LAS MADRES DE LA DIÁSPORA VENEZOLANA TIENEN UN PASADO
I
Los hábitos, usos y gustos alimenticios cambian varias veces en la vida de una persona. Son muchos los factores que pueden generar esos puntos de inflexión en donde nada vuelve a ser como lo era antes: adoptar los preceptos de una religión, casarse con alguien que come distinto, mudarse de región, asumir cambios de hábitos por razones ideológicas o de salud, ascender o descender dramáticamente en ingresos, adoptar la gastronomía como pasión y asumir nuevas costumbres, hábitos de compras y productos. En fin, esto es apenas una pequeña lista de la que es una mucho más extensa.
En cada de uno de estos tránsitos quedan algunos platos del pasado que se aferran a la nostalgia, casi siempre en el plano celebratorio, pero son poquísimas las personas que comen igual toda la vida. Entender la historia de las personas a través de estos momentos siempre me ha fascinado porque siento que cuentan muy bien su biografía.
El 15 de febrero de 2014, sábado, le hice una entrevista a mi madre Anusuya Singh en mi casa en la isla de Margarita. Fue 6 años y medio antes de su muerte. En ese momento recién había cumplido 78 años de una vida muy vivida por decir lo menos. La entrevista gastronómica me permitió entenderla mucho y de paso cambió radicalmente mi visión de la gastronomía.
La quería entrevistar no solo porque me parecía importante dejar un registro de su voz sino porque en su caso se habían producido cuatro cambios muy profundos e inusuales juntos. Hago un paseo rápido de esos períodos para poder llegar al meollo de este escrito que es su asombrosa respuesta cuando terminaba la entrevista.
1. Mi madre nació en una comuna que fundó su padre Gurbakh Singh en un pueblo que él mismo hizo en 1930 y que llamó el lugar del amor (Preet Nagar) y que aun mantiene parte del espíritu original a través de sus descendientes. He asociado a los nombres de mi abuelo y del pueblo sendos links para que puedan ver un poco más. Allí no había una madre que la enseñara a cocinar porque se cocinaba en comuna.
2. Su casa de infancia quedaba (y queda) prácticamente en la frontera con Pakistan cuando estalló la primera guerra indo-pakistaní en 1947, les ahorro los detalles de los horrores que me contaba mi madre sobre esa vida de niña a los 11 años, pero me impresionó que en la entrevista me comentara que por largos períodos solo tuvieron cebolla y papa para comer. No había ni casa ni comida para que una madre le enseñara a cocinar.
3. En 1960, teniendo mi madre 24 años y luego de abandonar la carrera de medicina en New Delhi, se mudó a Moscú para estudiar filología como parte de la primera camada de estudiantes del mundo que inauguraba la universidad Patricio Lumumba. Allí vivió cinco años en la residencia femenina y allí conoció a mi padre, que estudiaba física. Comía en el comedor universitario y de paso comida rusa. Tampoco había una madre que le enseñara cocina materna.
4. Finalmente, en 1965 llegó a Venezuela siguiendo a mi padre. En Venezuela vivió sus últimos 55 años. Allí nacimos sus hijos. Cuando mi madre llegó a Venezuela estaba por cumplir 30 años de edad y nadie le había enseñado a cocinar.
Mi madre cocinaba cocina de la India realmente espectacular. De hecho era una gran anfitriona y las tertulias en casa en donde ella invitaba a cenar eran unos encuentros poético-musical-gastronómicos que no supe entender de niño y a los que ahora les vuelvo la mirada tratando de entender su persistencia en quien me he convertido.
Llegado a este punto le pregunté lo que ya resultaba obvio: Mamá, ¿Quién te enseñó a cocinar?
“Ustedes mis hijos. Ustedes me enseñaron a cocinar. Porque yo quería que supieran que su madre no nació el día que ustedes nacieron. Que su madre tenía un pasado y una vida. Así que aprendí sola a cocinar comida de la India para poder tener ese diálogo con ustedes. Para poder contarles quien soy”.
Esa repuesta no solo es brillante, sino que en ese momento me golpeó como un rayo.
Pero la trascendencia real de esa respuesta llegó a mi vida 3 años después cuando yo también decidí migrar. Migrar con 52 años de pasado, vida, poesía, alegrías, amores y desamores, puestas de sol y ruidos de sapitos cuando llueve ¿Cómo contar esa historia que llevaba en el morral? En medio del bullicio de una ciudad grande ¿Cómo decirle a la gente que también fui un post adolescente que vivía en una montaña, se bañaba con jabón de tierra, se alumbraba con velas hechas de sebo de vaca, tomaba leche recién ordeñada y bajaba en una Vespa a la ciudad? En mi caso ha sido a través de una arepa andina rellena de queso ahumado. Nadie me enseñó a hacer esas arepas, pero yo aprendí a hacerlas para contar mi historia.
II
Hay países con historia de migración y los hay menos migrantes. Para que se hagan una idea piensen en Italia por ejemplo. Entre 1861 y 1940 el número de italianos que abandonan Italia es de 20 millones en un país que solo tenía 33 millones de habitantes en 1901. Es decir, un italiano que migra (aún hoy 6% de los italianos son migrantes) lleva sobre sí siglos de historias de migrantes.
