LA MADONNA Y LAS MUJERES (LA MADONNA E LE DONNE)

Nota: Dopo questa versione in spagnolo, ho inserito la versione in italiano utilizzando il traduttore di ChatGPT.


 I

(De como dije no y luego si a úna fiesta que no me gusta nada)


 

Con Mikela Policastro


Cuando llegó el correo con la invitación para participar en el evento de La Chinita en Roma fui categórico y le dije a mi esposa que no quería participar. Nunca me ha gustado una fiesta, le tengo alergia a lo concentradamente folklórico, no me gusta la gaita (música bailable tradicional de las navidades de mi país) y cuando hay música y alcohol mi presencia de “figura pública” es agotadora porque muchos se quieren tomar una foto sin ni siquiera saber quién soy, solo porque ven a otros hacerlo y porque algunos ya están medio ebrios.

Aclaro algo: el que yo afirme que no me gusta una fiesta folklórica o la gaita no es un juicio de valor. Todo lo contrario, es la afirmación de que estoy consciente de que soy aburrido.

Se fueron moviendo engranajes y finalmente un día mi esposa me convenció para que nos asociáramos con una empresaria de Pescara (que está a 700 km al sur de mi casa) para yo hacer hallacas (plato más importante de la navidad en mi país) y venderlas en la feria en cuestión.

Y allí estaba yo. En una feria folklórica de venezolanos expatriados y nostálgicos, atormentado con la música y aguantando estoico 7 horas de fotos y sonrisas.

Y le agradecí a la vida haber aceptado. Lo agradecí mucho. De eso se trata esta historia.

 

II

(Dame a tus cansados, a tus pobres, a tus masas hacinadas)


 

Con Celeste Di Pasquale


Ya hace varios años los venezolanos dejaron de emigrar. Los venezolanos no emigran, huyen. Huyen de algún momento muy violento. Huyen de la pobreza. Huyen de la mordaza. Huyen de una enfermedad curable que se ha vuelto incurable. Huyen del no futuro para sus hijos. Huyen del miedo por estar en una lista. Huyen de una incertidumbre. Huyen de un trabajo que no es la profesión para la que se graduaron. Huyen para diversificar economía y poder hacer vivir a los que se quedan. Huyen por opresión en el pecho y es igual de válido.

Como en todo grupo social, hay categorías. Hay los de arriba y los de abajo. Algunos huidos llegan con pasaporte comunitario por herencia, otros llegan con algo de planificación y algunos llegan con plan b en caso de que no resulte. Huidos igual, eso sí.

Pero están los que nadie los espera. Los desesperados. Los cansados como dice el título de esta parte parafraseando la famosa frase de la estatua de la libertad.

Y de paso se enfrentan a la mirada casi de asco de muchos de su propia comunidad. De aquellos igualmente huidos pero que se creen de primera clase. Los que dicen frases como “¿Cómo se le ocurre hacer eso con niños pequeños?” Y me provoca preguntarles si hubiesen dejado a los suyos o si preguntaron por qué, o frases como “¡Por lo menos hubiesen aprendido italiano!” y lo dicen en su italiano latino igualmente hablado con fuerte acento, o frases como “hubiesen averiguado al menos” como si nunca hubiesen estado desesperados o todo lo supieran. Venezolanos “de bien” como se autocalifican, con alergia a los pobres e incapaces de preguntarle a esos cuáles fueron sus circunstancias.

Y eso pobres están llegando con historias realmente terribles. Y están muy solos, salvo por la iglesia católica y un grupo de mujeres.

Llegan después de haberlo vendido todo y en el aeropuerto se preparan para devolverlos y solo atinan a ver la maleta de modelo antiguo que es todo lo que tienen. Llegan y no está quien tenía que esperarlos. Llegan y terminan en refugios de Cáritas. Llegan y jueces deciden que no son aptos para cuidar sus hijos y se los quitan (de los casos más espantosos que tuve que escuchar). Llegan pobres y no logran salir de la pobreza. Llegan y no saben enfrentarse a la compleja burocracia italiana.

Es cierto que no son tantos como en Colombia o en Chile, pero los hay.

En estos días he escuchado algunas historias realmente tristes.

¿Saben que descubrí en estos días de fiesta folklórica en el parque? Descubrí la red de mujeres que van a darle comida a los que están en la calle, que salen en la madrugada a un aeropuerto, que hablan con el alcalde del pueblo, que llevan familias a los refugios de Cáritas, que salen a repartir comida a los que están en situación de calle, que traducen documentos y se van a la embajada.

