LA HISTORIA DE UN MORRAL
Hoy fui a hacer una diligencia en la embajada de mi país en Chile. Cuando tocó mi turno de entrar el funcionario de la puerta me informó que no podía hacerlo con morral (debí haberlo pensado porque es así en muchas embajadas). Había bastante gente y en mi caso era el segundo día que lo intentaba, así que debo haber puesto cara de niño desvalido con seguridad. Una señora a mi espalda me dijo: Déjeme el morral. Yo se lo cuido. Yo no puedo entrar porque hoy no atienden para lo que yo necesito. Yo lo espero aquí. Aquí es la calle.
Es increíble, pero le di el morral y estoy 100% seguro que para ese momento ella no sabía que yo era “Sumito, el cocinero venezolano”. Adentro me di cuenta que en ese morral había quedado mi cartera, incluyendo el dinero que debía pagar en la embajada. Hablé con el funcionario. Me dejó asomarme a la puerta y ella estaba allí en medio de no menos 50 personas agolpadas. Abrí el morral y saqué la cartera y de la cartera mi tarjeta de presentación. Se la entregué y le dije: este soy yo. Si tardo mucho o no nos volvemos ver hoy, por favor búsqueme.
Salí dos horas después. Allí estaba. Con un hijo y una hija pequeños que antes no había visto. Ya ella había leído la tarjeta y ahora si sabía quien era yo. Pero, insisto, cuando se ofreció a cuidarme el morral (con todas mis cosas) ni ella me conocía ni yo a ella.
La besé. Abracé a sus hijos. Me contó que es enfermera profesional pero que trabaja de copera en un restaurante, casualmente de un amigo. Le dije que estaba seguro que Dios me iba a permitir devolverle el favor en algún momento. Con el apuro y el bululú olvidé su nombre y ni nos tomamos una foto (ojalá me lea) pero ella tiene mis datos.
Si ella me hubiese robado esto habría sido una anécdota en donde el único culpable hubiese sido yo por estúpido y seguramente objeto de burla por meses por parte de amigos y familia… pero había una segunda posibilidad y fue la que viví.
No ha habido un mes en mi vida en que no corrobore que cuando dos personas se miran a los ojos hay mucha más probabilidad de que se imponga el bien común en lugar del egoísmo. ¿Hay mal y gente mala? La hay. Pero cada vez que nos damos el permiso de hacernos el bien, cada vez que le damos a otro la oportunidad de hacerlo, por muy distintas orillas que transitemos, los humanos nos convertimos en humanos.
Comentarios
Como esa seńora o usted el saber que todavía tenemos oportunidad de mejorar como individuos y como sociedad
Y esa sra y usted y muchos más escondidos por rincones dentro y fuera del país son los ejemplos a seguir para mejorar todos
Juntos por una mejor Venezuela y un mejor mundo .
Muchos saludos desde Costa Rica
Leopoldo Núñez