EL PUNTO G DE LAS CIUDADES

Para los que mantenemos una masoquista relación amorosa con Caracas, conviviendo y sobreviviendo en su tremendo caos; Bogotá resulta siempre un reducto de esperanza. Hace diez años los males de la capital colombiana competían sin complejos con los de cualquier ciudad "invivible" de nuestra región y hoy es quizás el ejemplo de urbanidad y disciplina ciudadana más dramático del continente latinoamericano, al punto de haber ganado este año "El León de Oro" de la Bienal de Venecia por su proyecto urbanístico. En pocas palabras: si se pudo hacer allá, en algún momento debería poder hacerse aquí. Lo que resulta aun más interesante es que la disciplina que inicialmente mostraron mediante el cumplimiento colectivo de leyes de convivencia, en aspectos fundamentales como el control del tránsito o el pago de impuestos, ha ido trasmutando hacia cientos de proyectos civiles:

CORFERIAS

Corferias (Corporación de Ferias y exposiciones, S.A) es un complejo para convenciones gigantesco compuesto por un total de 17 galpones de dos pisos, cuyas modernas estructuras confluyen como rayos en una plaza central, redonda, coronada con un arco. Ya hemos discutido en esta columna el cambio cualitativo que le generan los centros de convenciones a las ciudades, pero en este caso particular aparte de existir el espacio físico, confluye un factor muy interesante: inicialmente el complejo fue construido y administrado por el gobierno colombiano, hasta que fue vendido a la Cámara de Comercio de Bogotá y desde entonces, este grupo de comerciantes, de toda índole, lo manejan y se encargan de que se realicen unas 50 convenciones anuales de envergadura en Bogotá. El domingo pasado culminó "Gastronomía2006" (curiosamente la primera convención gastronómica que se hace en la ciudad) y en un año que fácilmente podríamos catalogar como "el año de las convenciones de gastronomía en Latinoamérica", ésta resultó ser la más grande. El nacionalismo cargado de orgullo patrio que se respiraba en cada stand de los productores locales, era embriagador, así como, la sensación de estar ante la presencia de una sociedad civil organizada con muchos ánimos de convertirse en referencia.

EL CAFÉ

Para que un ingrediente o una receta pasen a ser referentes mundiales se necesitan cuatro aspectos fundamentales: tierra apropiada (terroir), libre mercado, juntas que certifiquen calidad y románticos que se arriesguen. Son aspectos de los que hablaremos el próximo domingo, pero que sentí varias veces en esta visita a la capital colombiana en productos emblemáticos como el café. Un país al que tan solo le basta con colocar el sello "colombiano", para garantizar la venta en el exterior de su café, podría optar por el camino fácil de establecer estándares medios y rentables de calidad sin llegar a mayores innovaciones. Aun así, existen románticos que están tras la búsqueda de suelos que garanticen cafés excepcionales obtenidos mediante cultivos orgánicos … y existen los arriesgados que decidieron vender una taza de café en 3 dólares, como en el caso de la franquicia "Juan Valdés", en la que la capacidad organizacional de la sociedad civil colombiana brilla como nunca. Juan Valdés, es un concepto de franquicia que ha cometido la temeridad de competir en el mismo patio y en la esquina de enfrente de la franquicia de venta de café Starbucks, sin duda la más famosa del mundo. Lo inaudito aparece al darle una mirada al libro de accionistas: Juan Valdés le pertenece a una cooperativa que agrupa a los productores de café de Colombia. No hay que arañar mucho para entender que cuando un país decide "pagar y darse el vuelto" con su producto principal de renta agraria, va camino a su verdadera independencia económica.

ZONAS DE RESTAURANTES

En el ambiente gastronómico, lo más llamativo que tiene Bogotá son las zonas de restaurantes conocidos como "La zona T" y recientemente "La zona G". Se trata de espacios en los que se han asentado, uno tras otro, los principales restaurantes de la ciudad, tal como, de manera orgánica a sucedido en Caracas con sectores como Los Palos Grandes o Las Mercedes. La gran diferencia es que Bogotá posee una clara conciencia del poder de atracción y calidad de vida que generan lugares como estos, por lo tanto los ha convertido en cordones peatonales, en los que provoca estar por factores que en conjunto son poderosos. Si unimos una oferta gastronómica variada y democrática, seguridad al punto de que es rara la persona que va en carro a la zona ya que prefiere salir a caminar en la madrugada y tomar un taxi, iluminación muy atractiva, etc., nos encontramos ante un parque de atracciones para adultos. Al caminar por "La zona T" de Bogotá se siente en el ambiente una atmósfera de ciudad como ente que arropa y cobija, que lleva a una reflexión importante: cuando se define una zona de restaurantes con códigos que humanicen el entorno y su relación con los paseantes, de manera casi inmediata se civiliza generándose una reacción en cadena de competencia de las zonas aledañas.

Caracas, con Sabana Grande, tuvo justamente una zona que reunía los factores que impresionan de espacios como los descritos. En ese boulevard se reunían poetas y estudiantes, ricos y paseantes, marineros, soldados, solteros, casados y alguno que otro cura despistado. La perdimos, pero nunca las cosas se pierden para siempre. Nos reuniremos, nos uniremos, y en bloque volveremos a decirle a nuestra ciudad que hemos vuelto a encontrarle su punto G.

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