LAS MUJERES NO DEJAN HUELLA


Me gustó mucho el documental Secrets of the Neanderthals (BBC Studios Science Unit, dirección Ashley Gething, 2024) y haberlo visto me lleva a escribir esta nota.

Pertenezco a la generación que no sabía que los dinosaurios tenían plumas de colores vivos, y también a la generación que imaginó a sus antepasados como reductos de salvajes agresivos, dispuestos a todo con tal de sobrevivir, asesinos de animales, roedores de huesos, asustados mamíferos sin cultura.


Es natural que eso es lo que hayamos creído. Es muy poco lo que queda de ellos como para poder saber qué pensaban. Si ya es difícil conseguir vestigios de lo que sucedió hace 5000 años, imaginen lo titánico que es hacerlo con algo que sucedió hace 100.000 o un millón de años. Un hueso acá y otro allá no es mucho lo que pueden decir.


La cultura no deja huellas. La frase es provocadora, pero en términos estrictamente paleontológicos es bastante cierta. Lo que se comió no deja huella, el cuero no deja huella, la madera no deja huella, la poesía no deja huella, las creencias o los bailes no dejan huellas. Si lo que conseguíamos eran huesos de humanos y huesos de animales en una cueva, asumimos que eran unos salvajes que solo comían animales que cazaban mientras estaban encerrados asustados en la cueva. A nivel de técnicas solo asumimos pericia en el trabajo con piedras para hacer lanzas y adornos con huesos porque son materiales que aguantan el tiempo, pero es obvio que si trabajaban con barro o madera, 100.000 años después no quedaría huella. No es lo mismo imaginar a alguien que talla piedras, a alguien que trabaja con cuero, moldea barro y talla madera.


Piense en usted mismo con la bastedad de conocimiento y posesiones que tiene. Vea a su alrededor y piense con objetividad que de eso podrá sobrevivir un millón de años para que lo consigan. Vamos, que ni siquiera su colección de CD ha sobrevivido.


Esa imagen de machos cazadores que solo conocían la piedra y el concepto de matar es la que aun hoy nos lleva a inventar dietas como la Keto con argumentos infantiles como ese de que “así es como comían nuestros ancestros”, basándonos solo en huesos de animales porque no hemos conseguido vestigios de frutas y verduras en esas cuevas.


Por suerte la tecnología y equipos de investigación cada vez más multidisciplinarios han permitido ir corriendo el velo un poco, y permitiéndonos tener un primer atisbo de una realidad totalmente distinta. Para que se entienda: antes conseguíamos un diente y lo máximo que podíamos saber era sexo y edad del “espécimen”, ahora podemos saber que vegetales comió y si los había cocinado. Antes veíamos un esqueleto y solo veíamos restos, ahora podemos saber que era alguien herido que fue cuidado y no abandonado. Solo estos tres aspectos como son cocinar, comer vegetales y cuidar a los enfermos ya dibujan una sociedad muy distinta a la salvaje de las películas y los libros de primaria. Y tal como comento, apenas se está corriendo el velo las investigaciones.


La otra imagen que está cambiando rápidamente es la del rol de la mujer.


Nos criaron con la frase “cazadores-recolectores”, así en masculino, y con la foto de la mujer dando de amamantar en la cueva y el hombre cazando mamuts. Macho proveedor y señora de casa. El lenguaje pesa. Para empezar es más o menos obvio que en esa época no había “amas de casa”. Vea usted hoy a cualquier mamífero sobre la tierra (incluyendo los muy lejanos parientes simios) y notará que en lo cotidiano (incluyendo buscar alimento, explorar o defender a la comunidad) los roles son idénticos. Es más, solemos pensar en las hembras como las más feroces y violentas a la hora de defender a sus crías. Pero la cosa va mucho más allá.


Para seguir usando la imagen de velo descorrido, uno que también ha caído es el de imaginar a la mujer como pasiva recolectora de bayas y frutas, mientras su maridito le traía comida de verdad-verdad.


Para salir a buscar “bayas y frutas” hay que saber a) reconocerlas, b) saber en que lugares se dan, c) saber en que épocas las hay como en el caso de las frutas y flores, d) reconocer cuáles son comestibles y cuáles son venenosas, e) saber cuáles deben machacarse o cocinarse para ser comestibles, f) descubrir cuáles aparte de alimenticias son medicinales, e) saber cuáles se pueden conservar y por cuanto tiempo, f) saber cuáles y en que momento se le pueden dar a los bebés.


Resumo: Las mujeres clasificaron los alimentos entre comestibles, venenosos y medicinales. Las mujeres domesticaron las semillas. Las mujeres entendieron a las estaciones climáticas. Las mujeres guardaron alimento para el invierno.


Así que, cuando el marido llegaba derrotado de la sabana porque no había podido cazar nada, la mujer lo alimentaba. Cuando el marido llegaba herido, la mujer lo curaba. Cuando el marido llegaba asustado porque venían a atacarlo, la mujer le explicaba como hacer un veneno.


Solo que lo único que dejó huella fue la piedra de la lanza y los huesos del animal.


Si amigos. El lenguaje pesa. El cuento no era cazadores y recolectores. Sino cazadores y recolectoras.


No hay que sacar muchas cuentas para entender quien inventó la agricultura.

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