TODO ESTÁ GRABADO EN PIEDRA: LA PARADOJA DE POMPEYA


Thermopolium de Asellina en Pompeya (Foto Sumito Estévez)


Observa un rato a tu casa. Con detenimiento. Mira los libros que has leído. Abre la nevera y observa lo que te gusta comer. Ojea el cuaderno de recetas de tu mamá. Abre el clóset y trata de recordar cada época representada en cada uno de los vestidos y camisas que has comprado. Trata de volver a escuchar las risas y los llantos que han quedado atrapados en esas paredes solo para tu intimidad. Mira los cuadros y la vajilla. La computadora que guarda todas tus fotos. Relee las viejas cartas manuscritas y tu diario de adolescencia. Observa con detenimiento el mortero de piedra que compraste en México en tu luna de miel. Redescubre el olor de la correa de cuero de cuando te vestías como hippie y el tacto de la cruz tallada de madera que te regaló un amor de verano. Mira la pared llena de afiches de los artistas que admira tu hija.


Adelantemos el tiempo dos mil años.


¿Qué quedará de todo lo que acabas de ver y recordar? Los libros habrán desaparecido y serán polvo. La nevera será polvo y la comida que contenía polvo. El cuaderno de recetas polvo. La ropa polvo. De los cubiertos quizás quede un tenedor acá y un cuchillo allá si eran de plata. De la vajilla quizás un par de platos destrozados en pedazos que algún curioso intentará armar como un rompecabezas. Tu computadora, las cartas y el diario, polvo. Las pareces de tu casa polvo bajo el polvo de otras casas hechas después. Ni cruz de madera, ni correa de cuero.


Polvo y nada de ti. Ni una muela, porque no moriste en tu propia casa.


Solo quedará ese viejo mortero de piedra mexicano, la cuchara de plata y los pedacitos de un plato de porcelana; y desde allí adivinarán y especularán quien eras ¿Quizás eras una cocinera y ese lugar tu restaurante? ¿Quizás eras un artesano de la piedra y te pagaban con plata?


Muy pocos materiales resisten el tiempo intactos. Lo orgánico menos todavía. Son orgánicos el cuero de la silla, la madera de la mesa, el papel de libro, los duraznos de fruta en conserva, la tela de algodón de tu vestido de novia, el lienzo de tus cuadros. Son orgánicos y más temprano que tarde serán parte del alimento de otros seres vivientes.


Te pasará a ti como le pasó a la familia de la edad de piedra que, aparte de tallar puntas de piedra para las lanzas, ya hace 3 millones de años contaba fábulas, hacía arte y trabajaba huesos, cuero, barro y madera; pero quedaron condenados a que en el cine los vieran como unos salvajes que apenas eran capaces de partir piedras para matar. Te pasará que el mundo apenas sabrá una fracción minúscula de quién eras.


Puedes alegar que hay ideas que si perduran y resisten los milenios. Tienes razón. Allí están la biblia y los escritos de Platón para probarlo, pero si trasladamos ese ejemplo a hoy es fácil especular que los libros que sobrevivan dos mil años serán contados con los dedos de la mano. Serán aquellos que contienen las ideas más importantes y que, por lo tanto, están escritos muy distinto a como hablamos cotidianamente. Un ejemplo sería Italia en donde la literatura hace uso permanente del pasado remoto y de palabras rebuscadas pero es extraño encontrar personas que usan esta forma gramatical al hablar, así que dentro de dos mil años nadie sabrá realmente como se hablaba en la calle, en las camas, en la mesa o en los bares.


La vida cotidiana no tiene quien la cuente.


Aquí es donde entra la ciudad italiana de Pompeya. Es de las poquísimas ocasiones en las que se paralizó un instante del tiempo, y el trabajo forense de desentrañar la vida cotidiana resultó posible.


Y la gastronomía jugó un papel muy importante a la hora de construir esas historias.


II


Pompeya era una ciudad bastante importante en donde vibraban las historias cotidianas de 20.000 personas. Para que se entienda en contexto actual, de las 7896 comunas que hay hoy en Italia, solo 6% (512) tienen más de 20.000 habitantes. Es decir, una ciudad con esa cantidad de habitantes no es pequeña.


La ciudad de Pompeya, como es bien sabido, fue construida a los pies del volcán Vesubio y la verdad es que estuvo bastante tranquila por casi 800 años. Como toda zona volcánica es también propensa a terremotos y hubo uno bastante fuerte en el año 62 de nuestra era, lo que los puso a reconstruir y reparar para salir de allí aún más vibrantes y remozados. Hasta el emperador Nerón hizo el viaje de 300 kilómetros desde Roma para ver como estaba quedando la ciudad.


Luego, 17 años después del terremoto, comenzó la famosa erupción del volcán. Por suerte fue lo suficientemente lenta como para avisar. Se armó una operación de rescate desde Neapolis (golpeada por la ceniza pero no por el fuego) y prácticamente toda la población logró ser evacuada, salvo unas 1500 personas que quedaron atrás.


Esas personas que quedaron murieron sin enterarse. Fue instantáneo. 


Del volcán bajó a 10 kilómetros por hora una nube de ceniza caliente a 500 centígrados y tan densa que podía derribar estructuras. De nada sirvió esconderse. Los que corrieron también fueron alcanzados. Fue una muerta instantánea. Y Pompeya quedó sepultada bajo metros de ceniza, piedra pómez y fango que terminaron por endurecer como una piedra gigantesca que dejó atrapada a una ciudad.


Literalmente fue como si un escultor hubiese vaciado yeso sobre toda una ciudad para sacarle un molde.


Paralizado en ese molde no solo quedaron las piedras y la columnas. Quedaron también las frutas, los cuerpos de personas, las vasijas tapadas de conservas, las ollas con comida, las tallas de madera y las correas de cuero. La vida cotidiana congelada en un instante.


Todo lo orgánico se pudrió y decayó con el tiempo, pero dejo un hueco, un molde perfecto, en donde antes había estado. Calcados perfectos de cada instante, de cada objeto.


Es sabio el dicho que afirma que lo perenne está grabado en piedra. Pues en piedra de volcán quedaron grabados los moldes de la historia en forma de huecos. Moldes tan precisos que al rellenarse con yeso para obtener una estatua, podían observarse hasta los pliegues de la ropa de las personas que habían quedado allí o la fruta que estaba en un plato.


Por el tipo de frutas frescas (¡Frescas!) que había se pudo saber que la tragedia había sido en otoño, y lo vino a corroborar que las frutas de verano estaban envasadas en conserva. Se desenterraron restaurantes (llamados Thermopolium) y se pudo saber que a los ciudadanos del imperio romano de entonces les gustaba comer en la calle. En las ollas de esos lugares se consiguieron restos carbonizados de los animales que usaban. Quedó intacto el mercado y pudo inferirse que verduras y hierbas comían, así como lo apreciado que era el repollo. Se desenterró una panadería y quedaron en muy buen estado pinturas de paredes que mostraban escenas cotidianas de mesa.


Gracias a esta información se pudo entender mucho de las prácticas comerciales, costumbres, como era la alacena de los prósperos en sus palacios y de los pobres en sus casas pequeñas, gustos, celebraciones, prácticas industriales (por ejemplo con vino, aceite y miel) o que profesiones artesanales asociadas a la alimentación había.


La mesa servida cuenta de manera superlativa como es la vida cotidiana de una sociedad y un puchero es capaz de narrar que tipo de vida llevamos mejor que una filmación. Por una vez esa mesa quedó congelada para poder hablarnos dos mil años después.

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