322 CORDERO, HIERBAS AMARGAS Y PAN.

Hay un punto lejano en donde tanto judíos, como cristianos y musulmanes, convergen. Se trata de ese instante dramático en el que dos hermanos, Moisés y Aarón, se enfrentan al faraón de Egipto hasta lograr la liberación de un pueblo esclavo y sometido. A partir de ese momento de definición es que los judíos inician el primer día de su historia y la celebran cada año con los rituales del Pesaj. Para celebrar ese momento entró Jesús a Jerusalén respetando una tradición que le enseñaron sus padres, y en esa semana se desencadenaron todos los hechos que habrían de marcar la historia del cristianismo. Y es Moisés (conocido como Musa para los musulmanes), el profeta más nombrado en el Sagrado Corán. Patriarca común, profeta respetado.

De las diez plagas que cayeron sobre Egipto, fue la décima la que logró vencer al faraón. Lo que no lograron sangre, ranas, mosquitos, insectos, pestilencia, úlceras, granizo, langostas y oscuridad; lo logró una terrible enfermedad que acabó con los primogénitos de todos, salvo los de los esclavos. Cruento como es este momento, es también uno de los eventos bíblicos mas signados por referencias gastronómicas. Tanto las escritas en el viejo testamento y torah; como para material de especulación histórica, como se verá más adelante.

Esa noche, la de la décima plaga, el pueblo esclavo sacrificó corderos y los asó y se comió absolutamente todo. Eran corderitos de un año de edad. Si las familias eran pequeñas se reunían con los vecinos para compartir. Cordero asado con hierbas amargas y acompañado con un pan hecho a la carrera (sin levadura) porque no sobraba el tiempo para esperar. Las referencias son tan específicas, que inclusive indican que no podía comerse ni hervido ni crudo el cordero. Parte de la sangre derramada luego del sacrificio del animal debía regarse sobre los postes y dinteles de las precarias casuchas que habitaban. Esa sangre era la señal que los mantendría a salvo de la muerte que se avecinaba.

Se necesita mucha valentía para hacer lo que hicieron esa noche los esclavos. Pónganse en los zapatos, o mejor dicho, en los pies descalzos de un pueblo sometido y vejado. En esas condiciones decidir sacrificar lo que probablemente era el único animal de la familia, no era justamente una decisión fácil. Por otra parte, marcar con una señal tu propia casa para que quede claro cual es tu ideología, era un acto de mucho riesgo si las cosas no salían como lo predecía el líder emancipador. De no haber habido muerte de primogénitos, todos los que tenían pintados el dintel o los postes con sangre, la iban a pasar peor de lo que ya lo estaban pasando.

Esa noche olía a cordero en los suburbios empobrecidos de Egipto. A cordero asado. A sangre de cordero. No ha habido una sola vez en la que yo haya comido cordero asado, sin que cierre los ojos y por un instante me imagine aterrado en una choza de barro a medio caer, sabiendo que me como la última reserva de alimentos de la familia. Cordero oloroso que marcó el inicio del camino de un pueblo valiente que se atrevió a mostrarse en rebeldía.

II

Todo pueblo esclavo come migajas. No iba a ser diferente con los esclavos del imperio egipcio. En esas condiciones infames un pan mohoso no se deshecha. Es más, seguramente el pan que se enmohecía en las casas de los poderosos, iba a parar a la despensa de sus hambrientos sirvientes. Seguramente si había un lado oscuro y húmedo en la casa, iba a ser el destinado para que vivieran los pobres. El lugar en donde el cuero se pone verde. El lugar que huele todo el tiempo a hongos. Lo curioso es que a veces el moho puede ser bendito. Existen bastantes referencias del uso de pan enmohecido en la antigüedad como desinfectante para sanar heridas. Del moho Fleming obtuvo penicilina cuando por causalidad vio que éste mataba patógenos sin afectar a las células sanas.

Muchas especulaciones se han hecho para conferirle posibilidades históricas al Éxodo. Desde un volcán que al hacer erupción liberó CO2 y mató a los que vivían en las partes altas (los ricos), hasta una que siempre me ha resultado atractiva por su carácter gastronómico. Tal vez, solo tal vez, los pobres comían antibiótico sin saberlo. En cada bocado resentido de pan verde, iban inoculando a su cuerpo con la salvación. Y un día cayó una enfermedad terrible, una peste arrasadora e implacable. El ángel de la muerte signando la suerte de todo al que tocara con su dedo de virus y bacterias… y unos humildes comedores de pan, sin saberlo, estaban salvos. El resto es historia. Historia de cordero, hierbas amargas y pan.

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