UN HOMBRE ABRAZA AJÍES DULCES




No existe aroma y sabor más importante para mí que el del ají dulce venezolano fresco. En todas su versiones. El rosita, el jobito, el Margariteño. Cada uno con su expresión y recuerdos adosados.


Cuando decidí dejar Venezuela, sabía que lo perdía. Y sabía lo que perdía.


Domar una semilla en tierras lejanas con regularidad y estandarización como para volverla comercial es una tarea que toma mucho tiempo y la emigración de venezolanos no solo es nueva, sino que no somos una emigración de agricultores.


He tenido acceso a los polvos secos, pero ese sabor del fresco es un grial que perseguimos. A veces venden unos pimentoncitos que no saben ni estando borracho a ají dulce, pero que uno compra por nostálgico.


En el futuro llegarán a conseguirse ajíes dulces de calidad en el mundo, no tengo la menor duda, porque la presión de 8 millones de venezolanos migrantes es lo suficientemente poderosa como para que en algún momento los veamos en la sección de verduras de los supermercados tal como hoy no es raro conseguir un ají peruano, un jalapeño mexicano o una yuca congelada.


Mientras tanto, se trata de un mercado de cuidadores de semilla como alguien en Nápoles que cuenta en sus redes como hace para desinfectar, secar y congelar las semillas. De intercambiadores de semillas como alguien en Montreal que le manda a otros semillas de buena calidad que produce, con el instructivo de cómo sembrarlas. De kilómetro cero, como las personas que le venden ají dulce fresco a los cercanos. De intercambio cultural digital como aquellos que publican su pequeña planta en casas de todos los países usando los hashtags #miplantadeajídulce, #ajidulce o #ajidulcevenezolano. De artesanos que hacen mermeladas o adobos secos y los venden por internet. 


Es muy hermoso porque si lo ven, nada ha cambiado desde el neolítico. Seguimos domesticando semillas, cuidando semillas, intercambiando semillas, documentando procesos para sembrar y regalando. Lo hacemos porque sin semilla no hay cultura gastronómica y sin cultura gastronómica nos queda la nada.


Hay otro factor y es que tener algo fresco en las manos es preguntarse ¿Ahora qué tengo en mis manos este bien precioso que haré? Son las preguntas que nos hacemos desde siempre: ¿Cómo asir este perfume maravilloso de lo fresco antes de que desaparezca? ¿Cómo conservar este tesoro para tener algo de su grandeza pasado el tiempo? Son las mismas preguntas que nos hemos hecho con cada estación en que sabemos que la naturaleza aunque cíclica también es efímera. Nos las hacemos con una trufa y con ají.


Por eso hemos aprendido a hacer platos que muestren el producto en su esplendor fresco, llamándolo cocina de mercado, y por eso hemos aprendido a conservar para tener acceso a ese alimento en tiempos en que ya no lo haya. Siempre dicen que aprendimos a conservar para poder ahorrar comida para el futuro y es cierto. Pero siempre lo hemos hecho buscando que ese futuro sea glorioso, oloroso, sabroso.


Yo salí de mi país un 13 de septiembre de 2017 hacia un congreso en Popayán (Colombia) y de allí seguí para Chile. Solo he ido a mi país una vez hace un año, y me quedé un mes. De los 2172 días que han transcurrido desde que me fui, 2142 días estuve sin ají dulce fresco en mis manos.


¡Hoy los toqué! Los papás de mi amiga Goizeder Azúa sembraron (y mucho ya que se trata de un campo completo de ají) en Castellón de la Plana en Valencia (España) y me mandaron a Italia una partecita de lo que es su primera cosecha.



Y aquí estoy, en una conexión casi astral con los pobladores de Sur América que hace 5000 años comenzaron a domesticar ese tesoro que Dios les había dado. Aquí estoy diciéndoles ¡Oigan, hoy me haré un carpaccio de pescado con hilos de ají dulce fresco para sentir su aroma! ¡Oigan, viviré la lotería de descubrir si alguno salió picante! ¡Oigan, guardaré semillas y las congelaré! ¡Oigan, haré un sofrito para comer algunos días platos que sepan a lo que soy realmente yo! ¡Oigan, el año que viene veré si puedo sembrar una matica en casa y aprenderé el mes correcto para hacerlo! ¡Oigan, conservaré algunos ajíes fermentándolos para usarlos después! ¡Oigan, si conozco a alguien que tenga esta nostalgia mía intercambiaré semillas y conocimiento con ella!


¡Oigan, muchas gracias!



 

Comentarios

Maria Clara ha dicho que…
Cuanta saudade!
María Cetto ha dicho que…
Que belleza! El que cocina o ha cocinado en Venezuela sabe muy bien la realidad de tus palabras. Los guisos nunca son lo mismo sin nuestro pimentón Dulce.
Disfruta esos que te llegaron. Cuídate mucho
Carolina Rodríguez Cariño ha dicho que…
Nada mejor descrito, el ají dulce nos transporta a esos platos de siempre, de vida. Se los compro a un ingeniero agrónomo que les siembra en el sur de España, pero la cosecha es corta para tanta demanda, porque todos le queremos y le esperamos con ansias. Habrá que tocar al señor Andoni, que nos venda un poco para congelar y usar de a poco, el oro sabroso que exponencia el sabor venezolano y nos trae una sonrisa al alma
Urogallo ha dicho que…
Sigo a una venezolana en Alemania que se ha dado a la tarea de regalar matas y semillas a los venezolanos que conoce. Dice que su esposo la mira rato porque se monta en el tren con una planta para dársela a un desconocido.
Yo tengo mi segunda generación en Los Angeles y estoy intercambiando semillas con una amiga de Oregon.
El ají dulce nos hermana.
Fina ha dicho que…
Extraño muchísimo el ají dulce, me encanta el sabor que deja. Desde que vine a España, hace 35 años, no lo he vuelto a usar, aquí no lo consigo 😢😢

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