Tres historias de amor en Chile un enero de 2023


Las tres crónicas que cuento las escuché en los últimos quince días. No son historias de resiliencia que es una palabra a la que le tengo miedo porque no soy muy amigo de hacer épicas del sufrimiento. Uno supera los obstáculos pero estos no son el fin mismo. Tampoco son historias para demostrar que no vale la pena quejarse porque otros la han pasado más duro. Todos la hemos pasado duro alguna vez en la vida y todos tenemos historias que contar.


Son historias que me conmovieron porque las tres tienen dos factores en común: personas que han hecho esfuerzos descomunales no para salvarse sino para darle una vida mejor a otros; y personas que han logrado paz en ese camino de misericordia. El bien común moviendo engranajes de manera espectacular.


No los nombro por respeto. Estoy seguro que me leerán porque se que me siguen en las redes. De antemano pido perdón y al mismo tiempo les doy las gracias.


I

¡Hace un año que no comía! Eso me dijo ella después de un rato hablando. Está en la mesa con su hijo. Él debe tener unos 12 años, está en una silla especial y mira fijamente unas caricaturas en el celular. Nació distinto, “normal” como solemos decir quienes vemos una sola normalidad, pero por un evento médico quedó así desde los 9 meses. No habla. Ella se vino a Chile ya hace algunos años para poder darle escolaridad y medicinas. Emigró desde Venezuela.


Hace un año el Papá los abandonó y se fue España. Desde ese día el niño dejó de comer. Ahora tiene una sonda conectada al estómago desde donde lo alimenta ella con una dieta líquida. Hoy él probó un poco de sólidos y ella está feliz. Probó asado negro.


Ella trabaja toda la noche, hasta el amanecer, aseando un edificio. Eso le permite atender a su muchachito de día cuando llega del colegio o las muchas veces que no puede asistir porque se descompensa. Durante el día también hace empanadas chilenas por encargo para un mini market. No quise sacar la cuenta de cuántas hora duerme ella.


Todo me lo cuenta con paz y mirando a su hijo con una ternura que conmueve. Una amiga le ha enviado dinero para que salga y es la primera vez en muchísimo tiempo. Me dice: Voy a salir cada domingo con él a un lugar distinto.


Lo levanta. Nos toman una foto a los tres. Es una foto linda. 


II


Ella se ha vestido de fiesta con un vestido negro. Es 31 de diciembre. Está en su apartamento con su Papá. En el video se le ve a él sonreír feliz y ella le da un beso en un cachete que le ilumina el rostro. Ella comienza a bailar. La cámara se aleja y vemos que él tiene una discapacidad importante. Está en un sofá con ambas manos contraídas en gesto poco natural y queda claro que solo puede mover la cabeza. Ella baila y está genuinamente feliz. No es una felicidad “instagrameable” que es en donde vi el video.


Ella cocina en mi restaurante y me cuenta que hace varios años, en Venezuela, él tuvo un accidente de moto. Quedó aparentemente bien luego de la operación pero no notaron una peritonitis en desarrollo que terminó con una apoplejía que lo dejó en ese estado.


Hace unos años se montó en un avión con él, hizo una parada que no quiere recordar en Perú, y se radicó en Chile. Su Mamá murió. En Chile ella y sus dos hermanos (viven cada uno en su lugar) se turnan el cuidado del Papá. Lo trajeron porque él requiere cuidados y medicinas.


Cuando me lo cuenta lo hace sin un ápice de lástima. Siento en ella el mismo tipo de paz que sentí con la mamá del niño que no come. Hay amor y es evidente.


Vuelvo a ver el video. Ella baila un 31 de diciembre con su vestido negro y él ríe. Es un video muy lindo.


III


Ella era periodista de sucesos en un periódico de Maracaibo, en Venezuela. Él, su esposo, jefe de redacción del mismo periódico. Ella por inexperiencia escribió una nota periodística en donde nombró a quien no debía nombrar y mucho menos llamándolo delincuente.


¡Bum! Sonó el estruendo de una explosión. Con granadas les volaron los autos. A ella y a él. Él estaba haciendo unas compras y alguien por la espalda le dijo “debes apurarte para buscar a tu hija en el colegio”. Sabía el nombre de su hija y del colegio. La hija de su primer matrimonio. Su ex esposa se vino a Chile con la niña. Huyendo. Su esposa quedó embarazada. Una nueva amenaza. Habían nombrado a uno de los que no perdonan. Llegaron a Chile los tres. La “guagua” que es como le dicen en Chile a los bebés, con meses de nacida. La casa dejada allá esperando aún a los que no han podido volver.


Él consiguió trabajo de vigilante toda la noche en un galpón de depósito en las afueras de Santiago. Un par de años después, ella trabajando online desde casa para poder cuidar a los bebés (ya eran dos), él tuvo un colapso emocional. Uno de sus grandes amigos le dijo “eres periodista, te ayudo a montar un periódico digital y comienza escribir de nuevo”. Él le dijo “no estoy para estar contando las cosas que pasan, somos una comunidad que ha pasado por mucho”. Su amigo le dijo “entonces cuenta nuestra historia”, las historias de luchas y logros. Y eso hacen: contar lo que se invisibliza. Las historias del corazón de una comunidad migrante.


Han pasado dos años más. Siguen en ese apartamento pequeño. Me dicen “tenemos tiempo queriendo comer en tu restaurante pero cada vez que ahorro algo pasa”. Ella acaba de renunciar a su trabajo de sueldo mínimo. Él también renunció. Decidieron dedicarse a tiempo completo a su periódico. No lo dicen con miedo. No hay ansiedad. Hay una alegría contagiosa en ellos. Son un retrato de esperanza.


Los veo alejarse agarrados de la mano. Retengo la imagen. Es una foto bonita.

Comentarios

Heide ha dicho que…
Sumito, que bonito que tengas un espacio en el que puedas reconciliar a la gente con su Venezuela, un espacio que mas para comer se dedica a escuchar, a contar historias bonitas, un espacio en el que rememoras, pero también te sientes agradado, espero algún día ir a Santiago a tu restaurant para reconciliar, reconciliar no desde el dolor, sino desde el amor
Mauricio Parilli ha dicho que…
Sumo, me encanta esta perspectiva además de respetuosa. Muchas veces miramos las historias de resiliencia como una eterna lucha y sufrimiento. La aceptación, el deseos de disfrutar y también de hacer la vida mejor para sí mismo y para otros es un verdadero y auténtico acto de amor . Deben haber muchas historias de migrantes y no migrantes y el valor. O radica en lo que hacen o dejan de hacer al movilizarse geográficamente , sino la capacidad de amar y la liviandad de ver la vida como una oportunidad y también como un desafío . Tienes una capacidad enorme de conectar y también de incidir de manera indirecta en tu comunidad , bravo por ello. A los protagonistas de esas 3 historias y a las de tantas otras aún invisibles o poco conocidas , gracias por ser fuente de inspiración .

Tu mismo y tu familia son un ejemplo de aceptación y amor que no dejan de sembrar, sin expectativas de que algunas vez cosechen o simplemente facilitan que crezca lo que otros han de cosechar . Abrazos a la reina de ese hogar .

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