334: 27 MINUTOS
Admiro profundamente de la mente anglosajona su capacidad y pasión por medirlo todo hasta reducir nuestro mundo a porcentajes universales. Uno de esos números me lo topé en el libro Cooked (Penguin Group, 2013) de Michael Pollan, que entiendo aún no ha sido traducido al español. Este artículo será una versión libre de las ideas expuestas por el autor en la fabulosa introducción de su libro.
Cuenta el autor que el tiempo promedio que pasa una familia norteamericana en la cocina se ha reducido a 27 minutos por día (¡Increíble que puedan medir algo así!), colocándoles como líderes en un mundo en donde, en general, el fenómeno se repite en todos los países. La ironía es que este también es el período de la humanidad en que más se habla y se lee de cocina. De hecho, a la par de la disminución del tiempo pasado en los fogones domésticos, las personas cada vez pasan más tiempo viendo programas de cocina en televisión; lo que probablemente es un indicio de que aún no estamos preparados para abandonar “el acto desde donde se inicia la cultura” (Lévy-Strauss), aunque colectivamente sintamos que no tenemos el tiempo, la energía o el conocimiento para estar en la cocina. Querer saber de cocina, siempre siguiendo las ideas de Pollan, es un acto nostálgico que nos aferra a tiempos perdidos y pone a vibrar cuerdas emocionales profundas.
La práctica de comer juntos en un espacio y tiempo acordados, pasa poco a poco a convertirse en el acto de comer comida industrializada en donde sea y como sea. En el fondo volvemos a ser esos salvajes que vagábamos, solos por el forraje, tratando de comer lo que nos topáramos. Perder el espacio de la cocina como fuego domador, llegar a esos 27 minutos, no es poca cosa (así como la comida compartida en familia no es poca cosa). Es el espacio en donde nuestros hijos adquieren los hábitos básicos de la civilización: compartir, oír, esperar, entender las diferencias, argumentar sin ofender.
Un acto cotidiano que hizo que los mortales comunes tuviésemos acceso a grandes logros técnicos, se va alejando. Actos rudimentarios como hacer queso, cerveza o pan, nos parecen formas extremas de cocina. Vamos perdiendo conocimiento, y con esa pérdida se nos va también poder. La cocina, con cada minuto que le restamos hasta llegar a esos 27, se va convirtiendo en una forma abstracta de arte. Parte de un imaginario exótico.
Los tiempos cambian y luchar contra la dinámica que impone la vida actual en las ciudades es imposible y probablemente caer en la discusión de volver a tiempos pasados sea estéril, porque implicaría inclusive renegar del derecho al trabajo y al descanso, como par de logros inmensos de la mujer en los pasados cien años. Pero el que hayamos decidido dejar la cocina (especialmente las mujeres) ha traído dos distorsiones tremendas: Por un lado la educación social de nuestros hijos sale de la casa, y por el otro el grueso de la alimentación del mundo va quedando en manos de corporaciones cuyo fin no es justamente alimentar y sanar.
Cocinar transforma a la naturaleza, y en el camino nos vuelve humanos. Muchas aseveraciones se han hecho para asegurar que somos un animal único, y otras tantas han caído. No somos los únicos que sufrimos, que razonamos, que poseemos lenguaje, que somos capaces de contar, de tener autoconciencia e inclusive no somos los únicos que reímos. Solo una aseveración de diferenciación se ha mantenido intacta: somos el único animal que cocina. De hecho Pollan va mucho más allá y asevera que mas que el hecho de cocinar nos haya hecho humanos (ver mi artículo “Dijo aprendan a cocinar y se hizo el hombre:http://bit.ly/i8ncgb), podemos decir que cocinar es parte de la naturaleza humana.
Una de las características de la vida moderna, de eso que llamamos progreso, es la especialización. Llamamos libertad al hecho de dejar la producción de las cosas en otros que las saben hacer mejor, y el ocio solo es posible desde el consumo. Hay una forma de pelear contra esta racionalización absoluta de la vida y es cocinando en casa. Ir estirando esos 27 minutos hasta convertirlos en 28 y luego en 29. Retomar el poder sobre lo que somos, queremos ser y, sobre todo, nos merecemos.
Una linda manera es retomando el placer. Tanto el placer de cocinar, como el de estar con nuestros hijos. Veamos un libro de cocina o un programa de TV y planifiquemos practicar el fin de semana lo que supimos hacer como humanidad y un día dejamos en manos de otros. Decidamos que es lo que nuestro cuerpo pide ya que todos sabemos que es sano y que no. Inventemos un día sagrado a la semana para cenar con nuestros hijos. No luchemos a muerte contra lo que somos hoy en día como sociedad… tampoco nos entreguemos. Fuimos libres entre fogones y cacerolas, nada nos impide serlo de nuevo.
Comentarios
Me encanta leerte :D
Me gustaría que desarrollaras esa idea de las mujeres que se van de la cocina en otro post. Me dio la impresión de que hay mucho que discutir por ahí, aprovechando que hace poco bautizaron el libro de "Comida de Soltero".
Un abrazo!!