#261 TIENE SENTIDO
Uno de ellos termina por ganar la partida e inclusive someter a los otros cuatro. No tengo claras las razones. No se si son fisiológicas, una propensión desde las mismas hélices del ADN, los estímulos de los primeros meses, el azar. No lo se. Solo se que desde pequeños uno de los cinco sentidos se impone y desde su dictadura comienza a edificar su particular reino de placeres.
Todos creemos que vemos, pero a veces entendemos que mirar significa notar que la minúscula chica del overol rojo es la que le da sentido a una composición fotográfica. Unos la ven, a otros se les eriza la piel cuando la ven.
Todos creemos que tocamos, seguramente lo hacemos, pero solo unos pocos privilegiados entienden que sentir significa untuosidad, textura, rugosidad, temperatura. Unos tocan, otros palpan. Con las yemas de los dedos recuerdan.
El del oído quizás sea el sentido mas cotidiano para quienes gozan de él y la vieja máxima de no es lo mismo oír que escuchar resuena desde generaciones que le pasan el testigo a las siguientes. Aun así, existe un abismo sin eco entre quienes consideran molesto a un ruido y quienes lo consideran ofensivo. Sutil sensibilidad que entrenada permite descubrir la nota ronca de un fagot y que hace que desde el piso el ritmo de la música suba hasta la cintura.
El gusto es el único sentido cuya relación con el entorno viene signada por la cotidianidad de una necesidad vital: alimentarse. Por mucho que queramos darle la espalda, inevitablemente en algún momento del día comeremos, y por lo tanto excitaremos las papilas. Pero el gusto es probablemente también el sentido mas fácil de monopolizar y malcriar. Nuestra relación gustativa con el entorno es culturalmente adquirida y ello reviste de una complejidad tremenda. Es, desde mi punto de vista, el único sentido en el que, aun no teniendo condiciones naturales, todos podemos ser buenos si somos entrenados, en donde bueno es la no tal ligera diferencia entre tragar y saborear.
Queda el olfato. El mas instintivo de todos. El primitivo. El primigenio. El evocador. Al que mas deberíamos, pero menos entrenamos. Puesta entre diez, a nuestra pareja la podemos reconocer inmediatamente escuchándola, viéndola, lamiéndola o abrazándola; pero costosamente seríamos capaces de lograrlo si solo nos permitieran hacerlo oliéndola. Entrenar al olfato pasa por entrenar a la memoria y como sugerimos al comenzar este escrito, todos nacemos con uno de los sentidos empecinado en imponerse. Así que, dado que para cocinar es condición sine qua non no solo tener buen olfato de manera natural sino entrenarlo, surgen dos preguntas ¿Cómo saber si un niño es olfativo? ¿Cómo entrenarlo?
II
Quien nace de manera natural con un sentido mas sensible que los otros, suele acercarse con mas frecuencia a los espacios en donde ese sentido se encuentra a sus anchas. Probablemente la exasperante manía de su hijo por frecuentar la sala es por culpa del equipo de sonido, o quizás no se asoma por la ventana por melancolía sino buscando la luz del atardecer. Los “cinco minutos más mamí” a la hora de levantarse podrían venir signados por el también despertar mañanero del tacto que redescubre las suaves sábanas, y la renuencia a cepillarse de inmediato, solo el grito de auxilio para que no le destruyan el placer gustativo del desayuno.
A fuerza de años (y de preguntar) llegué a una conclusión sustentada por la estadística de las historias familiares: Quienes desde pequeños han mostrado talento para la cocina, casualmente solían visitarla con mas frecuencia de lo normal en su infancia. ¿Por qué un niño de dos años querría pasar sus horas acompañando a la madre en la cocina? Sentado allí. Sin hablar. Quieto. A veces dormitando, otras atento. Quizás, especulo, porque cada olla era un telar que iba tejiendo la sábana de olores que le arroparía por el resto de su vida.
Reconocer a un niño con capacidad olfativa natural es relativamente fácil debido a que toda persona olfativa necesita colocarle nombre a los olores (hacer memoria) para catalogar a las niñas de su afecto; y ya que al principio la paleta de olores es limitada, apelan a las comparaciones. Pablo, mi hijo, en una ocasión se refirió a una mujer como “la que me cae bien porque huele a melón” y en otro momento notó “el olor a pescado fresco” de una revista. Con el tiempo esos olores tendrán nombre de mujer y de revista nueva, pero lo importante es que para él los olores no solo existen, sino que deben ser etiquetados y memorizados. Él es un niño olfativo.
¿Cree que su hija o su hijo es olfativo?, llévelo entonces a la cocina y quizás años después reconozca, entre diez, a su pareja solo por el olor. Tiene sentido.
