378 SOBRE LA PELÍCULA LIBERTADOR
Cuando no somos expertos en un área, cuando no sabemos las
sutilezas escondidas detrás de un arte, nuestro acercamiento afectivo puede
resultar bastante primario, y basarse exclusivamente en si nos gusta algo o no.
Vemos un cuadro y decidimos si nos gusta o no. Comemos un plato de autor y
decidimos si nos gusta o no. Vemos una película y decidimos si nos gusta o no.
Vemos llegar un ciclista a la meta y nos emociona la fiesta, no el recorrido.
A veces, tenemos la suerte de saber un poco más sobre un tema,
bien sea porque se nos vuelve parte de nuestra área de experticia profesional o
bien porque nos apasiona tanto ese arte, que nos dedicamos a entenderlo.
Inclusive muchas veces algo que nos había parecido transparente, pasa a tener
colores vivos cuando alguien nos lo explica.
He pasado por todos esos estadios del acercamiento estético.
Amo el cine aunque no tenga ni idea de cómo se hace una película, ni se de
sombras, ni tengo idea de cómo se hace un guión y mucho menos como se logra un
efecto especial. Solo se que amo el cine y, primariamente, solo le digo a la
gente juicios de valor que van desde el no me gustó nada hasta el me encantó.
Es un ejemplo de acercamiento a la estética basado en la subjetividad más pura.
Nunca le vi gracia al ballet clásico. No es que me molestaba
como si podría hacerlo una corrida de toros al punto de asquearme, pero me
parecía de un aburrido subido. Pero resulta que me casé con una bailarina
clásica que me llevó a ver ballet con explicación incluida. Ante mi nacieron
palabras como arabesque, fouetté o pirouette y hoy espero una coda con la
expectativa de un niño. Es un ejemplo clásico de algo que me resultaba
transparente y de repente cobró luz ante el reflector del conocimiento.
Hasta hace unos años no sabía nada de ciclismo y hoy soy
literalmente un adicto a la sensación de libertad y a la calidad de vida que le
ha traído a mi vida la bicicleta. Como toda pasión, ha traído consigo un cúmulo
importante de conocimiento que va desde la mecánica hasta las sutilezas detrás
un Tour de France. Antes disfrutaba los vítores épicos de la llegada dramática
a meta de un heroico escalador, hoy disfruto las persecuciones, las estrategias
de carrera y hasta el tipo de suelo por el que ruedan. La meta no es más que el
orgasmo de un largo coito en este caso. Un ejemplo clásico de acercamiento
estético gracias a un conocimiento disciplinado por pasión.
Finalmente está, en mi caso, la cocina. Mi área de
experticia. El ejemplo en donde sabemos mucho de las cosas porque nos toca
saber. Efectivamente puedo disfrutar mucho más que antes algunas preparaciones
porque las entiendo desde su nacimiento; pero también saber ha sido un carga
pesada.
Cuando uno sabe mucho de algo deja de disfrutar y eso es
cruel porque casi siempre uno aprende mucho de algo por amor. Así como saber
nos abre ante sutilezas antes desconocidas, saber también nos vuelve severos e
incapaces de entender el entorno. Es cuando un músico experto oye a un coro de
niños y lo critica porque no estaban afinados… olvidando que son niños, que
están felices, que el momento es mágico. Es cuando comemos una empanada frita
frente al mar y la criticamos porque no es perfecta (sabrá Dios que es
perfección)… olvidando que no es lo mismo comer empanada en un concurso que
ante el privilegio del mar. Hacernos expertos nos desdibuja el entorno, las
circunstancias, las consecuencias, y olvidamos lo rico que era cuando
simplemente se nos erizaba la piel.
Recientemente se estrenó en Venezuela la película Libertador
del director venezolano Alberto Arvelo, con actuación protagónica del actor
venezolano Edgar Ramírez y música del venezolano Gustavo Dudamel. La
contundencia del talento de los tres y la unanimidad de la crítica
internacional respecto a sus capacidades es tal, que nadie pondría en duda que
son tres grandes, so pena de pasar por celoso pueblerino. Decir, por ejemplo;
que Gustavo Dudamel es un mal director no afecta al maestro sino hace quedar
como un bolsa al que lo dice. En ese aspecto, por suerte, hay unanimidad en
nuestro país.
En donde no hay unanimidad es en cuanto a la calidad de la
película. Sería imposible que la hubiera. A uno, para empezar, le gusta o no le
gusta una película. No solo es un derecho, sino lo lógico. A mi me gusta la
película. Es más, a mi me gusta mucho la película; pero eso es muy personal y
no amerita escribir un texto porque ni le gustará más al que ya le gustaba, ni
convenceré al que ya no le gustó.
Lo que me preocupa es la razón de la crítica porque pareciera
que se ensarta en ese deporte tan nacional que es suicidarnos permanentemente
destruyendo a quienes se han fajado para que el mundo piense que en Venezuela
hay algo más que lo que sádicamente nos empeñamos en mostrar. No he leído una
sola crítica diciendo que se trata de una película mal hecha. Todas hablan de
errores históricos.
Si un experto me dice que no le gustó porque aspectos propios
del arte de hacer cine hacen que la película sea de poca calidad, vale. Si
alguien me dice que no le gustó porque no le gustó y no sabe ni siquiera
porqué, vale. Pero que alguien me diga que la película es mala porque es épica
(al punto de comentarios algo miserables como decir que es épica porque eso era
un encargo) o porque tiene errores históricos, no lo entiendo. Más cuando los
errores históricos que he leído no pasan de ser licencias típicas del cine para
poder darle ritmo a una película. Es cine, no documental.
Adoro las películas sobre la vida de Jesús, no se cuantas
veces he visto Gandhi, enloquecí con el Amadeus de Milos Forman, me encantó la
reciente sobre Lincoln y hasta lloré con el amigo aquel de Corazón Valiente.
Todas épicas. Todas cine. Todas efectos especiales. Todas hiper plagadas de
licencias históricas para lograr ritmo. Casi puedo estar seguro que una película
sobre un personaje histórico que no posea ritmo épico y licencias históricas,
debe ser un buen documento y una pésima película. Como yo voy a cine a ver
películas, pues prefiero que sea una buena película.
Este caso me recuerda mucho al del libro El General en su
Laberinto de García Márquez. Los mortales amamos ese libro porque la sonoridad
que logra el escritor colombiano es casi una ópera…. Pero muchos aun no saben
que decidir porque todavía discuten si Bolívar comió mango o guayabas en una
página.
Como cocinero, me ha puesto a pensar mucho este caso. He
dejado de disfrutar platos porque no me gusta su simetría. He dejado de
disfrutar un tarkarí porque no es el de verdad (sabrá Dios que es la verdad en
cocina). Platos maravillosos que no quise disfrutar porque creía que el entorno
esperaba mi opinión experta. Ser experto es una carga pesada que con su
severidad nos deja frustrados eternamente buscando el grial inexistente de la
perfección… y no quiero ser así, porque vine al mundo para ser feliz.
--------------------------
P/D Gracias Alberto, Edgar, Gustavo y todo el equipo de
Libertador. Que hablen en el exterior bonito de lo que somos me hacía falta.
Comentarios