Un jardinero que hace florecer cultura
El de la foto es Alberto Ortega. Hace una semana estaba en Caracas porque era uno de los 22 finalistas de 550 a nivel nacional que se presentaron para el concurso IDEAS (el más importante en Venezuela en emprendimiento) y recibió una mención especial que fue premiado con un curso.
Recientemente la editorial El Nacional bautizó El Libro del Pan de Año (de Alberto Ortega e Inés Ruíz) en la jornada de clausura de Margarita Gastronómica (saldrá a la venta el próximo año) y lo que sigue es el prólogo que escribí para el libro... y que explica bastante bien nuestra evolución. Estoy muy orgulloso de ese hermano que la vida me dio.
ALBERTO
ORTEGA
En la sede de mi escuela de cocina en la Isla de Margarita,
el Instituto Culinario y Turístico del Caribe, es Agosto de 2015 y acaba de
iniciarse el cuarto concurso de recetas en el marco del Festival de Pan de Año.
Una miembro de los cinco jurados que componen el comité evaluador le pregunta a
la participante sobre las características técnicas del alfajor de pan de año
relleno de mermelada de ají dulce que acaba de presentar, y ella mira a Alberto
Ortega, multipremiado presidente del jurado, y dice que para hacerlo se valió
de la harina de pan de año que el señor Alberto vende. Para ese momento se han
presentado los primeros tres concursantes ¡Y todos han nombrado a Alberto
Ortega!
Hay personas que vienen al mundo para cambiarlo. La mayoría de
las veces lo hacen sin saber la enorme influencia que tienen en otros y el
legado que dejarán con su andar. Ese es el caso de Alberto… pero mejor
empecemos por el inicio de una historia que se inició 6 años antes, cuando
Alberto era jardinero.
En el año 2009 nuestra familia decidió mudarse a la Isla de
Margarita y compramos una casa en la calle Lárez de La Asunción, al pie del
Cerro Copey y rodeados por un verde y tupido terreno que estaba a punto de engullirnos
en maleza. Alberto Ortega, nacido en La Asunción, mi vecino, quien había pasado
buena parte de su vida fuera de la Isla y tenía poco más de dos años de
regreso, se acercó y nos comentó que era bueno con las plantas y que podía
ayudarnos con la jardinería de la casa. Así empezó Alberto el camino que a la
larga nos uniría de manera insospechada.
Bueno con la jardinería se queda corto, era un dotado. Una
casa con un cerro encima que amenazaba con devorarme, pasó a ser una casa con
un cerro a su lado que se llenó poco a poco de flores, frutales y una estética
campestre no invasiva ni depredadora, como pocas veces he visto. Alberto, por
primera vez de las que serían muchas, mejoró nuestra vida.
Es una larga historia, pero mi esposa y yo decidimos asumir
una apuesta en extremo arriesgada que terminó por salir bien: mudarnos de esa,
nuestra única casa propia, a un lugar de alquiler, y en esa casa comenzar el
sueño de una escuela de cocina cuya garantía de longevidad iba a cimentarse en
el hecho de que era en nuestra propiedad. Cuando comenzó la construcción,
Alberto se quedó como nuestros ojos y ayudó mucho en el proceso de
construcción.
La escuela funcionó a medias durante 2011, e iniciando 2012
abrió formalmente sus puertas. Ese mismo año organizábamos el Primer Festival
del Pan de Año en nuestra sede, y para entonces ya Alberto era jefe de compras,
encargado del funcionamiento de equipos e infraestructura… y gran amigo. Para
ese momento todavía no habían aparecido los signos que a la larga convertirían
a Alberto en, literalmente, el rey del Pan de Año.
En Venezuela gran parte de los árboles con frutos comestibles
(Pomagás, Cotoperí, Guama, Merey, Mango de Jardín y un largo etcétera) se
sembraron en patios de casa, y su consumo se basó fundamentalmente en la
recolección estacional, más que en siembra masiva para la venta. Son árboles
que se están perdiendo a medida que la presión urbanística acaba con patios y
jardines. El Pan de Año, emblema del municipio en donde está nuestra escuela de
cocina, es uno de ellos. El problema es que, más allá de la necesidad de
proteger nuestra biodiversidad, la muerte de un árbol arrastra consigo la
muerte de un recetario; y por lo tanto es un mordisco irreparable en la
construcción cultural que es piedra fundacional del orgullo de los pueblos
representado en sus tradiciones.