Pero en Venezuela no sabíamos lo que significaba migrar. Piensen que en 1990 solo 1% de los venezolanos estaban registrados como migrantes en otro país y ya para 2020 nada menos que 19% de todos los venezolanos estaba viviendo en otro país y en los últimos tres años se han sumado dos millones más. Somos 7 millones que aún no sabemos bien como se cuenta un pasado porque nadie nos entrenó para ello.
Esos son muchos cientos de miles que, como esa Anusuya Singh de 29 años que desembarcó en Caracas en 1965, llegan con hijos o los tendrán en otros países. Son niños y niñas que crecerán en otra cultura gastronómica, que comerán en comedores escolares con otras comidas, que se enamorarán y comerán otras cosas. Niños que creerán que su Mamá nació el día que ellos nacieron en esos países o el día que esos niños comienzan a abrazar la nueva cultura.
¿Cómo le cuentan esas madres a sus hijos que ellas crecieron en un país que las convirtió en los seres maravillosos que son? Llegados a este punto de mi escrito pareciera que la respuesta obvia es que lo harán a punta de arepas, pero no es tan fácil.
Uno no necesariamente sabe cocinar o simplemente a uno no necesariamente le debe gustar cocinar. Estoy seguro que a los 30 años de edad son más las personas que, aunque amen la cocina de su país, no saben cocinarla. Es lo normal. Si en casa cocina Mamá todos los días, uno quizás la ve en su faena pero no significa que uno aprende a hacer el plato.
Termino este escrito con una especulación que me embriaga solo de pensar en ella. Intuyo cientos de miles de padres y madres que llaman a los suyos para preguntarles, que ven canales de YouTube, que se pasean por libros de cocina y que apelan a su memoria gustativa.
Cientos de miles que sientan en la mesa a sus hijos y a los amigos de sus hijos y les dicen “Hola mi amor, esta soy yo. Me presento. Mucho gusto”.
III
Cuando mi madre tenía 52 años perdió gusto y olfato y no los recuperó más nunca.
Dejó de cocinar.
Ya para ese momento me había contado su historia.
Comentarios
Y es que aún para los casos que no migran, al empezar su propio hogar descubren que no saben preparar esos platos que los identifican en su propia cultura..
Gracias por esas lineas
Nos contaba que su abuela era un país del medio oriente, quizás Siria o el Líbano y por eso su comida no era la típica italiana..ella nació el Irsina, cerca de Matera dónde filmaron la película la Pasión de Cristo. Hoy sus 5 hijas nos llamamos frecuentemente para preguntar acerca de la preparación de algunos de sus platos....la última fuí yo, le pregunté a mi hermana Sonia que está en la Sardegna cómo se hacían los mejillones al horno con pan, huevo y queso parmesano..pero me faltaba un ingrediente..el perejil.
No soy tan buena en la cocina como mi mamá pero hoy día como Venezolana migrante con una hija que salió de Venezuela a los 13 años, otra con tan solo 1 año y otra nacida en el extranjero (una Venezolana nacida en Uruguay como le digo yo desde que estaba en mi barriga) es difícil enseñarles el gusto y la pasión por nuestras comidas como nosotros amamos cada plato, esos que nos transportan a lugares y recuerdos únicos, ellas, sobretodo las pequeñas me escuchan atenta mis cuentos, aún les cuesta entender eso de que no tengo una mamá a quien llamar para preguntarle una receta o una historia, aún se extrañan cuando les digo en broma "tiene que gustarte la arepa, las hallacas (platos venezolanos) porque ustedes son venezolanas y a los venezolanos nos gusta mucho esto o aquello"
Si es difícil enseñarles a amar lo que no conocen a través de los gustos, los sabores, las historias, los recuerdos que no son suyos....
Mi mamá vivió varios años en Estados Unidos a sus 20 años, mucho antes de tener a sus 2 hijos, además de tener amigos, muy buenos amigos de varias nacionalidades, Canarios, Trinitarios, Portugueses, Árabes, Italianos, y con eso vino la crianza respetuosa, en mi casa a cada uno de ellos se les respetaba, valoraba y admiraba, se les escuchaba con atención sus historias de migrantes, creo que sin querer mi mamá me preparó para el momento en el que me tocará convertirme en la extranjera, la migrante, con su mochila de historias y recuerdos, contando lo vivido para mantener los recuerdos vivos y sentirte más cerca de casa, como aquellos amigos migrantes de mi madre, ahora los entiendo y admiró más, pero admiró más aun a mi madre por esa capacidad de empatía con ellos y cada una de sus historias, por enseñarnos a respetarlos por quienes eran, pero más aún por las historias que traían con ellos, esa mochila de recuerdos que cargaban con ellos
Lo leo siendo una primeriza abuela caraqueña,de una familia de, al menos 8 generaciones en Venezuela.
Mi nieto, mi único nieto, nacido hace 9 meses, en Santiago de Chile. Llega a Caracas dentro de 1 mes con mi hijo, caraqueñisimo y su pareja, caraqueña también.
Ando todo el día con recetas caraqueñas, venezolanas, en la boca, como si de cuentas de Rosario se tratarán.
Voy a presentarle Venezuela, a mi nieto.
Me digo una y otra, ¡qué bonito es haber vivido parte de estos pensamientos tan de cerca!
Te abrazo mi querido Sumo.
Gracias Sumito. Un abrazo 🫂.