A Dumel. Mi más grande amor. NOTA: Este escrito fue ampliamente discutido entre Dumel, su Mamá y su Papá. Los tres acordamos que se publicara. Más allá de la intención confesional y de búsqueda de sensibilización ante un escenario complejo, publicarlo es una decisión muy meditada. I Cuando leí el comentario de Juan en su propio Facebook me asusté. Sentí un escalofrío que me impulsó a cerrar el programa. Al rato volví abrirlo, releí y lo desactivé como mi amigo de Facebook. No tanto por rabia hacia él, sino más bien con desazón. Juan es una persona bastante inteligente, alguien que aprecio. Aun así, ese día escribió “a esas mierdas habría que matarlas”. Una de esas “mierdas” es mi hija. Mi Dumel. Dumel fue bautizado Pablo hace 24 años. Ahora nos pide que no le digamos más Pablo. Nos pide que le digamos ella. Ha sido dificilísimo para su madre y para mí. Pero este escrito no es sobre mí. Yo, su orgulloso padre, yo el que la ama con absoluta parcialidad, yo que la a
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Ante todo reciba un cordialísimo saludo de quien le escribe, hijo de margariteños, de madre asuntina, para mas señas, nacida en la casa 11-96 de la calle Independencia hace 73 años, nieto de una asuntina nacida en esa misma casa en 1923.
Como podrá imaginar, mi Mamá y yo guardamos recuerdos absolutamente gratos de esa casa, personalmente ahí pasaba buena parte de mis vacaciones escolares entre que tuve uso de razón hasta que me fui a estudiar a Caracas, por allá por 1983 desde mi natal Puerto La Cruz, donde vivo con mis padres, esposa (hija de margariteños también y mis hijos, que adoran esa hermosa tierra). En esa casa vivió toda su vida mi Bisabuela, Vicenta Martínez, y todos sus hijos, especialmente quienes sobrevivieron a las enfermedades, Jesús Martínez, María Mercedes (Cheché) Martínez de Salazar y mi queridísima abuela María de Jesús (Machú) Martínez.
Mis vacaciones transcurrían junto a esas tres mujeres, no me cansaba de comer carite frito con arepa, que tia Cheché compraba en el mercado, que quedaba a una par de cuadras de la casa, aún recuerdo el olor del pan de leche de la panadería San Juan Bosco, que a golpe de 10:30 entraba a la casa, a veces mi abuela me daba 1 bolívar para ir a comprar un pan de leche caliente que me devoraba casi completo con mantequilla Brun... un verdadero manjar.
Luego de morir la tía Cheché, mis primos decidieron vender la casa a La Alcaldía y ello se la donaron a esta Asociación de Palmeros, quienes la mantienen casi intacta, tuve la dicha de entrar a ella la Semana Santa del año pasado, llevé a mis hijos para que conocieran la casa de sus ancestros.
Desde 2005 y excepto en 2010 voy con mis hijos y mi esposa a vivir la Semana Santa en La Asunción, impresionante, como escribes, participar en cada acto religioso, especialmente el Viernes Santo, la entrega que los cargadores exhiben en sus faenas, como esa tradición pasa de un padre al hijo, absolutamente sobrecogedora.
La referencia a la frijolada de los palmeros que hace en su artículo de hoy es extraordinaria, he tenido la oportunidad de comerla unas 3 veces desde que voy, ya que una comadre me guarda y la como el sábado, porque los viernes conservo la tradición de comer solo pescado.
> Tanto mi mamá como yo estamos encantados con esta genial idea que ha tenido, esperamos que tenga la debida aceptación por parte de las autoridades.
Gracias por contribuir a exaltar las costumbres de esa hermosa tierra.
Renato Quijada Martínez