a hacer una broma sin miedo a caer mal.


Es, como ya dije extraordinario que eso le pase a un inmigrante. De hecho, tengo un año comprando carne y es la primera vez que mi carnicero supo que soy chef (y aquí eso vale) y de paso me dio su teléfono y me preguntó el nombre. Y a la verdulera la llamé por su nombre y de tú.


En este caso la fama que tengo en mi país y en algunos países de Latinoamérica no sirve de nada. Aquí solo soy para algunos “il venezuelano” que se vino a vivir y para otros simplemente un extranjero. Tan extranjero que ayer mismo compré algo y el vendedor me dijo “la etiqueta también está en árabe”.

 

IV

Volvemos a donde comencé.


Es cierto que mi actitud ayuda. Tengo una amiga que bromeando me dijo “tú eres una persona carente de credibilidad porque todo te gusta”. Tan es así que las personas de donde vivo (La Liguria) tienen fama en Italia de ser secas y siempre que me tratan con rudeza llego a casa y le digo a mi esposa ¡Los amo, son tan apasionados! Si, es cierto que soy así y ayuda; pero igual en las últimas 24 horas adelanté como veinte casillas en este juego complejo que es la integración. Y todo porque sé cocinar.


Y siempre será así para cualquiera. Una invitación a comer a tu casa o un “yo cocino” hacen un trabajo soberbio a la hora de hacerte parte de la vida de otros.


Así que tome mi consejo y enseñe a cocinar a sus hijos. No solo estará creando un nexo irrompible, sino que estará invirtiendo en su felicidad futura.


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