ME QUEJO, TE QUEJAS, NOS QUEJAMOS

I

He oído el lamento de un conductor chileno, que transitando en una hora pico por el centro de Santiago, se quejaba amargamente del tráfico. Sólo quedaba sonreír en silencio ante la visual de una típica avenida de Caracas en día feriado. He visto caminar a dos mujeres solas a las 3 de la madrugada por desiertas calles de Buenos Aires, totalmente inmunes a nuestra presencia, mientras mi amigo disertaba sus pesares ante la inseguridad porteña. En Bogotá un amigo, profesor universitario casi jubilado, me habló mal del sistema de transporte público, al punto de comentar que a veces le provocaba sacar su propio carro. En México caminé por los pasillos de un supermercado que más bien parecía un museo de tradiciones gastronómicas precolombinas con su profusión de tortillas, maíces y chiles; mientras mi interlocutor disertaba sobre la necesidad de recuperar la cultura patrimonial.

Somos quejones los latinos, muy quejones. A ratos pareciera que regodearse en el lamento es una forma de estatus.

II

He visto ciento de veces a los venezolanos hablar muy mal del país cuando están de paseo. Solemos, de paso, loar con exasperante exageración virtudes cotidianas de la tierra visitada, como una manera de acentuar aún más nuestras carencias. Cada país posee sus virtudes y sus defectos y obviamente no se trata de andar haciéndose la vista gorda ante nuestros pesares para evitar dar una mala imagen … siempre y cuando esa realidad no tape con su dedo pesimista, las que a todas luces son virtudes.

Nosotros nos quejamos, ellos se quejan. Nosotros los alabamos, ellos nos alaban ¡Sí, nos alaban! Hace falta de vez en cuando tener una conversada con quienes nos han visitado. Oír su visión aséptica de turistas. Así como le oído varias veces a un argentino decir ¿En serio te parece segura Buenos Aires?; más de una vez me he encontrado sorprendido ante lo que oigo de Venezuela. Es irónico, hace falta escucharle las carencias a otro para enfrentarnos a nuestras propias bondades.

III

¿Sabía usted por ejemplo que somos considerados puntuales y extremadamente trabajadores? Cuando lo oí por primera vez no pude evitar reírme. Con mirada más acuciosa noté que en efecto siempre citamos especificando hora (decimos a las ocho y no como a las ocho), siempre llegamos a tiempo al trabajo y si el tráfico nos detiene, siempre llamamos desde el carro para avisar. No como los suecos, pero somos puntuales.

Somos un país que comienza a trabajar a las 8 de la mañana. A esa hora nuestros hijos ya han entrado al colegio. Ello nos convierte en especie rara dentro del contesto suramericano. Basta que le contemos a alguien cuando empieza y como termina nuestra jornada para que nos vean con ojos de lástima. Puestos a escoger, inventaremos excusas para trabajar más de ocho horas.

No somos famosos en el plano gastronómico. Quizás, entre muchos factores, ha atentado una pésima promoción turística y timidez de nuestra parte. No somos pero tenemos. Todas las personas con las que he hablado en el exterior recuerdan con mucha nostalgia las arepas que comieron. Todas, sin excepción, me dijeron: en Caracas comí muy bien. Bastaría que aceptáramos que la arepa es comida rápida (como las empanadas argentinas, el ceviche peruano o los tacos al pastor mexicanos) y que nos atreviéramos a tener restaurantes menos ostentosos para que salir deje de ser un evento y pase a ser cotidiano; y daremos el sutil salto que se necesita para ser conocidos en el plano gastronómico.

Por la naturaleza de mi oficio he hecho convenios con restaurantes de otros países. He sido por lo tanto testigo de cómo la llegada de un primer venezolano que se suma a las brigadas de esos lugares pasa a ser la puerta de entrada para "cualquier otro de tu tierra que se quiera venir".

Amor propio no es un acto populista cargado de inmodestia. Es más bien entender las fortalezas para atreverse. Atreverse a poner restaurantes en otras ciudades, atreverse a hacer cadenas de comida rápida con nuestra cultura, atreverse a pedir trabajo en los restaurantes consagrados. Atreverse a entender en donde somos competitivos.

De vez en cuando, confieso, se me olvida. Entonces llamo a un amigo extranjero que nos haya visitado y le digo: vamos, ¡cuéntame como es mi país! Abro la ventana, redescubro la luz que baña de sombras mostaza el Ávila y entiendo. Mañana me quejo, lo prometo.

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