Soy preguntón por naturaleza porque me gusta entender a las personas. Cuando llegué a Pescara, mi socia de proyecto (Stefania Moschella) me alojó en casa de una venezolana amiga suya llamada Celeste Di Pasquale y eso hizo que hablará con ella varias veces.

Cuando llegué a Roma me recibió Mikela Policastro (la organizadora de la fiesta) y me asignó de chofer a su amiga Luisa. Nuevamente una oportunidad para hablar con ellas.

Resulta que que Mikela en Roma o Celeste en Pescara llegaron hace veinte años. Llegaron cuando se emigraba, no cuando se huía. Aquí hicieron su vida, aquí desarrollaron su profesión, aquí se casaron.

Celeste tiene una asociación que se llama Asociación Simón Bolívar en Abruzzo y Mikela una que se llama Viva Venezuela en Italia en Roma. Es realmente impresionante ver lo que hacen.

¿Qué tiene que ver la fiesta de Roma con esto? Todo.

Todo el trabajo que hacen es ad honorem, pero necesitan financiarlo. Así que Mikela se inventó hace 13 años la fiesta para poder tener fondos. Viví como testigo lo que significa. Cargar en su auto, convocar, llegar a acuerdos, adelantar de su bolsillo. Es un trabajo inaudito.

Me llevaron a ver la zona en donde están los que duermen en la calle, me mostraron en donde están los refugios, me contaron de cómo van a los juzgados a pelear por los hijos que quieren dar en adopción, de la consejería legal permanente, de las traducciones, de las ida y vueltas al consulado.

 

III

(No son dos. Son muchas)


Con Stefania Moschella

Entendiendo sus historias me di cuenta con profunda vergüenza que ya había escuchado historias similares en Génova, en Turín y en Milán. En eventos en los que he participado aparecían y sin pedir absolutamente nada me comentaban que tenían una organización para ayudar. En el apuro sonreía, pero no escuchaba realmente.

Hay muchos elementos en común. Ahora que finalmente me detuve a escuchar entendí que hay similitudes importantes: Son mujeres, han ido armando una red y se conocen entre ellas aunque vengan de historias de migración distintas en tiempo, en zonas y en razones, mantienen un contacto estrecho tanto con la burocracia italiana como con la venezolana, perciben cero euros por su labor, llegaron antes de la debacle y están casadas con italianos que en algunos casos ni siquiera conocen a Venezuela, en todas las historias hay un momento de inflexión asociado a un encuentro con la virgen por lo que son profundamente religiosas, todas se sintieron conmovidas ante una situación humanitaria y no quisieron quedarse de brazos cruzados.

Viendo lo común se entiende el conjunto. Para mi fue un honor que me abrieran un pedacito de su misión.

A cualquiera de ellas no les vuelvo a decir que no a priori, ya han recibido de esos no más de la cuenta.

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LA MADONNA E LE DONNE 

I

(Di come ho detto no e poi sì a una festa che non mi piace per niente)


Quando è arrivata l’email con l’invito a partecipare all’evento della Chinita a Roma, sono stato categorico e ho detto a mia moglie che non volevo partecipare. Non mi è mai piaciuta una festa, sono allergico al folclorico concentrato, non mi piace la gaita (musica da ballo tradizionale del periodo natalizio nel mio paese) e, quando ci sono musica e alcol, la mia presenza come “personaggio pubblico” diventa estenuante perché molti vogliono fare una foto con me senza nemmeno sapere chi sono, semplicemente perché vedono altri farlo o perché alcuni sono già un po’ brilli.


Chiarisco una cosa: il fatto che io dica che non mi piacciono le feste folcloristiche o la gaita non è un giudizio di valore. Al contrario, è la consapevolezza di essere una persona noiosa.


Poi le cose si sono messe in moto, e un giorno mia moglie mi ha convinto ad associarci con un’imprenditrice di Pescara (che si trova a 700 km a sud di casa mia) per preparare delle Hallacas (il piatto più importante del Natale nel mio paese) e venderle alla fiera in questione.


Ed eccomi lì. A una fiera folcloristica di venezuelani espatriati e nostalgici, tormentato dalla musica e sopportando stoicamente sette ore di foto e sorrisi.


E ho ringraziato la vita per aver accettato. L’ho ringraziata tanto. È di questo che parla questa storia.