El Festival del pan de Año nació por ello: sabíamos que si la
gente es premiada por mostrar su recetario tradicional, especialmente el
asociado a un fruto estacional, no sólo se siente orgullosa de su esencia
cultural, sino que pasa a ser garante de un pasado y tangencialmente protectora
de esos árboles. Si un árbol produce satisfacciones, es menos probable que
alguien desee arrancarlo de raíz.
En ese primer festival Alberto concursó y para mi no fue
sorpresa. En los tres años que teníamos trabajando juntos ya varias veces había
sido yo comensal sortario de sus condumios, testigo de una sazón y talento
naturales evidentes.
Pero el gran punto de inflexión de nuestra relación se dio en
el estacionamiento del aeropuerto de Margarita. Llegaba yo a la isla y Alberto
me fue a buscar en mi carro. Cambiamos de puesto y él tomó el puesto del
pasajero. Los dos somos bastante habladores, así que siempre me resultaba muy
agradable hacer el viaje de unos cuarenta kilómetros entre el aeropuerto y mi
escuela de cocina. Ese día, mientras manejaba, me dijo como por casualidad que
mientras yo estaba afuera había hecho harina y fécula para espesar, a partir
del fruto de Pan de año.
¡Mi emoción era absoluta! Tengo la certeza de que la cocina
venezolana comenzará a ser reconocida internacionalmente en la medida en la que
sus tradiciones y sabores puedan exportarse en formato no perecedero y con
código de barra. Así ha sucedido con todas las cocinas del mundo: uno no
exporta caña sino papelón, cacao sino chocolate, leche sino queso telita, yuca
sino casabe. Por otro lado, tengo igualmente la certeza de que es a través del
mundo no perecedero, que las unidades familiares logran generar riqueza mediante
la transferencia de tecnologías que generen emprendimientos gastronómicos,
porque una receta comercial es justamente un acto de transformación que lleva,
por ejemplo, al perecedero ají dulce al mundo de la no perecedera pasta de ají
dulce; como en su momento hicieron los peruanos con su ají amarillo o los
tailandeses enlatando su curry ¡Y todas esas posibilidades estaban resumidas en
su acto alquímico!
Alberto no es la única persona que ha hecho harina de pan de
año en el mundo, pero es de largo quien más ha trabajado el ingrediente en
Venezuela, y me consta que sus hallazgos han sido producto de un esfuerzo
empírico. Lo ha logrado porque es un experimentador disciplinado y porque
piensa distinto. El tratamiento tradicional que se le da al Pan de Año es muy
parecido al que se le da a la papa, es decir recetas en donde se hierve,
hornea, fríe o asa el fruto. En todos los casos se trata de recetas que, salvo
que se congelen, deben consumirse en el corto plazo. Lo increíble es que
Alberto ha desarrollado todo un recetario a partir de un ingrediente primario
como la harina, que se envasa a temperatura ambiente. Surgen así pastas,
arepas, ravioles, galletas, o alfajores como el de la concursante que nombro
iniciando este prólogo.
Desde 2012, en estos últimos tres años, el crecimiento de
Alberto ha sido vertiginoso. Lo que empezó como un experimento ya es un
emprendimiento con marca, logotipo, empacado y venta. Pero sobre todo ha
devenido en un verdadero fenómeno cultural que gira a su alrededor.
Hace cuatro días Alberto dejó de trabajar en nuestro grupo
para dedicarse totalmente a su proyecto, y en el camino de esa renuncia laboral
me dejó convertido en mejor persona y en hermano de vida y de proyectos. En el
fondo nunca ha dejado de ser jardinero, sólo que ahora hace florecer cultura.
La Asunción, 04 de Agosto de 2015.
Sumito Estévez
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