Todos creemos que vemos, pero a veces entendemos que mirar significa notar que la minúscula chica del overol rojo es la que le da sentido a una composición fotográfica. Unos la ven, a otros se les eriza la piel cuando la ven.
Todos creemos que tocamos, seguramente lo hacemos, pero solo unos pocos privilegiados entienden que sentir significa untuosidad, textura, rugosidad, temperatura. Unos tocan, otros palpan. Con las yemas de los dedos recuerdan.
El del oído quizás sea el sentido mas cotidiano para quienes gozan de él y la vieja máxima de no es lo mismo oír que escuchar resuena desde generaciones que le pasan el testigo a las siguientes. Aun así, existe un abismo sin eco entre quienes consideran molesto a un ruido y quienes lo consideran ofensivo. Sutil sensibilidad que entrenada permite descubrir la nota ronca de un fagot y que hace que desde el piso el ritmo de la música suba hasta la cintura.
El gusto es el único sentido cuya relación con el entorno viene signada por la cotidianidad de una necesidad vital: alimentarse. Por mucho que queramos darle la espalda, inevitablemente en algún momento del día comeremos, y por lo tanto excitaremos las papilas. Pero el gusto es probablemente también el sentido mas fácil de monopolizar y malcriar. Nuestra relación gustativa con el entorno es culturalmente adquirida y ello reviste de una complejidad tremenda. Es, desde mi punto de vista, el único sentido en el que, aun no teniendo condiciones naturales, todos podemos ser buenos si somos entrenados, en donde bueno es la no tal ligera diferencia entre tragar y saborear.
Queda el olfato. El mas instintivo de todos. El primitivo. El primigenio. El evocador. Al que mas deberíamos, pero menos entrenamos. Puesta entre diez, a nuestra pareja la podemos reconocer inmediatamente escuchándola, viéndola, lamiéndola o abrazándola; pero costosamente seríamos capaces de lograrlo si solo nos permitieran hacerlo oliéndola. Entrenar al olfato pasa por entrenar a la memoria y como sugerimos al comenzar este escrito, todos nacemos con uno de los sentidos empecinado en imponerse. Así que, dado que para cocinar es condición sine qua non no solo tener buen olfato de manera natural sino entrenarlo, surgen dos preguntas ¿Cómo saber si un niño es olfativo? ¿Cómo entrenarlo?
II
Quien nace de manera natural con un sentido mas sensible que los otros, suele acercarse con mas frecuencia a los espacios en donde ese sentido se encuentra a sus anchas. Probablemente la exasperante manía de su hijo por frecuentar la sala es por culpa del equipo de sonido, o quizás no se asoma por la ventana por melancolía sino buscando la luz del atardecer. Los “cinco minutos más mamí” a la hora de levantarse podrían venir signados por el también despertar mañanero del tacto que redescubre las suaves sábanas, y la renuencia a cepillarse de inmediato, solo el grito de auxilio para que no le destruyan el placer gustativo del desayuno.
A fuerza de años (y de preguntar) llegué a una conclusión sustentada por la estadística de las historias familiares: Quienes desde pequeños han mostrado talento para la cocina, casualmente solían visitarla con mas frecuencia de lo normal en su infancia. ¿Por qué un niño de dos años querría pasar sus horas acompañando a la madre en la cocina? Sentado allí. Sin hablar. Quieto. A veces dormitando, otras atento. Quizás, especulo, porque cada olla era un telar que iba tejiendo la sábana de olores que le arroparía por el resto de su vida.
Reconocer a un niño con capacidad olfativa natural es relativamente fácil debido a que toda persona olfativa necesita colocarle nombre a los olores (hacer memoria) para catalogar a las niñas de su afecto; y ya que al principio la paleta de olores es limitada, apelan a las comparaciones. Pablo, mi hijo, en una ocasión se refirió a una mujer como “la que me cae bien porque huele a melón” y en otro momento notó “el olor a pescado fresco” de una revista. Con el tiempo esos olores tendrán nombre de mujer y de revista nueva, pero lo importante es que para él los olores no solo existen, sino que deben ser etiquetados y memorizados. Él es un niño olfativo.
¿Cree que su hija o su hijo es olfativo?, llévelo entonces a la cocina y quizás años después reconozca, entre diez, a su pareja solo por el olor. Tiene sentido.
Comentarios
En el caso particular del romance, se llega a conocer tanto a la persona amada, que no solo se percibe su presencia a traves de todos los sentidos, incluido el olfato, tambien se intuye y adivina.
Yo tengo un profundo amor por la cocina, que se ha hecho mas fuerte con los años y puedo dar fe que mi sentido del olfato es tan afinado que puedo reconocer a la persona amada por su olor, tanto como definir si un alimento tiene o no sal suficiente...