II

(Dammi i tuoi stanchi, i tuoi poveri, le tue masse accalcate)


Ormai da qualche anno i venezuelani non emigrano più. I venezuelani non emigrano: fuggono. Fuggono da un momento molto violento. Fuggono dalla povertà. Fuggono dalla censura. Fuggono da una malattia curabile che è diventata incurabile. Fuggono dall’assenza di un futuro per i propri figli. Fuggono dalla paura di essere in una lista. Fuggono dall’incertezza. Fuggono da un lavoro che non è la professione per cui si sono laureati. Fuggono per diversificare l’economia e poter far vivere chi rimane. Fuggono per un’oppressione al petto, ed è altrettanto valido.


Come in ogni gruppo sociale, ci sono categorie. Ci sono quelli che stanno in alto e quelli che stanno in basso. Alcuni fuggiti arrivano con un passaporto comunitario per eredità, altri arrivano con un po’ di pianificazione e altri ancora con un piano B nel caso in cui non funzioni. Sempre fuggiti, comunque.


Ma poi ci sono quelli che nessuno aspetta. I disperati. Gli stanchi, come dice il titolo di questa parte, parafrasando la famosa frase della Statua della Libertà.


E si trovano anche a fronteggiare lo sguardo quasi disgustato di molti della propria comunità. Di quelli fuggiti anch’essi, ma che si credono di prima classe. Quelli che dicono frasi come: “Come gli è venuto in mente di fare questo con bambini piccoli?” E mi viene voglia di chiedere loro se avrebbero lasciato i propri o se hanno chiesto perché. Oppure: “Almeno avrebbero potuto imparare l’italiano!”, detto nel loro italiano latino, comunque parlato con forte accento. O ancora: “Avrebbero almeno potuto informarsi,” come se non fossero mai stati disperati o sapessero tutto. Venezuelani “per bene”, come si autodefiniscono, allergici ai poveri e incapaci di chiedere a questi ultimi quali siano state le loro circostanze.


E quei poveri arrivano con storie davvero terribili. E sono molto soli, salvo per la Chiesa cattolica e un gruppo di donne.


Arrivano dopo aver venduto tutto e in aeroporto si preparano ad essere respinti, fissando l’unica valigia vecchia che è tutto ciò che hanno. Arrivano e la persona che avrebbe dovuto accoglierli non c’è. Arrivano e finiscono nei rifugi della Caritas. Arrivano e i giudici decidono che non sono idonei a prendersi cura dei propri figli, che quindi vengono tolti loro (uno dei casi più spaventosi che ho ascoltato). Arrivano poveri e non riescono a uscire dalla povertà. Arrivano e non sanno come affrontare la complessa burocrazia italiana.


È vero che non sono tanti come in Colombia o in Cile, ma ci sono.


In questi giorni ho ascoltato alcune storie davvero tristi.


Sapete cosa ho scoperto in questi giorni di festa folcloristica nel parco? Ho scoperto la rete di donne che escono a dare da mangiare a chi vive per strada, che si alzano all’alba per andare in aeroporto, che parlano con il sindaco del paese, che portano famiglie nei rifugi della Caritas, che distribuiscono cibo, che traducono documenti e vanno in ambasciata.



III

(Non sono due. Sono molte)


Capendo le loro storie, mi sono reso conto, con profonda vergogna, che avevo già ascoltato racconti simili a Genova, Torino e Milano. In eventi a cui ho partecipato, queste donne apparivano e, senza chiedere nulla, mi raccontavano di avere un’organizzazione per aiutare. Preso dalla fretta, sorridevo, ma non ascoltavo davvero.


Ci sono molti elementi in comune. Ora che finalmente mi sono fermato a sentire, ho capito che ci sono importanti somiglianze: sono donne, hanno costruito una rete e si conoscono tra loro, anche se vengono da storie migratorie diverse per tempo, luoghi e motivi. Mantengono un contatto stretto sia con la burocrazia italiana che con quella venezuelana, non percepiscono un solo euro per il loro lavoro, sono arrivate prima del crollo e sono sposate con italiani che, in alcuni casi, nemmeno conoscono il Venezuela. In tutte le storie c’è un momento di svolta legato a un incontro con la Madonna, per cui sono profondamente religiose. Tutte si sono sentite mosse da una situazione umanitaria e non hanno voluto restare con le mani in mano.


Vedendo i punti in comune, si capisce il quadro complessivo. Per me è stato un onore che mi abbiano aperto una piccola finestra sulla loro missione.


A ognuna di loro non dirò mai più di no a priori; ne hanno già ricevuti troppi.



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