Ruben Osorio Canales 2

LAS CEBOLLAS ITALIANAS
DE ALBERTO ARVELO TORREALBA

RUBÉN OSORIO CANALES

Alberto Arvelo Torrealba es, sin duda alguna, el más grande poeta popular de Venezuela. Abogado, hombre de un conocimiento profundo de las letras, cultor de Garcilazo, traductor insigne de Ungaretti y autor de obras ya metidas en el corazón de la gente de nuestra tierra, como Florentino y el Diablo, Música de Cuatro y Glosas del Cancionero; era un hombre de gran jovialidad y bonhomía.
Con gran sentido del humor, solía hacer bromas serias a sus amigos.
Un día, estando en Roma, hicimos un paseo a una finca de Mario y Annunziata Maldonado, en Sezze Romano, localidad distante a unos 180 km. de Roma. Allí pasamos tres días inolvidables hablando de arte, de gastronomía, de poesía, de política, en fin, hablando del hombre. Yo me dedicaba a escuchar a aquella fuente de sabiduría y de humildad, mientras decía sus criterios mas firmes sobre el trabajo de los creadores. Repetía lo que le escuché desde niño : “El Arte es hasta en el cielo, disciplina sin relajo”. “Ningún poeta que se respete debe tener prisa en publicar”
“Toda afirmación resumida en un verso es válida si te “yerra” los tuétanos.” Eran lecciones que el bardo barinés dejaba, de manera sistemática, para que uno entendiera mejor la dimensión del compromiso a la hora de escribir.
Llegada la hora del almuerzo o la cena, nos metíamos en los amables laberintos de los vinos de la hacienda, a dorar a la brasa sus magníficos pollos, a comer polenta y conejo, a la manera del lugar, sentados frente a una ‘tabla redonda donde yacía una polenta fresca y reluciente, y en el centro de ella, las presas del conejo regadas con una salsa de vino espesa. Frente a nosotros una garrafa de tinto casareccio de especial aroma y juventud.
Para dormir nos habían colocado a los varones en un granero que era el depósito de los frutos que producía la finca.
A un cierto momento de la tertulia el poeta se retiró a descansar y los más jóvenes nos quedamos jugando con el vino y algunos trozos de quesos y de salami.
Cuando nos fuimos a dormir era ya tarde. Llegamos al granero y nos fuimos abriendo paso en medio de la oscuridad para llegar a las camas rústicas que nos habían preparado.
Yo llegué a la mía y cuando me acosté sentí que la supeficie del colchón estaba llena de protuberancias que lastimaban mi espalda. No sabiendo de que se trataba me incorporé y comencé a tocar lo que estaba debajo de la manta. Eran frutos redondos que por la oscuridad reinante en el granero, mi ligera ebriedad confundió con manzanas. En la oscuridad las quité del colchón y me quedé con una de ellas, redonda, firme y sin hacer ninguna verificación le di un soberbio mordisco en el justo momento en que de la oscuridad salió una risita delatora. Era el poeta Arvelo que reía por el éxito de su travesura. Demás esta decir que, sin chistar, me comí integra la cebolla que, a esa hora y en esas condiciones, no era lo más apetitoso. Debo confesar que con toda la ingesta de vino, pollo, salamis varios, aceitunas en cantidad y pan campesino con mucho ajo y eceite de oliva, ese pasapalo de media noche inspiración del poeta Arvelo, causo estragos en mi aparato digestivo con consecuencias que fueron generales, por cuanto a pesar de haberme ido algo lejos del granero a satisfacer una obligante emergencia estomacal, sus habitantes no pudieron evitar que la brisa hiciera de las suyas con aquellos más que acres olores.
Al día siguiente, el poeta me miraba como quien no ha roto un plato y se interesaba en saber que había acontecido.
Tomé el asunto con humor y le dije que para esa noche yo había pensado en hacer un menú a base de cebollas, de entrada: rodajas de cebolla cruda con aceite de oliva, sal, pimienta y un punto de vinagre de vino.
Como segundo: unas pequeñas bruschetas con cebolla marchitada en aceite de oliva, ajo sal y perejil y para cerrar una sopa de cebolla campesina hecha con 1 kilo de cebolla cortada en rodajas, rehogadas en 200 gramos de mantequilla fresca, aderezada con un punto de sal y otro de azúcar, un punto de tomillo, un litro de caldo suave de pollo y un litro de vino blanco que dejé hervir unos 40’.
Al momento de servir, puse en cada plato una rodaja de pan campesino o casareccio, lo bañé con la sopa espesa de cebolla y una lluvia de queso parmesano mezclado con pecorino picante.
Serví el correpondiente tinto seco y nos entregamos a las delicias de un buen comer campesino.
En la noche después de tanta sana suculencia, yo me retiré primero al granero, derrotado como estaba con tanta ingesta de cebolla y tanto cocinar y beber.
Cuando el poeta llegó a su rústico lecho pensó en alguna jocosa venganza mía, por lo que revisó su cama y tropezó con varias formas redondas. Eran manzanas que yo le había puesto. Las tomó, las olió y las comió. Luego lo oí decir: Hoy, Rubén hizo un buen alejandrino- Y al rato roncaba con la placidez de los ángeles buenos.
En estos tiempos no se pueden hacer travesuras de este tipo porque saldrían muy costosas, pero lo que si podemos hacer es montar una fiesta encebollada por lo sana que es y los atributos mágicos que le endosan varios brujos en la zona de Sorte. Cuestión de ensalme para evitar las malas notas de la mala hora..

EL PLATO

Haber recordado este episodio me lleva hoy a trabajar un menú casero para mis amigos, donde el plato principal será unas cebollas rellenas con un guiso de carne a base de cordero, res y cochino, con toques de alcaparras, aceitunas y pasas y llevadas al final a horno medio con un copo de pan rallado, parmesano, y ementhal, para gratinarlo. Acompañaré ese par de cebollas por persona con un arroz blanco aromatizado con albahaca, perejil o cilantro.

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