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Mostrando entradas de junio, 2021

GENTE

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Hay gente que se parece a mi y gente que no. Hay gente que imito por admiración y gente que admiro porque ama y con su ejemplo construye un mundo mejor.  Gente.  Para todos ellos, la gente, espero lo mismo que para mi: que me dejen amar, que me dejen ser amado, casa, trabajo, vacaciones, salud, salir a caminar sin miedo, equidad ante la ley, estudiar sin que me hagan bulliying ni cuando salgo a un parque con Sylvia. No pido nada del otro mundo para mí, ni para los demás.  Hablo de gente como usted que lee o como yo que escribo. Gente normal, cotidiana. Nadie especial. Nosotros, los normales. No hablo de negros, ni blancos. No hablo de gordos, ni flacos, ni con mi pasaporte, ni con otro pasaporte. No hablo de lumbreras científicas ni de personas cognitivamente distintas. No hablo de quien hace el amor con alguien de su mismo sexo ni de mi que lo hago con Sylvia (por cierto: como nos gusta hacer el amor a Sylvia o a mi no creo que le interese a nadie, salvo a nosotros que nos amamos). No

PAN Y PABELLÓN SOBRE EL ALTAR

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Nota: Al final de este escrito pongo fotos que fui tomando. Simplemente les invito a leer el texto y construir las historias desde esas fotos. I En Cumming 1132, en la ciudad de Santiago de Chile, está la Pastoral Social de la parroquia de Nuestra Señora de Andacollo, adosada a la iglesia. Allí, desde hace 50 años un grupo de voluntarias cocinan todos los días 200 comidas para repartir, fundamentalmente entre adultos mayores.   En Chile es común decirle “tía” a las señoras que cocinan en estos grandes comedores. Siempre me ha parecido precioso que sea así. En esa cocina están la tía Marcela, que es la coordinadora de la pastoral, o la tía Eli que vende dulces frente al colegio y luego se va a ayudar, o la tía Luisa. Para grata sorpresa hay dos venezolanos como mano voluntaria. Uno es Alfredo al que le dicen “el gallo” y la otra es Carolina a la que el padre bautizó “paloma”. Frente a la modesta casa de ladrillo color vino tinto con puerta negra, un señor barre las hojas que sin ningún

SOBRE EL ORÉGANO CHILENO Y LA NOSTALGIA

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A María José Vargas porque desde sus ojos he entendido a Chile. I (El orégano de Chile no me gusta) Siendo yo relativamente incontinente a la hora de mostrar mi quehacer gastronómico en la red Instagram, es natural que con el tiempo vaya recogiendo una data informal a través de los comentarios que me dejan. Es notable la cantidad de veces en que los comentarios son una elegía al paraíso perdido, encadenada a la nostalgia. El orégano de Chile no me gusta. No tiene el sabor como el nuestro. Sabe como a jabón. Ninguna salsa me queda igual. Y comentarios de tono parecido se repiten casi con cualesquiera cosas que pueda haber en ambos países. Antes de explicar porqué considero al orégano chileno no solo excepcional sino espectacular, voy con un cuento largo. II (De lo seco y lo fresco) Hay una salsa clásica francesa para carne que se llama Sauce Béarnaise y que en las décadas de la bonanza económica en Venezuela fue muy popular. Fundamentalmente es vino blanco, vinagre, escalonias, huevo, m