Después de dieciocho años juzgar deja de tener sentido. A los de afuera. A los de adentro. A los que decidieron y a los que no. Al preso y al que se calló para no serlo. Ya son muchos años de dictadura como para creer que los códigos son los que eran, los que soñamos, los que imaginamos y los que nos deseamos. Todo el mundo, absolutamente todo el mundo, es víctima en una dictadura. Inclusive el victimario. El muchachito que levantará el fusil y el que recibirá el culatazo apenas tenían edad para caminar cuando esto empezó y ya ninguno sabe lo que es pasado. Dos víctimas entendiendo que hay un presente omnipresente, ejercido por un puñado que será omnipotente hasta que el engranaje del destino haga click después de echarse a rodar. Dieciocho años de dictadura es mucho para seguir juzgando. Aquí es tan víctima el ciudadano de a pié con un teléfono 0424 como el funcionario público al que le asignaron un 0426. Ambos están pinchados y vigilados. Ya Venezuela no será lo que fue. Ya no...