373 MI PERFUME
Pensemos por un momento en un producto que nos guste mucho, al que nos ligue el afecto y por el que estaríamos dispuestos a luchar para que no desaparezca. Uno que lloraríamos si deja de ser lo que siempre ha sido. Uno que nos produce orgullo porque es un producto de nuestra tierra altamente apreciado en el mundo. Pensemos, por ejemplo, un licor o un queso, y por un instante pongámonos en los zapatos tanto del productor como del comensal. El productor desea que siempre lo respeten por lograr esa maravilla, pero tiene miedo que todos esos años de trabajo para desarrollar la perfección, se vayan por el caño por culpa de falsificadores de oficio. El cliente simplemente desea que no lo engañen. Que si la botella dice, por ejemplo, ron venezolano, elixir casi perfecto, no se trate de un engaño producido en otro país al que le pusieron una etiqueta para aprovecharse del prestigio ganado a fuerza de mucho tesón; porque si eso sucede, por un lado usted y yo hemos sido engañados, y por el